Muchas veces me he preguntado cómo habría
sido mi vida si yo hubiese decidido cerrar mis ojos a su maldad o si hubiese
preferido seguir sus mismos pasos. Si me hubiera dejado corromper, mi vida
habría sido mucho más sencilla y tal vez menos dolorosa pues todo el
sufrimiento y tensión la habría sobrepasado al desquitarme con gente que no
tuviera la culpa; la gente que me conociera se alejaría de mí y fácilmente
podría mantener el secreto; no tendría problemas al llegar a cada clase y estar
hecha un manojo de nervios por la forma en que esa nueva escuela me trataría;
no me habría enamorado.
Y es porque nunca me corrompieron lo
suficiente que ya he llegado a mi límite. No recuerdo en qué momento pude salir
de mi casa, no sé cuántas noches ya van desde que mis padres no han regresado a
casa sobrios, no puedo recordar si fui a inscribirme a alguna escuela o aún no,
no sé cuánto tiempo llevamos en este lugar del cual no soy capaz de recordar el
nombre ni la distancia que me ha alejado de Él, de quien tampoco recuerdo los
días que llevamos sin hablar... siento que poco a poco lo olvidaré.
Todos los sonidos a mi alrededor parecen
haber desaparecido, no siento el viento, el calor ni el frío; no sé en dónde
estoy ni cómo llegué ahí; no siento el deseo por investigar qué he hecho o
siquiera si mi aspecto me permite mantener aún mi secreto.
De lo único que soy consciente es del peso
en mi mano derecha provocado por el celular que me compré con la única
esperanza de escuchar su voz; sin darme cuenta no he dejado de esperar que
cobre vida vibrando intensamente entre mis dedos, que al colocarlo sobre mi
oído su voz jovial me devuelva a la realidad cuando pronuncie mi nombre de la forma
en que nadie más lo hace.
No hay nada más que anhele, sólo deseo ser
capaz de llamarlo por su nombre una vez más y que él pronuncie el mío como las
pocas veces en que lo ha hecho. Deseo que me diga que aquí está y me escuche o
me lea para que yo me tranquilice, quiero que su sarcasmo me haga reír y
quisiera ser capaz de poder abrazarme a él unos segundos a pesar de lo mucho
que sé que se incomodaría por mis constantes abrazos. Sin embargo me alegro que
no esté aquí, que no me escuche, no me vea, no me recuerde pues sé que lo peor
de mí se está mostrando en estos últimos días.
La última vez que hablamos... ¿reímos? ¿me
ayudó a estudiar? ¿me entregó algún mensaje de mis amigas? ¿iluminó mi día? Sí,
hizo todo eso y aún así fui capaz de notar que algo estaba ocultando. Yo fui
quien más habló y realizó las preguntas que mantuvieron la conversación en
movimiento, fui yo quien parecía tener el sentido del humor aunque su risa no
durara más de cinco segundos.
Ahora podía recordar que yo me había
dejado absorber por la oscuridad cuando noté que él comenzaba a cerrarse de
nuevo, cuando sentí que él también se estaba dejando atrapar por sus propios
pensamientos que lo alejarían de mí tarde o temprano. En los días en que aún me
encontraba a su lado, esos días en que él se volvía más callado, serio y
distante eran dolorosos porque sabía lo que pasaba en su mente, mas el poco
entendimiento que tenía sobre las razones era lo que me impedía encontrar la
forma de ayudarlo.
Estando lejos de él, eso se me hacía mucho
más difícil pues ya no tenía forma de forzar las palabras fuera de él, ya no
podía convencerlo de contarme de lo que sucedía con su familia, ya no podía ver
si estaba enojado o sólo triste, ya no sabía que tan profundas habían sido las
últimas cortadas que se habría hecho si es que lo seguía haciendo.
Convirtiéndose en un nuevo dolor que no
era capaz de sobrellevar, me fui dando cuenta que lo estaba perdiendo. Mi
última fuente de luz que me había estado ayudando a evitar mis pensamientos sobre
el dolor de la noche anterior o las palabras tan agresivas de la mañana, se
estaba acabando.
—¡Naran!
La voz de un hombre—. ¿Ryo?
Pat y Sara, un par de chicos que nunca
imaginé volver a ver, se me habían acercado sin que los notara. No entendí
todas sus palabras, con mucho esfuerzo logré distinguirlos, mas la decepción
porque no fuera el chico que en realidad deseaba ver me hizo volver a cerrar
mis ojos a la realidad.
Por ello fue que no pensé en detenerlos
cuando me llevaron hacia una casa. Hasta que, creyendo que era la mía, traté
detenerme y no entrar; mis padres no debían verlos, yo no quería ver a mis
padres, yo no quería volver a ese lugar donde la oscuridad me envolvía hasta
sofocarme. No quería regresar nunca más a esa casa aunque significara que mi
vida terminaría.
La casa fue de Sara. La familiaridad que
sentí al ver el lugar no fue porque se tratara del lugar en donde mis padres
estaban, sino porque en el pasado ya había visitado ese hogar, un hogar no tan
verdadero como el de Lena aunque igual de doloroso al compararse con el lugar
donde yo vivía.
Olvidé lo que hablaron entre ellos, lo que
Pat me dijo al tratar de regresarme a la realidad, lo que ella pensaba de mí o
de lo que pasó después de que me fuera aquella vez en tercero de secundaria. Todo
eso se borró de mi memoria en cuanto la llamada esperada llegó a mi teléfono
con su voz al otro lado.
Como si hubieran pagado todas las luces y
acallado todos los sonidos, a mi alrededor todo se borró exceptuando su rostro
que mi desesperada mente fue capaz de crear con los fragmentos del pasado
apoyada en la imaginación que me permitió verlo como si en realidad se
encontrara frente a mí en el vacío. Él y yo solos de nuevo.
Creí que me tranquilizaría, que mi corazón
y mente recuperarían la paz y yo volvería a ser la de antes; sin embargo sus
palabras me rompieron aún más, sentí mi corazón partirse en cuanto el dolor
pasó a sus palabras junto al nudo en la garganta que quebró su voz múltiples
veces.
Se despidió de mí. Mil y un palabras se
atropellaron en mí tratando de encontrar las que lo detuvieran, las que lo
hicieran volver a replantear su decisión; sin embargo ninguna salió hasta que
lo comprendí. Su historia acababa, su libro se cerraba pero ¿y el mío?
La luz se encendió de nuevo, pude ver bien
los rostros preocupados de Pat y Sara, dejé de ver a Ryotarou con claridad
aunque la voz al otro lado del teléfono seguía siendo del chico que amaba; toda
la bruma en mi cabeza se apaciguó y me dejó pensar con claridad las palabras
que quería decirle.
—En esta vida o en la siguiente, yo espero
volver a encontrarte y que nunca más nos separemos…
—En eso sí creo… —después del largo
silencio, sus palabras me hicieron sonreír un poco en lo que mis lágrimas se
detenían—. Te quiero, Naran… adiós.
—Yo a ti, Ryo.
Me tocaba decidir a mí entre volver a
ayudar a la gente aunque ya no buscara mi propia salvación, dejar que la
oscuridad me volviera a envolver o simplemente comenzar a recorrer un camino en
blanco hasta que cualquiera de las dos cosas sucedieran o una tercera se
apareciera.
Dejé a Sara y a Pat, ninguno de los dos
disimuló la preocupación de sus rostros, no obstante eso ya no me molestaba o
importaba en esos momentos. Recordé la ciudad en la que estábamos, reconocí el
camino que debía tomar para regresar a mi casa, recordé que mis padres no había
vuelto la noche anterior por lo que mi rostro estaba limpio así que mi secreto
seguía siendo un secreto.
Ya era de noche, seguramente ya tarde pues
la cantidad de autos y personas en la calle era mucho menor al normal, si es
que podía recordar cómo era esa ciudad tres años atrás. La contaminación
lumínica me impedía distinguir más de tres estrellas, la luna no estaba por
ningún lugar visible y nubes solitarias adornaban esa noche. Me sentía al borde
de las lágrimas, quería correr y gritar, mas lo que me detenía era la certeza
de que debía guardarlas un poco más.
Cuando llegué a mi casa las luces ya
estaban encendidas, sentí mi corazón acelerarse de tal forma que dolía por el
poco espacio que mis pulmones le permitían mientras yo respiraba
entrecortadamente. Con las piernas y brazos temblándome, fui hasta la puerta y
abrí.
En muchas ocasiones anteriores había
llegado después de ellos así que el miedo que surgía en mí era algo que no
terminaba de explicarme. Cerré con las llaves al entrar, cautelosamente caminé
hasta llegar a las escaleras sin encontrarme con ellos. No llevaba más de la
mitad de los escalones cuando escuché la voz de mi padre llamándome desde su cuarto,
me detuve en seco apretando en mi mano el celular pues era el objeto más
preciado que tenía y no quería que se dañara por su culpa aunque sabía bien que
no debía hacerlo esperar o las cosas empeorarían.
El segundo llamado me sobresaltó aunque la
orden de que apagara las luces de abajo me ayudó a reaccionar y recordarme que
mi puerta estaba antes que la de ellos así que podría aventar el aparato hacia
mi cama antes de ir a su habitación. Qué estúpida e ingenua fui.
Apagaba la última luz de la sala cuando su
mano tomó mi cabello con la brusquedad que tan bien podía reconocer como de mi
madre. Comenzó a gritar de la única forma en que parecía saber hablarme, el
dolor en mi cuero cabelludo me obligó a llevar mis manos hacia la de ella hasta
que su fuerza me hizo caer en medio de los sillones, tan sólo a unos centímetros
de la mesa central que podría haber provocado que hubiera perdido el
conocimiento antes de que la lluvia de golpes comenzara, sin embargo ella lo
había visto bien y no me iba a permitir ese beneficio.
En cuanto caí sobre mis manos, ella me
pateó el estómago para tirarme sobre mi costado y así patearme más veces
mientras escuchaba los pesados pasos de mi padre descender la escaleras. Como
siempre, traté de encogerme y cubrir mi cabeza con los brazos pues no quería
más marcas en el rostro si es que deseaba salir el día siguiente, sin embargo
eso tampoco me lo permitirían.
Detuvo las patadas para agacharse y
tomarme del cuello de la blusa, al levantarme usó su mano para golpearme el
rostro un par de veces; sus gritos me mareaban junto a los golpes, sentía su
aliento mezclarse con las gotas de saliva que me salpicaban por la intensidad
de sus quejidos que poco podía comprender por culpa del dolor. Hace muchos años
yo gritaba casi tan fuerte como ella al pedirle que se detuviera, no obstante
eso sólo me había provocado más dolor y moretones que me impedían ir a la
escuela por más de una semana a pesar de las veces en que sumergieran mi rostro
en la tina llena de agua con hielos.
Me soltó arrojándome hacia atrás con tal
fuerza que esta vez mi cabeza sí recibió un golpe aunque el hecho de que fuera
contra el suelo cubierto por la costosa alfombra sólo provocara que mi
consciencia se desvaneciera por unos segundos en que pude notar a mi padre
regresar del patio con las escobas.
Una corriente eléctrica recorrió mi
espina, la adrenalina me obligó a girarme y gatear torpemente hacia el lado
contrario a donde ellos se encontraban a pesar de que en ese lugar sólo estaba
la pared y el final del sillón más largo. Odiaba los golpes con sus cinturones
o cables, sin embargo esos eran más soportables al cabo de dos minutos en que
mi piel se adormecía, en comparación con los golpes que los palos eran capaces
de provocar pues estos terminaban no sólo en mi piel sino hasta mis entrañas y
huesos.
El último golpe me durmió todo el brazo
izquierdo y me provocó puntos negros en la mirada por lo cercano a que estuvo
con mi cabeza. Yo no me moví cuando los escuché cerrar la puerta de su
habitación, permanecí en ese lugar temblando y aguantándome los sollozos
inútilmente hasta que pude arrastrarme un poco hacia donde el celular había
caído. Lo apreté entre mis dedos de nuevo aunque la fuerza que podía hacer era
mínima, lo atraje hacia mi pecho antes de lograr marcar los números de la
persona que quería volver a escuchar.
Sin embargo la llamada no le llegó, su
celular no conectó con el mío y eso no hizo más que aumentar mi dolor. Mis
sollozos se transformaron en llanto verdadero que traté de acallar con una de
las almohadas del sillón. Ryo me había dejado.
Cuando me desperté al siguiente día,
después de que mis padres ya se hubieran ido, tercamente volví a marcarle a
Ryotarou con la esperanza de que el día anterior hubiera sido un sueño, aunque
el dolor como siempre me recordara que no era así. Mi corazón se calmó al
escucharlo contestar, no entendí mucho de lo que me dijo ni él pareció ser
capaz de explicarse, ni siquiera me inquieté demasiado cuando cortó la llamada
al cabo de tres minutos.
Tanto a Pat como a Sara les envié un
correo con la noticia de que me había contestado pues esa breve felicidad me
obligaba a desear compartirla con ellos, además de que quería tranquilizarlos
sobre lo mejor que ya me encontraba, aun si no me lo terminaba de creer.
El tiempo volvió a pasar sin que yo
pudiera seguirlo, más llamadas se perdían tratando de localizar a Ryotarou que
las que me contestaba o rechazaba; la poca fuerza que había conseguido se
debilitaba conforme los días transcurrían y el humor de mis padres empeoraba
contra mí. Un día, después de que me pidieran realizar compras bajo el aviso de
que llevarían a unos amigos a quedarse en su casa por unos días, la violencia
que desquitaron en mí me dejó con mi muñeca muy adolorida y un dedo roto así
que su solución fue obligarme a quedarme en el sótano con la advertencia de que
si escuchaban algún sonido mío el castigo sería peor.
No había nada que me asustara más que sus
amenazas pues sabía bien que no mentían cuando se trataba de romper huesos,
sabía que no iba a ganar nada si llamaba la atención de quienes estuvieran de
visita sin importar el hambre que tuviera o el dolor que no podía apaciguar con
medicamentos. Tres días tuve que esperar a que se fueran y ellos me dejaran
salir.
La semana siguiente poco caso me
prestaron, quería sentirme cómoda con eso, sin embargo mi miedo no se detenía
sabiendo que ese tiempo de contención nunca significaba buenas noticias además
de que el último correo que le había respondido a Pat me había abierto los ojos
a nuevas formas de dolor que ellos aún no probaban y que estaba segura que no
dejarían pasar.
Por eso es que ese día, cuando al
atardecer llegaron acompañados de cuatro hombres, supe que todo había
terminado. Por la ventana de mi cuarto los vi tambalearse al bajar del coche e
ir hacia la entrada, no entendía lo que decían aunque no me interesaba. Me
levanté de mi cama sintiéndome aterrada, el instinto me obligó a ir hacia la
puerta y cerrarla justo cuando escuchaba a mi padre llamarme de una forma nueva
que más que alegrarme o tranquilizarme, liberó mis lágrimas. Cerré con el
seguro y grité cuando escuché un golpe por fuera, moví mi cama para pegarla a
la puerta mientras oía los gritos mis dos padres mientras golpeaban la puerta y
movían ferozmente la manija tratando de abrir.
Me fui hasta el otro lado de la habitación
donde me dejé caer, me encogí en mi espacio recordando una de las veces en que
traté de huir de su maltrato al esconderme en mi cuarto, tapé mis oídos y cerré
mis ojos aunque las lágrimas no cedían.
—¡Abre la maldita puerta! ¡No te atrevas a
dejarnos en ridículo! ¡¿Creíste que te mantendríamos toda la vida sin cobrarte
nada de lo que hemos gastado en ti?! ¡Es hora de que pagues con ese cuerpo que
ya hemos mantenido por estos años!
En el momento en que abrieran la puerta y
me atraparan, todo se acabaría para mí, ya no podría huir más de la oscuridad
en que ellos deseaban ahogarme. Ya nunca volvería a ser la misma Naran.
—Tengo miedo... no quiero estar aquí...
ayuda... por favor... alguien...
Me alegra que hayas escrito esta parte de Naran, aunque sea una situación dificil para ella (¡Me encanta saber de Naran!)
ResponderBorrarQue bueno que hayas agregado ciertos recuerdos de Naran con Ryo y cómo eran ellos dos, creo que eso me hubiera gustado leer más porque son tan lindos juntos~
La última parte, cuando llegan los hombres, no la había entendido en la historia original hasta que leí este capítulo extra y debo decir que no pensé que sus padres iban a hacerle semejante cosa x.x Pero que bueno que después de pedir ayuda, llegó su principe rojo (?) a salvarla ovo9
Creo que a pesar de que Naran era la luz de Ryo, la luz de Naran era él, sólo espero que lo haya podido ver de esa forma.
Gracias por este capítulo extra, como dije, me gustó saber más de Naran y lo que piensa más que nada!