viernes, 24 de junio de 2016

Extra

Muchas veces me he preguntado cómo habría sido mi vida si yo hubiese decidido cerrar mis ojos a su maldad o si hubiese preferido seguir sus mismos pasos. Si me hubiera dejado corromper, mi vida habría sido mucho más sencilla y tal vez menos dolorosa pues todo el sufrimiento y tensión la habría sobrepasado al desquitarme con gente que no tuviera la culpa; la gente que me conociera se alejaría de mí y fácilmente podría mantener el secreto; no tendría problemas al llegar a cada clase y estar hecha un manojo de nervios por la forma en que esa nueva escuela me trataría; no me habría enamorado.

Y es porque nunca me corrompieron lo suficiente que ya he llegado a mi límite. No recuerdo en qué momento pude salir de mi casa, no sé cuántas noches ya van desde que mis padres no han regresado a casa sobrios, no puedo recordar si fui a inscribirme a alguna escuela o aún no, no sé cuánto tiempo llevamos en este lugar del cual no soy capaz de recordar el nombre ni la distancia que me ha alejado de Él, de quien tampoco recuerdo los días que llevamos sin hablar... siento que poco a poco lo olvidaré.

Todos los sonidos a mi alrededor parecen haber desaparecido, no siento el viento, el calor ni el frío; no sé en dónde estoy ni cómo llegué ahí; no siento el deseo por investigar qué he hecho o siquiera si mi aspecto me permite mantener aún mi secreto.

De lo único que soy consciente es del peso en mi mano derecha provocado por el celular que me compré con la única esperanza de escuchar su voz; sin darme cuenta no he dejado de esperar que cobre vida vibrando intensamente entre mis dedos, que al colocarlo sobre mi oído su voz jovial me devuelva a la realidad cuando pronuncie mi nombre de la forma en que nadie más lo hace.

No hay nada más que anhele, sólo deseo ser capaz de llamarlo por su nombre una vez más y que él pronuncie el mío como las pocas veces en que lo ha hecho. Deseo que me diga que aquí está y me escuche o me lea para que yo me tranquilice, quiero que su sarcasmo me haga reír y quisiera ser capaz de poder abrazarme a él unos segundos a pesar de lo mucho que sé que se incomodaría por mis constantes abrazos. Sin embargo me alegro que no esté aquí, que no me escuche, no me vea, no me recuerde pues sé que lo peor de mí se está mostrando en estos últimos días.

La última vez que hablamos... ¿reímos? ¿me ayudó a estudiar? ¿me entregó algún mensaje de mis amigas? ¿iluminó mi día? Sí, hizo todo eso y aún así fui capaz de notar que algo estaba ocultando. Yo fui quien más habló y realizó las preguntas que mantuvieron la conversación en movimiento, fui yo quien parecía tener el sentido del humor aunque su risa no durara más de cinco segundos.

Ahora podía recordar que yo me había dejado absorber por la oscuridad cuando noté que él comenzaba a cerrarse de nuevo, cuando sentí que él también se estaba dejando atrapar por sus propios pensamientos que lo alejarían de mí tarde o temprano. En los días en que aún me encontraba a su lado, esos días en que él se volvía más callado, serio y distante eran dolorosos porque sabía lo que pasaba en su mente, mas el poco entendimiento que tenía sobre las razones era lo que me impedía encontrar la forma de ayudarlo.

Estando lejos de él, eso se me hacía mucho más difícil pues ya no tenía forma de forzar las palabras fuera de él, ya no podía convencerlo de contarme de lo que sucedía con su familia, ya no podía ver si estaba enojado o sólo triste, ya no sabía que tan profundas habían sido las últimas cortadas que se habría hecho si es que lo seguía haciendo.

Convirtiéndose en un nuevo dolor que no era capaz de sobrellevar, me fui dando cuenta que lo estaba perdiendo. Mi última fuente de luz que me había estado ayudando a evitar mis pensamientos sobre el dolor de la noche anterior o las palabras tan agresivas de la mañana, se estaba acabando.

—¡Naran!

La voz de un hombre—. ¿Ryo?

Pat y Sara, un par de chicos que nunca imaginé volver a ver, se me habían acercado sin que los notara. No entendí todas sus palabras, con mucho esfuerzo logré distinguirlos, mas la decepción porque no fuera el chico que en realidad deseaba ver me hizo volver a cerrar mis ojos a la realidad.

Por ello fue que no pensé en detenerlos cuando me llevaron hacia una casa. Hasta que, creyendo que era la mía, traté detenerme y no entrar; mis padres no debían verlos, yo no quería ver a mis padres, yo no quería volver a ese lugar donde la oscuridad me envolvía hasta sofocarme. No quería regresar nunca más a esa casa aunque significara que mi vida terminaría.

La casa fue de Sara. La familiaridad que sentí al ver el lugar no fue porque se tratara del lugar en donde mis padres estaban, sino porque en el pasado ya había visitado ese hogar, un hogar no tan verdadero como el de Lena aunque igual de doloroso al compararse con el lugar donde yo vivía.

Olvidé lo que hablaron entre ellos, lo que Pat me dijo al tratar de regresarme a la realidad, lo que ella pensaba de mí o de lo que pasó después de que me fuera aquella vez en tercero de secundaria. Todo eso se borró de mi memoria en cuanto la llamada esperada llegó a mi teléfono con su voz al otro lado.

Como si hubieran pagado todas las luces y acallado todos los sonidos, a mi alrededor todo se borró exceptuando su rostro que mi desesperada mente fue capaz de crear con los fragmentos del pasado apoyada en la imaginación que me permitió verlo como si en realidad se encontrara frente a mí en el vacío. Él y yo solos de nuevo.

Creí que me tranquilizaría, que mi corazón y mente recuperarían la paz y yo volvería a ser la de antes; sin embargo sus palabras me rompieron aún más, sentí mi corazón partirse en cuanto el dolor pasó a sus palabras junto al nudo en la garganta que quebró su voz múltiples veces.

Se despidió de mí. Mil y un palabras se atropellaron en mí tratando de encontrar las que lo detuvieran, las que lo hicieran volver a replantear su decisión; sin embargo ninguna salió hasta que lo comprendí. Su historia acababa, su libro se cerraba pero ¿y el mío?

La luz se encendió de nuevo, pude ver bien los rostros preocupados de Pat y Sara, dejé de ver a Ryotarou con claridad aunque la voz al otro lado del teléfono seguía siendo del chico que amaba; toda la bruma en mi cabeza se apaciguó y me dejó pensar con claridad las palabras que quería decirle.

—En esta vida o en la siguiente, yo espero volver a encontrarte y que nunca más nos separemos…

—En eso sí creo… —después del largo silencio, sus palabras me hicieron sonreír un poco en lo que mis lágrimas se detenían—. Te quiero, Naran… adiós.

—Yo a ti, Ryo.

Me tocaba decidir a mí entre volver a ayudar a la gente aunque ya no buscara mi propia salvación, dejar que la oscuridad me volviera a envolver o simplemente comenzar a recorrer un camino en blanco hasta que cualquiera de las dos cosas sucedieran o una tercera se apareciera.

Dejé a Sara y a Pat, ninguno de los dos disimuló la preocupación de sus rostros, no obstante eso ya no me molestaba o importaba en esos momentos. Recordé la ciudad en la que estábamos, reconocí el camino que debía tomar para regresar a mi casa, recordé que mis padres no había vuelto la noche anterior por lo que mi rostro estaba limpio así que mi secreto seguía siendo un secreto.

Ya era de noche, seguramente ya tarde pues la cantidad de autos y personas en la calle era mucho menor al normal, si es que podía recordar cómo era esa ciudad tres años atrás. La contaminación lumínica me impedía distinguir más de tres estrellas, la luna no estaba por ningún lugar visible y nubes solitarias adornaban esa noche. Me sentía al borde de las lágrimas, quería correr y gritar, mas lo que me detenía era la certeza de que debía guardarlas un poco más.

Cuando llegué a mi casa las luces ya estaban encendidas, sentí mi corazón acelerarse de tal forma que dolía por el poco espacio que mis pulmones le permitían mientras yo respiraba entrecortadamente. Con las piernas y brazos temblándome, fui hasta la puerta y abrí.

En muchas ocasiones anteriores había llegado después de ellos así que el miedo que surgía en mí era algo que no terminaba de explicarme. Cerré con las llaves al entrar, cautelosamente caminé hasta llegar a las escaleras sin encontrarme con ellos. No llevaba más de la mitad de los escalones cuando escuché la voz de mi padre llamándome desde su cuarto, me detuve en seco apretando en mi mano el celular pues era el objeto más preciado que tenía y no quería que se dañara por su culpa aunque sabía bien que no debía hacerlo esperar o las cosas empeorarían.

El segundo llamado me sobresaltó aunque la orden de que apagara las luces de abajo me ayudó a reaccionar y recordarme que mi puerta estaba antes que la de ellos así que podría aventar el aparato hacia mi cama antes de ir a su habitación. Qué estúpida e ingenua fui.

Apagaba la última luz de la sala cuando su mano tomó mi cabello con la brusquedad que tan bien podía reconocer como de mi madre. Comenzó a gritar de la única forma en que parecía saber hablarme, el dolor en mi cuero cabelludo me obligó a llevar mis manos hacia la de ella hasta que su fuerza me hizo caer en medio de los sillones, tan sólo a unos centímetros de la mesa central que podría haber provocado que hubiera perdido el conocimiento antes de que la lluvia de golpes comenzara, sin embargo ella lo había visto bien y no me iba a permitir ese beneficio.

En cuanto caí sobre mis manos, ella me pateó el estómago para tirarme sobre mi costado y así patearme más veces mientras escuchaba los pesados pasos de mi padre descender la escaleras. Como siempre, traté de encogerme y cubrir mi cabeza con los brazos pues no quería más marcas en el rostro si es que deseaba salir el día siguiente, sin embargo eso tampoco me lo permitirían.

Detuvo las patadas para agacharse y tomarme del cuello de la blusa, al levantarme usó su mano para golpearme el rostro un par de veces; sus gritos me mareaban junto a los golpes, sentía su aliento mezclarse con las gotas de saliva que me salpicaban por la intensidad de sus quejidos que poco podía comprender por culpa del dolor. Hace muchos años yo gritaba casi tan fuerte como ella al pedirle que se detuviera, no obstante eso sólo me había provocado más dolor y moretones que me impedían ir a la escuela por más de una semana a pesar de las veces en que sumergieran mi rostro en la tina llena de agua con hielos.

Me soltó arrojándome hacia atrás con tal fuerza que esta vez mi cabeza sí recibió un golpe aunque el hecho de que fuera contra el suelo cubierto por la costosa alfombra sólo provocara que mi consciencia se desvaneciera por unos segundos en que pude notar a mi padre regresar del patio con las escobas.

Una corriente eléctrica recorrió mi espina, la adrenalina me obligó a girarme y gatear torpemente hacia el lado contrario a donde ellos se encontraban a pesar de que en ese lugar sólo estaba la pared y el final del sillón más largo. Odiaba los golpes con sus cinturones o cables, sin embargo esos eran más soportables al cabo de dos minutos en que mi piel se adormecía, en comparación con los golpes que los palos eran capaces de provocar pues estos terminaban no sólo en mi piel sino hasta mis entrañas y huesos.

El último golpe me durmió todo el brazo izquierdo y me provocó puntos negros en la mirada por lo cercano a que estuvo con mi cabeza. Yo no me moví cuando los escuché cerrar la puerta de su habitación, permanecí en ese lugar temblando y aguantándome los sollozos inútilmente hasta que pude arrastrarme un poco hacia donde el celular había caído. Lo apreté entre mis dedos de nuevo aunque la fuerza que podía hacer era mínima, lo atraje hacia mi pecho antes de lograr marcar los números de la persona que quería volver a escuchar.

Sin embargo la llamada no le llegó, su celular no conectó con el mío y eso no hizo más que aumentar mi dolor. Mis sollozos se transformaron en llanto verdadero que traté de acallar con una de las almohadas del sillón. Ryo me había dejado.

Cuando me desperté al siguiente día, después de que mis padres ya se hubieran ido, tercamente volví a marcarle a Ryotarou con la esperanza de que el día anterior hubiera sido un sueño, aunque el dolor como siempre me recordara que no era así. Mi corazón se calmó al escucharlo contestar, no entendí mucho de lo que me dijo ni él pareció ser capaz de explicarse, ni siquiera me inquieté demasiado cuando cortó la llamada al cabo de tres minutos.

Tanto a Pat como a Sara les envié un correo con la noticia de que me había contestado pues esa breve felicidad me obligaba a desear compartirla con ellos, además de que quería tranquilizarlos sobre lo mejor que ya me encontraba, aun si no me lo terminaba de creer.


El tiempo volvió a pasar sin que yo pudiera seguirlo, más llamadas se perdían tratando de localizar a Ryotarou que las que me contestaba o rechazaba; la poca fuerza que había conseguido se debilitaba conforme los días transcurrían y el humor de mis padres empeoraba contra mí. Un día, después de que me pidieran realizar compras bajo el aviso de que llevarían a unos amigos a quedarse en su casa por unos días, la violencia que desquitaron en mí me dejó con mi muñeca muy adolorida y un dedo roto así que su solución fue obligarme a quedarme en el sótano con la advertencia de que si escuchaban algún sonido mío el castigo sería peor.

No había nada que me asustara más que sus amenazas pues sabía bien que no mentían cuando se trataba de romper huesos, sabía que no iba a ganar nada si llamaba la atención de quienes estuvieran de visita sin importar el hambre que tuviera o el dolor que no podía apaciguar con medicamentos. Tres días tuve que esperar a que se fueran y ellos me dejaran salir.

La semana siguiente poco caso me prestaron, quería sentirme cómoda con eso, sin embargo mi miedo no se detenía sabiendo que ese tiempo de contención nunca significaba buenas noticias además de que el último correo que le había respondido a Pat me había abierto los ojos a nuevas formas de dolor que ellos aún no probaban y que estaba segura que no dejarían pasar.

Por eso es que ese día, cuando al atardecer llegaron acompañados de cuatro hombres, supe que todo había terminado. Por la ventana de mi cuarto los vi tambalearse al bajar del coche e ir hacia la entrada, no entendía lo que decían aunque no me interesaba. Me levanté de mi cama sintiéndome aterrada, el instinto me obligó a ir hacia la puerta y cerrarla justo cuando escuchaba a mi padre llamarme de una forma nueva que más que alegrarme o tranquilizarme, liberó mis lágrimas. Cerré con el seguro y grité cuando escuché un golpe por fuera, moví mi cama para pegarla a la puerta mientras oía los gritos mis dos padres mientras golpeaban la puerta y movían ferozmente la manija tratando de abrir.

Me fui hasta el otro lado de la habitación donde me dejé caer, me encogí en mi espacio recordando una de las veces en que traté de huir de su maltrato al esconderme en mi cuarto, tapé mis oídos y cerré mis ojos aunque las lágrimas no cedían.

—¡Abre la maldita puerta! ¡No te atrevas a dejarnos en ridículo! ¡¿Creíste que te mantendríamos toda la vida sin cobrarte nada de lo que hemos gastado en ti?! ¡Es hora de que pagues con ese cuerpo que ya hemos mantenido por estos años!

En el momento en que abrieran la puerta y me atraparan, todo se acabaría para mí, ya no podría huir más de la oscuridad en que ellos deseaban ahogarme. Ya nunca volvería a ser la misma Naran.


—Tengo miedo... no quiero estar aquí... ayuda... por favor... alguien...

1 comentario:

  1. Me alegra que hayas escrito esta parte de Naran, aunque sea una situación dificil para ella (¡Me encanta saber de Naran!)
    Que bueno que hayas agregado ciertos recuerdos de Naran con Ryo y cómo eran ellos dos, creo que eso me hubiera gustado leer más porque son tan lindos juntos~
    La última parte, cuando llegan los hombres, no la había entendido en la historia original hasta que leí este capítulo extra y debo decir que no pensé que sus padres iban a hacerle semejante cosa x.x Pero que bueno que después de pedir ayuda, llegó su principe rojo (?) a salvarla ovo9
    Creo que a pesar de que Naran era la luz de Ryo, la luz de Naran era él, sólo espero que lo haya podido ver de esa forma.

    Gracias por este capítulo extra, como dije, me gustó saber más de Naran y lo que piensa más que nada!

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