lunes, 31 de octubre de 2016

31 de octubre

Con un suave clamor a su alrededor, notó que aquella época había por fin llegado a esa zona pues la mayoría de los que ahí residían se volvían más activos y emotivos, uno que otro temeroso, mientras las llamadas incrementaban y la calidez comenzaba a colorear aquel sitio monocromático y silencioso.

El tiempo no existía en ese lugar hasta que esa temporada se acercaba. Fuera febrero, marzo, junio, julio, agosto o noviembre, y los llamados variaran, aquellos que lo esperaban se emocionaban por el regalo que se les había hecho desde tiempos en que la oscuridad aún gobernaba las vidas de los humanos. ¿Qué alma no se alegraría por la oportunidad de ver a aquellos que se les había arrebatado?

Ahí estaba la señora H rezando porque pudiera conocer a sus nietos, por el otro lado el señor S y el señor P no paraban de hablar de lo emocionados que estaban porque sus familias podían unirse de nuevo en esa celebración, en otro espacio las señoras H, T, R y C reían por las anécdotas que ese día querían contar sobre sus familias pues la felicidad por verlas las hacía hablar todo lo que no habían hecho antes.

Los señores F y J hacían de lado su seriedad para recordar las similitudes que tenían entre ellos por lo que habían dejado atrás. Hablaban del dolor que sentían por no poder abrazar más a los que amaban, por no poder darles más ayuda que sus limitadas apariciones en sueños, por no ser capaces de desaparecer el arrepentimiento, la pena y las penurias de sus seres queridos más importantes. Al volver, la señora M les habló de la dicha que sentía porque en poco tiempo ascenderían a verlos, a darles la fuerza que necesitaran para seguir adelante y las caricias intangibles que tanto extrañaban otorgar.

Como ellos, muchas más almas se animaban. Pasear entre tanta expectación siempre le recordaba el por qué se había hecho ese trato y se mantenía, la ayudaba a despejarse y recuperar su compasión. Decidiendo actualizarse sobre los vivos, subió tomando la apariencia de una joven sencilla.


Pasaba de medio día, el clima otoñal reinaba en todo su esplendor pues la transición a la próxima estación se encontraba cerca. Una brisa fría arremolinó su melena negra junto a su falda mientras comenzaba a caminar. Frente a ella había un mercado sencillo que había sido completamente acaparado por todo lo que los humanos pudieran necesitar para sus altares: velas, flores, papel picado, figuras de migajón, frutos, copal, adornos para todo tipo de gustos, dulces e ingredientes para el festín que muchos cocinarían para las almas cansadas del viaje.

Había mucho ruido, mucha gente y demasiados olores distintivos de ese día por lo que se sintió abrumada al cabo de unos minutos así que se dio la vuelta para irse hacia el parque que adornaba el centro de esa ciudad. El hogar de los vivos había dejado de atraerle desde que estos habían incrementado su odio y temor hacia Ella, además que todo era igual sin importar la época o región.

Lentamente llegó a la parte central del parque donde varios niños correteaban juntos soltando risas estruendosas sobre cosas que no comprendía ni le interesaba hacerlo, algunos adultos los cuidaban mientras platicaban entre ellos o simplemente los veían jugar. Nadie ahí le prestaba atención, justo como lo deseaba, así que continuó su recorrido hasta que sus ojos se toparon con los de un pequeño.

Al detenerse comprobó que la mirada de ese niño sí estaba sobre de ella así que levantó la mano para saludarlo como había visto hacer a otros; él no la veía con miedo, ni con odio, ni con alegría, sólo la veía con curiosidad de la forma en que alguien vería a otra persona si esta se le hiciera ligeramente conocida. Fue hacia él esperando que este se levantara y saliera corriendo o evitara seguir viéndola, sin embargo el niño pareció acomodarse para que ella hiciera lo mismo a su lado.

El menor estaba sobre el pasto, tenía basuras de dulce frente a sus pies descalzos y sucios, sus sandalias se encontraban detrás de él con una apariencia tan desgastada como la del resto de su ropa. Tomó asiento a unos centímetros de él aún sin hablarle mientras que él volvía a jugar con la basura haciendo figuras con ellas.

—¿Cuál es tu nombre?

—Toctli. —Se sorprendió tanto de que le respondiera como que lo hiciera con sinceridad pues estaba segura de que a los niños se les enseñaba a desconfiar de los extraños, cuando cuidaban de estos.

—¿Qué haces aquí solo, Toctli? —El niño se encogió de hombros sin dejar la basura con la que jugaba.

—Mis padres están vendiendo, no querían que estorbara así que vine a aquí.

Sus años conociendo a los humanos, por muy poco que los visitara, le permitieron notar que ese niño era de los que esos seres acostumbraban tener a pesar de sus dificultades económicas y la falta de interés por su descendencia. Toctli no era más que un alma obligada a dejar el reino de los muertos para vivir con padres que si no lo descuidaban, lo maltrataban o lo ocupaban para ganar más dinero que ayudara a la manutención de su indeseada gran familia.

—¿Tú qué haces aquí? —El recorrido de sus pensamientos se detuvo, estaba segura de que ese pequeño no sabría quién era pues nadie a sus cinco años lo entendería, sin embargo algo en su forma de hablar no cuadraba con sus memorias.

—Veo las preparaciones para el primero y segundo —Al cabo de unos segundos más en silencio, Toctli le preguntó la razón por lo que lo hacía—. Para comprobar que esta celebración aún conserva su objetivo.

—Eso parece para algunos —Toctli quitó sus sandalias de detrás del él para dejarse caer sobre el pasto, Ella permaneció en la misma posición, no necesitaba verlo para saber las expresiones que hacía al hablar—. Si yo muriera, sé que ellos no me llamarían de regreso... ¿Eso es malo?

—No, tu alma se liberaría para ocupar un nuevo cuerpo al que sí podrían llamar de regreso cuando te fueras de nuevo. —Ya no estaba hablando con Toctli, por fin se dio cuenta que con quien hablaba era un alma vieja que había pasado ya por muchas reencarnaciones, suficientes para el reconocimiento a pesar del disfraz. Hablar de eso con esa alma no era romper su juramento del silencio pues cuando Ella se fuera, él volvería a ser el mismo niño de antes con sólo un mínima porción de los sentimientos acumulados de esa alma.

—Entonces sí es malo... —Dejó escapar un profundo suspiro a la par de su movimiento para levantarse y calzarse—. Ya no creo soportar más regresos, ya estoy cansado de la felicidad y del dolor. La vida ya me aburre.

El alma caminó para salir del pasto donde se detuvo dándole la espalda hasta que se giró, por el llamado de Ella quien le arrojó una de las basuras, cuando lo capturó, este obtuvo la forma de un dulce de verdad. Sonriéndole de medio lado se despidió.

Conforme caminaba hacia el mercado, notó como Toctli volvía en sí devorando el dulce de un bocado, daba pequeños saltos que agitaban su ya alborotado cabello oscuro y le sonreía a uno de sus hermanos que lo llamaba con la misma felicidad.


El Día de los Muertos estaba cerca, el calor se sentía al igual que la añoranza se incrementaba conforme los lugares se adornaban. La Muerte decidió regresar a su hogar a esperar esos dos días en que le abriría camino a los amados para unas horas entre los vivos.

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