jueves, 16 de junio de 2016

And then, when she decided she wouldn’t opened her heart again, the key appeared in hands of a desperate one.

Lentamente Naran abrió sus ojos, la parte baja de la espalda ya le dolía por la posición en la que se había sentado además de que el respaldo que había elegido la había incomodado de igual manera. Llevó su mano derecha a su cuello para sobarse un poco mientras terminaba de desperezarse hasta que la preocupación por el tiempo que había pasado le provocó una descarga de energía y angustia que la obligó a ver su reloj de muñeca.

Un minuto tarde había despertado después de la hora en que ya debía haber comenzado su clase. De un salto se levantó para caminar con rapidez al salón donde debía encontrarse para su primer clase de pintura. Llevaba la mitad de la escalera que la llevaría al tercer piso cuando recordó al compañero que había visto del otro lado del tronco; ya no podía ver su escondite desde donde se encontraba y aún así se giró en esa dirección preguntándose si seguía ahí y se había reído de la apresurada reacción de ella.

A pesar de haber subido los escalones de dos en dos y haber caminado tan rápido como podía, llegó a la puerta del salón cinco minutos tarde, cuando todos sus compañeros ya estaban en sus asientos preparando lo que seguramente les habían pedido la clase anterior. Con una disculpa y su usual sonrisa, Naran pidió permiso para entrar esperando recibir una mirada desaprobatoria de su profesor, sin embargo este le respondió la sonrisa ladeando la cabeza para permitirle la entrada.

Todas las mesas de dibujo del lugar ya eran bastante viejas con colores de pinturas de muchas generaciones que ya las habían usado, estas estaban distribuidas por pares formando tres columnas de cuatro filas que daban lugar para veinticuatro alumnos, siendo que los de ese momento tres chicos se quedaban en una mesa sin compartir.

Naran distinguió enseguida a su mismo compañero solitario del árbol así que tomó la decisión de sentarse a su lado sólo por esa clase para preguntarle lo que habían hecho antes y lo que harían ahora.
A simple vista el chico no parecía ser muy amable por la seriedad de su semblante y un toque de intimidación en su mirar, y aún así las dos veces que Naran lo había escuchado hablar le parecía que no era nada de eso en realidad.

El profesor comenzó su explicación sobre la técnica para usar el carboncillo mientras Naran aún se acomodaba, ella alcanzó a ver un poco de cambio en el semblante de su compañero aunque no fue capaz de distinguir si era malo o bueno a causa de que debía seguir concentrándose en no hacer ruido o demasiado movimiento que distrajera al maestro o a los demás alumnos.

Una vez que el profesor terminó, los estudiantes sacaran sus materiales y observaron los objetos que él les había acomodado enfrente para que decidieran qué usar para dibujar con luces y sombras, lo principal a practicar.

—¿Puedo ver cómo lo haces? —el chico apenas y giró su rostro para verla, lo que dejó a Naran con la duda de si había levantado una ceja o no—. O si lo prefieres, déjame ver las cosas que hicieron en las clases pasadas.

De nuevo él sólo la observó sin decirle nada hasta que se encogió de hombros antes de empezar con el dibujo de una de las botellas de cristal que eran los modelos que el profesor había colocado: —Como quieras.

El chico llevaba su carboncillo al papel grisáceo con el que trabajaba cuando se detuvo súbitamente, Naran lo vio mientras se preguntaba la razón por la que lo había hecho. Él dejó de lado lo que llevaba en su mano para tomar su papel, doblarlo a la mitad y cortarlo; para sorpresa de Naran, él le entregó una de las mitades y le acercó la pequeña bolsa de plástico donde llevaba otros carboncillos.

—Ay no, no tenías que hacerlo —sin querer alzar la voz, Naran recibió lo ofrecido sintiéndose realmente apenada porque él lo hubiera tenido que compartir, como respuesta recibió de nuevo un encogimiento de hombros en lo que él volvía a concentrarse en su propio trabajo tratando de ignorar las miradas curiosas de algunos de sus compañeros—. Lo siento… ¿cuál es tu nombre?

—Ryotarou.

—Muchas gracias, Ryotarou, te lo pagaré mañana.

—Como quieras —el chico mantuvo su vista en su trabajo, seguía sonando amable para Naran aunque un tanto cortante así que decidió hacer lo mismo y concentrarse en lo que el resto hacía.

Nunca antes había dibujado algo tan realista o detallado así que no tenía esperanzas en su resultado final; las palabras que Pat le había dicho en el pasado era lo que la había motivado a entrar a esa clase y dar lo mejor de sí para intentar y cumplir con lo que les pedían así que no se quejaría y se dejaría llevar por la tranquilidad que su amigo siempre le había presumido que hallaba al pintar o dibujar.

—¿Cómo te llamas tú? —la voz de su compañero casi la sobresaltó pues había dado por sentado que él no se interesaría en nada que no fuera lo suyo, no pudo evitar pensar en lo tierno que ese chico podía ser en realidad.

—Soy Naran.

Sorprendiéndola de nuevo, Ryotarou no hizo más preguntas, no porque la ignorara, sino porque parecía que no era ese tipo común de personas que les gustaba hacer mil preguntas que saciaran su curiosidad sobre las personas que los rodeaban. De alguna forma Naran se sintió muy cómoda con él, sentía que su presencia a su lado era tranquilizadora y agradable.

En cuanto el pensamiento terminó de tomar forma y lógica en su mente, sintió su corazón estrujarse bajo su piel, tragando saliva intento deshacerse del nudo en su garganta que siempre acompañaba ese tipo de dolor. No podía permitirse sentirse a gusto con nadie, no debía apegarse a nadie pues tarde o temprano lo dejaría de ver, y de nuevo se provocaría dolor a sí misma.

Sacudió la cabeza un poco antes de volver a fijar su atención en el dibujo que debería hacer; y aún con eso se cachó a sí misma volviendo a ver al chico. A decir verdad, le agradaba la forma de su cabello medio ondulado el cual poco sabía acomodárselo y que, al tenerlo ligeramente largo, visto por detrás no parecía tanto un chico excepto si ponías atención en lo ancho de su espalda; también le gustaba el color que tenía pues era un castaño más oscuro que el de ella y que en la sombra parecía negro; mas lo que terminaba por atraerla más era el color de sus ojos, eran de un verde inusualmente brillante y vivo que parecía ocultarse por la frialdad común de su mirada, Naran no podía dejar de preguntarse cómo era que el resto de sus compañeras no se había interesado aún en él pues era bien sabido que las personas con ojos claros llamaban mucho la atención por ser algo fuera de lo común.

De nuevo se sacudió los pensamientos, dejó de ver a Ryotarou para distraerse con el dibujo que ya hacía pues ella no estaba tan segura de cómo debería usar el carboncillo para las luces así que usó lo que él hacía como modelo. Le sorprendió que trabajara tan rápido, que las líneas simples que había empezado a hacer, ahora le dieran forma a la repetición del frasco de cristal que estaba sobre el escritorio del profesor, por eso fue que Naran no quiso quedarse atrás.

Al final su dibujo no fue nada bueno aunque sentía que había comenzado a entender el uso de ese material y, junto con las observaciones que el profesor le hizo, supo lo que haría la siguiente clase si se repetía el ejercicio.

Ella fue más rápida que él en guardar sus cosas puesto que no había sacado nada más que un lápiz, por eso fue quien lo esperó pues aún tenía cosas que preguntarle sobre lo de las clases anteriores y el material que le había prestado.

—Y entonces ¿cómo te repongo lo que me diste? —le soltó la pregunta en cuanto iniciaron el camino hacia las escaleras.

—Déjalo así, no importa.

—Claro que importa, te puedo pagar.

—No recuerdo cuánto costó y no tengo forma de verlo —Naran suspiró, odiaba sentir que le debía algo a alguien.

—¡Ya sé! —chasqueó los dedos en el momento en que la idea apareció en su mente, se giró a verlo con una sonrisa de verdadera felicidad, y cierto orgullo por haberlo pensado, aunque él seguía sin verla directamente—. ¿Cuál es la tienda de materiales más cercana?

Justo en el final de las escaleras, Ryotarou por fin la vio, de nuevo con una ceja alzada y seriedad en el resto de su cara: —No sé si es la más cercana pero es la única que conozco…—reinició su camino hacia la salida obligando a la chica a seguirlo unos pasos mientras buscaba la mejor forma de darle las indicaciones para llegar—. Pues… si tomas uno de los camiones que pasan por la esquina, este te llevará directo a esa tienda.

—¿Vas hacia esa esquina? —Ryotarou asintió—. Bien, ahí podrás enseñarme cuál es ese camión.

En silencio ambos recorrieron la distancia que abarcaba la mitad del estacionamiento de una de las plazas situadas al lado de su escuela, Ryotarou se había colocado sus audífonos sin que ella se diera cuenta de cuándo, al notarlos fue que decidió de nuevo que no lo interrumpiría pues no tenía nada de qué hablar con él no sólo porque no lo conocía, sino también porque ella misma no sabía qué decir.

Se detuvieron en la esquina, Ryotarou utilizó la sombra de un poste para cubrirse del sol así que Naran se paró a su lado con las manos tomadas en su espalda y viendo hacia los camiones y coches que pasaban por la amplia avenida.

—¿Irás en este momento a la tienda?—Naran lo observó por la sorpresa de que le hubiese hablado primero, únicamente le respondió afirmativamente con un movimiento de cabeza, él se encogió de hombros—. Él camión donde yo me subo te llevará, yo bajo después de esa parada así que podría decirte dónde.

—Ah, claro… me encantaría —le sonrió como siempre, él esta vez sonrió de medio lado mientras caminaba hacia la orilla de la banqueta y le hacía la parada al camión donde debían subirse.

Ryotarou pagó el pasaje de los dos sólo para apresurar su ascenso así que en cuanto se sentaron Naran le pagó su cuota. De nuevo él se encerró en su propio mundo mientras ella veía por la ventana ya que su nuevo amigo le había cedido ese lugar a pesar de que bajaría antes.

En pocas ocasiones ella lo volteó a ver a él y viceversa, ambos respondían con sus típicas sonrisas cuando sus miradas se encontraban aunque se mantenían sin hablar hasta que el momento en que ella debía despedirse.

—Gracias de nuevo, nos vemos mañana.

Naran pasó una hora dentro de la tienda hasta que compró lo que buscaba y debía reponerle a su compañero, después de eso se fue a seguir explorando las zonas centrales de esa ciudad tan grande gracias a que el transporte ahí era mucho más extenso que en cualquier otro lugar donde había vivido así que aún le quedaba tiempo para investigar los lugares en los que pudiera ayudar como siempre lo había hecho.


Por dos semanas más siguió juntándose con las mismas cinco chicas que de vez en cuando salían con los otros seis chicos, Naran comenzó a sentirse incómoda entre ellos por la cantidad y por las cosas de las que hablaban pues nada le interesaba a ella y comenzaba a olvidar qué decir para continuar las conversaciones por lo que pasaba más tiempo en silencio y en sus propios pensamientos, lo que no dejaba de molestarla así que decidió volver a su versión anterior donde le hablaba a todos sin falta.

Había perdido esa costumbre desde mediados de tercer año de secundaria al darse cuenta que terminaba llamando demasiado la atención, lo que atraía a algunos de sus compañeros que hacían todo lo posible por saber más de ella, lo cotidiano y su familia, lo que siempre trataba de evitar por un secreto que tenía que guardar y que sólo esa vez a mitad de tercero lo habían descubierto.

Se había encariñado con dos chicas, sin darse cuenta había bajado tanto la guardia con ellas que estas habían caído completamente en la curiosidad como para seguirla hasta su casa y conocer eso que tanto quería ocultar. Dejarlas había sido doloroso, más al hacerlo sin despedirse de ellas, sin embargo lo que más la había lastimado es que la hubiesen visto con ese secreto que guardaba tan celosamente pues era la peor de las vistas que podían haber tenido de ella.

Contándolas a ellas dos, sólo cinco personas sabían de Eso. La primera en descubrirlo había sido una compañera de cuando ella iba en segundo del jardín de niños, esa niña le había hecho ver a la pequeña Naran de cuatro años que lo que pasaba no estaba bien ni era normal. El segundo fue un profesor de cuando ella empezaba tercero del jardín, él la hizo ver que Eso no sólo estaba mal, sino que la mayoría de la gente no lo aceptaba y creían que debía cambiarse, a partir de ese momento supo que nadie más debía saberlo o lo peor podía ocurrir, tal y como sus padres se lo hicieron entender.

El tercero había sido Pat, a los once años Naran estaba consciente de lo que Eso era y significaba, ya había aprendido bien a guardar el secreto y aún así Pat se dio cuenta y se lo preguntó directamente pues él mismo también vivía con algo similar. Sin desearlo Naran le abrió su corazón a ese amigo y él a ella; sin darse cuenta estar juntos se convirtió en una verdadera felicidad para ambos hasta que el dolor los hizo recordar la realidad cuando fueron separados.

A Naran le había costado casi un año sobrepasar ese sentir, cuando lo hizo decidió cuidar más la distancia que tomaba de todos los que conocía al tener relaciones superficiales con todos ellos. Con falsedad cubrió esa superficialidad hasta que al conocer a las últimas dos la hizo cerrarse aún más y volverse un tanto fría y callada, algo que no le terminaba de agradar pues no se sentía como ella, como la persona que había decidido ayudar a los que lo necesitaran.

Por eso fue que en cuanto tuvo la oportunidad cambió de grupo. Para su clase de español debieron formar equipos de cinco, sin decirle nada a sus amigas actuales tomó sus cosas y se fue con las cuatro chicas risueñas las cuales la aceptaron sin una sola objeción y sintiéndose agradecidas por no haber tenido que esperar al miembro sobrante. Sin quererlo Naran se interesó por saber donde acabaría Ryotarou quien fue llamado a hacer equipo con los tres chicos fanáticos de los cómics además del otro solitario quien no pareció tan cómodo como su compañero de pintura.

Gracias a ese trabajo conoció mejor a Elizabeth, Hina, Kari y Sofía. Tal y como lo había visto, las cuatro chicas tenían un humor muy simple aunque no por eso se reían de cualquier cosa, sabían con qué entretenerse y pasar el rato a pesar de que no todas tenían los mismos gustos. Naran se sentía más cómoda con ellas pues su risa solía ser contagiosa y, a pesar de que pocas veces ella decía cosas que las hiciera reír tanto, ninguna de las cuatro la criticaba o la obligaba a unirse a su despliegue de simplezas.

A partir de ese trabajo se fue separando lentamente de las primeras chicas por excusa de que tenían que ponerse de acuerdo. Aun así, en las mañanas siempre hablaba con sus primeras amigas, además de que recuperó la confianza en sí misma para hablar con todos sus compañeros, sin falta, al menos una vez al día, aunque el chico más tímido y solitario era quien menos agradecía sus intentos de amistad.

También notó que por ese trabajo, Ryotarou por fin se unió a un grupo, los tres chicos con los que había hecho el trabajo no volvieron a dejarlo solo al descubrir que él no tenía gustos tan diferentes a los de ellos. Naran se sintió feliz por que ya no estuviera solo y no fuera sólo ella quien lo siguiera, y al mismo tiempo sintió un poco de envidia por no haber sido ella a quien él hubiera elegido. Al final era mejor que no hubiera pasado así.

Rápidamente se pasó un mes para Naran, dos veces había dejado de ir al lugar secreto donde Ryotarou también esperaba la clase de pintura pues había pensado que a él podía gustarle estar solo en ese lugar más que cuando ella lo invadía aun cuando tomara su distancia y no le hablara.

Sólo ese jueves, ella fue a sentarse sorprendiéndose de que Ryotarou no estuviera ahí aún. No se sentó en el lugar de siempre sino que se quedó más cerca de la pared blanca que separaba la plaza de su escuela, ahí se recargó un poco en los arbustos sobrevivientes del borde natural que trataron de hacer.

De nuevo se había enfermado, llevaba su cubre bocas desde el martes de esa semana después de haber faltado el lunes. Por eso ese jueves se alejó temprano de sus amigas para irse a refugiar a ese espacio esperando que el malestar pasara rápido.

No llevaba más de cinco minutos ahí cuando escuchó los pasos de quien esperó sin darse cuenta. Frente a ella, a unos pasos más hacia la banqueta del lugar, Ryotarou tomó asiento después de saludarla en el momento en que levantó la cabeza para verlo e intentar mostrarle su sonrisa de siempre aunque esta estuviera cubierta. Naran lo notó dudar un poco antes de terminar de acomodarse, ella sabía bien que ese había sido el comportamiento de alguien que dudaba si debía preguntar algo o no. Él, a diferencia de los de siempre, se guardó su curiosidad para concentrarse en su libro.

Naran volvió a cubrirse el rostro en el espacio que quedaba entre su pecho y sus rodillas cuando recargaba sobre estas los brazos. De nuevo se dejó perder en el vacío de su lucha mental por no pensar en ciertas cosas.

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