Lentamente Naran abrió sus ojos, la parte
baja de la espalda ya le dolía por la posición en la que se había sentado
además de que el respaldo que había elegido la había incomodado de igual
manera. Llevó su mano derecha a su cuello para sobarse un poco mientras
terminaba de desperezarse hasta que la preocupación por el tiempo que había
pasado le provocó una descarga de energía y angustia que la obligó a ver su
reloj de muñeca.
Un minuto tarde había despertado después
de la hora en que ya debía haber comenzado su clase. De un salto se levantó
para caminar con rapidez al salón donde debía encontrarse para su primer clase
de pintura. Llevaba la mitad de la escalera que la llevaría al tercer piso
cuando recordó al compañero que había visto del otro lado del tronco; ya no
podía ver su escondite desde donde se encontraba y aún así se giró en esa
dirección preguntándose si seguía ahí y se había reído de la apresurada
reacción de ella.
A pesar de haber subido los escalones de
dos en dos y haber caminado tan rápido como podía, llegó a la puerta del salón
cinco minutos tarde, cuando todos sus compañeros ya estaban en sus asientos
preparando lo que seguramente les habían pedido la clase anterior. Con una
disculpa y su usual sonrisa, Naran pidió permiso para entrar esperando recibir
una mirada desaprobatoria de su profesor, sin embargo este le respondió la
sonrisa ladeando la cabeza para permitirle la entrada.
Todas las mesas de dibujo del lugar ya
eran bastante viejas con colores de pinturas de muchas generaciones que ya las
habían usado, estas estaban distribuidas por pares formando tres columnas de cuatro
filas que daban lugar para veinticuatro alumnos, siendo que los de ese momento tres
chicos se quedaban en una mesa sin compartir.
Naran distinguió enseguida a su mismo
compañero solitario del árbol así que tomó la decisión de sentarse a su lado
sólo por esa clase para preguntarle lo que habían hecho antes y lo que harían
ahora.
A simple vista el chico no parecía ser muy
amable por la seriedad de su semblante y un toque de intimidación en su mirar,
y aún así las dos veces que Naran lo había escuchado hablar le parecía que no
era nada de eso en realidad.
El profesor comenzó su explicación sobre
la técnica para usar el carboncillo mientras Naran aún se acomodaba, ella
alcanzó a ver un poco de cambio en el semblante de su compañero aunque no fue
capaz de distinguir si era malo o bueno a causa de que debía seguir
concentrándose en no hacer ruido o demasiado movimiento que distrajera al
maestro o a los demás alumnos.
Una vez que el profesor terminó, los estudiantes
sacaran sus materiales y observaron los objetos que él les había acomodado
enfrente para que decidieran qué usar para dibujar con luces y sombras, lo
principal a practicar.
—¿Puedo ver cómo lo haces? —el chico
apenas y giró su rostro para verla, lo que dejó a Naran con la duda de si había
levantado una ceja o no—. O si lo prefieres, déjame ver las cosas que hicieron
en las clases pasadas.
De nuevo él sólo la observó sin decirle
nada hasta que se encogió de hombros antes de empezar con el dibujo de una de
las botellas de cristal que eran los modelos que el profesor había colocado: —Como
quieras.
El chico llevaba su carboncillo al papel
grisáceo con el que trabajaba cuando se detuvo súbitamente, Naran lo vio
mientras se preguntaba la razón por la que lo había hecho. Él dejó de lado lo
que llevaba en su mano para tomar su papel, doblarlo a la mitad y cortarlo;
para sorpresa de Naran, él le entregó una de las mitades y le acercó la pequeña
bolsa de plástico donde llevaba otros carboncillos.
—Ay no, no tenías que hacerlo —sin querer
alzar la voz, Naran recibió lo ofrecido sintiéndose realmente apenada porque él
lo hubiera tenido que compartir, como respuesta recibió de nuevo un
encogimiento de hombros en lo que él volvía a concentrarse en su propio trabajo
tratando de ignorar las miradas curiosas de algunos de sus compañeros—. Lo
siento… ¿cuál es tu nombre?
—Ryotarou.
—Muchas gracias, Ryotarou, te lo pagaré
mañana.
—Como quieras —el chico mantuvo su vista
en su trabajo, seguía sonando amable para Naran aunque un tanto cortante así
que decidió hacer lo mismo y concentrarse en lo que el resto hacía.
Nunca antes había dibujado algo tan
realista o detallado así que no tenía esperanzas en su resultado final; las
palabras que Pat le había dicho en el pasado era lo que la había motivado a entrar
a esa clase y dar lo mejor de sí para intentar y cumplir con lo que les pedían
así que no se quejaría y se dejaría llevar por la tranquilidad que su amigo
siempre le había presumido que hallaba al pintar o dibujar.
—¿Cómo te llamas tú? —la voz de su
compañero casi la sobresaltó pues había dado por sentado que él no se
interesaría en nada que no fuera lo suyo, no pudo evitar pensar en lo tierno
que ese chico podía ser en realidad.
—Soy Naran.
Sorprendiéndola de nuevo, Ryotarou no hizo
más preguntas, no porque la ignorara, sino porque parecía que no era ese tipo
común de personas que les gustaba hacer mil preguntas que saciaran su
curiosidad sobre las personas que los rodeaban. De alguna forma Naran se sintió
muy cómoda con él, sentía que su presencia a su lado era tranquilizadora y
agradable.
En cuanto el pensamiento terminó de tomar
forma y lógica en su mente, sintió su corazón estrujarse bajo su piel, tragando
saliva intento deshacerse del nudo en su garganta que siempre acompañaba ese
tipo de dolor. No podía permitirse sentirse a gusto con nadie, no debía
apegarse a nadie pues tarde o temprano lo dejaría de ver, y de nuevo se
provocaría dolor a sí misma.
Sacudió la cabeza un poco antes de volver
a fijar su atención en el dibujo que debería hacer; y aún con eso se cachó a sí
misma volviendo a ver al chico. A decir verdad, le agradaba la forma de su
cabello medio ondulado el cual poco sabía acomodárselo y que, al tenerlo ligeramente
largo, visto por detrás no parecía tanto un chico excepto si ponías atención en
lo ancho de su espalda; también le gustaba el color que tenía pues era un
castaño más oscuro que el de ella y que en la sombra parecía negro; mas lo que
terminaba por atraerla más era el color de sus ojos, eran de un verde
inusualmente brillante y vivo que parecía ocultarse por la frialdad común de su
mirada, Naran no podía dejar de preguntarse cómo era que el resto de sus
compañeras no se había interesado aún en él pues era bien sabido que las
personas con ojos claros llamaban mucho la atención por ser algo fuera de lo
común.
De nuevo se sacudió los pensamientos, dejó
de ver a Ryotarou para distraerse con el dibujo que ya hacía pues ella no
estaba tan segura de cómo debería usar el carboncillo para las luces así que
usó lo que él hacía como modelo. Le sorprendió que trabajara tan rápido, que
las líneas simples que había empezado a hacer, ahora le dieran forma a la
repetición del frasco de cristal que estaba sobre el escritorio del profesor,
por eso fue que Naran no quiso quedarse atrás.
Al final su dibujo no fue nada bueno
aunque sentía que había comenzado a entender el uso de ese material y, junto
con las observaciones que el profesor le hizo, supo lo que haría la siguiente
clase si se repetía el ejercicio.
Ella fue más rápida que él en guardar sus
cosas puesto que no había sacado nada más que un lápiz, por eso fue quien lo
esperó pues aún tenía cosas que preguntarle sobre lo de las clases anteriores y
el material que le había prestado.
—Y entonces ¿cómo te repongo lo que me
diste? —le soltó la pregunta en cuanto iniciaron el camino hacia las escaleras.
—Déjalo así, no importa.
—Claro que importa, te puedo pagar.
—No recuerdo cuánto costó y no tengo forma
de verlo —Naran suspiró, odiaba sentir que le debía algo a alguien.
—¡Ya sé! —chasqueó los dedos en el momento
en que la idea apareció en su mente, se giró a verlo con una sonrisa de
verdadera felicidad, y cierto orgullo por haberlo pensado, aunque él seguía sin
verla directamente—. ¿Cuál es la tienda de materiales más cercana?
Justo en el final de las escaleras,
Ryotarou por fin la vio, de nuevo con una ceja alzada y seriedad en el resto de
su cara: —No sé si es la más cercana pero es la única que conozco…—reinició su
camino hacia la salida obligando a la chica a seguirlo unos pasos mientras buscaba
la mejor forma de darle las indicaciones para llegar—. Pues… si tomas uno de
los camiones que pasan por la esquina, este te llevará directo a esa tienda.
—¿Vas hacia esa esquina? —Ryotarou
asintió—. Bien, ahí podrás enseñarme cuál es ese camión.
En silencio ambos recorrieron la distancia
que abarcaba la mitad del estacionamiento de una de las plazas situadas al lado
de su escuela, Ryotarou se había colocado sus audífonos sin que ella se diera
cuenta de cuándo, al notarlos fue que decidió de nuevo que no lo interrumpiría
pues no tenía nada de qué hablar con él no sólo porque no lo conocía, sino
también porque ella misma no sabía qué decir.
Se detuvieron en la esquina, Ryotarou
utilizó la sombra de un poste para cubrirse del sol así que Naran se paró a su
lado con las manos tomadas en su espalda y viendo hacia los camiones y coches
que pasaban por la amplia avenida.
—¿Irás en este momento a la tienda?—Naran
lo observó por la sorpresa de que le hubiese hablado primero, únicamente le respondió
afirmativamente con un movimiento de cabeza, él se encogió de hombros—. Él
camión donde yo me subo te llevará, yo bajo después de esa parada así que
podría decirte dónde.
—Ah, claro… me encantaría —le sonrió como
siempre, él esta vez sonrió de medio lado mientras caminaba hacia la orilla de
la banqueta y le hacía la parada al camión donde debían subirse.
Ryotarou pagó el pasaje de los dos sólo
para apresurar su ascenso así que en cuanto se sentaron Naran le pagó su cuota.
De nuevo él se encerró en su propio mundo mientras ella veía por la ventana ya
que su nuevo amigo le había cedido ese lugar a pesar de que bajaría antes.
En pocas ocasiones ella lo volteó a ver a
él y viceversa, ambos respondían con sus típicas sonrisas cuando sus miradas se
encontraban aunque se mantenían sin hablar hasta que el momento en que ella
debía despedirse.
—Gracias de nuevo, nos vemos mañana.
Naran pasó una hora dentro de la tienda
hasta que compró lo que buscaba y debía reponerle a su compañero, después de
eso se fue a seguir explorando las zonas centrales de esa ciudad tan grande
gracias a que el transporte ahí era mucho más extenso que en cualquier otro
lugar donde había vivido así que aún le quedaba tiempo para investigar los
lugares en los que pudiera ayudar como siempre lo había hecho.
Por dos semanas más siguió juntándose con
las mismas cinco chicas que de vez en cuando salían con los otros seis chicos,
Naran comenzó a sentirse incómoda entre ellos por la cantidad y por las cosas
de las que hablaban pues nada le interesaba a ella y comenzaba a olvidar qué
decir para continuar las conversaciones por lo que pasaba más tiempo en
silencio y en sus propios pensamientos, lo que no dejaba de molestarla así que
decidió volver a su versión anterior donde le hablaba a todos sin falta.
Había perdido esa costumbre desde mediados
de tercer año de secundaria al darse cuenta que terminaba llamando demasiado la
atención, lo que atraía a algunos de sus compañeros que hacían todo lo posible
por saber más de ella, lo cotidiano y su familia, lo que siempre trataba de
evitar por un secreto que tenía que guardar y que sólo esa vez a mitad de
tercero lo habían descubierto.
Se había encariñado con dos chicas, sin
darse cuenta había bajado tanto la guardia con ellas que estas habían caído
completamente en la curiosidad como para seguirla hasta su casa y conocer eso
que tanto quería ocultar. Dejarlas había sido doloroso, más al hacerlo sin
despedirse de ellas, sin embargo lo que más la había lastimado es que la
hubiesen visto con ese secreto que guardaba tan celosamente pues era la peor de
las vistas que podían haber tenido de ella.
Contándolas a ellas dos, sólo cinco
personas sabían de Eso. La primera en descubrirlo había sido una compañera de
cuando ella iba en segundo del jardín de niños, esa niña le había hecho ver a
la pequeña Naran de cuatro años que lo que pasaba no estaba bien ni era normal.
El segundo fue un profesor de cuando ella empezaba tercero del jardín, él la
hizo ver que Eso no sólo estaba mal, sino que la mayoría de la gente no lo
aceptaba y creían que debía cambiarse, a partir de ese momento supo que nadie
más debía saberlo o lo peor podía ocurrir, tal y como sus padres se lo hicieron
entender.
El tercero había sido Pat, a los once años
Naran estaba consciente de lo que Eso era y significaba, ya había aprendido
bien a guardar el secreto y aún así Pat se dio cuenta y se lo preguntó
directamente pues él mismo también vivía con algo similar. Sin desearlo Naran
le abrió su corazón a ese amigo y él a ella; sin darse cuenta estar juntos se
convirtió en una verdadera felicidad para ambos hasta que el dolor los hizo
recordar la realidad cuando fueron separados.
A Naran le había costado casi un año sobrepasar
ese sentir, cuando lo hizo decidió cuidar más la distancia que tomaba de todos
los que conocía al tener relaciones superficiales con todos ellos. Con falsedad
cubrió esa superficialidad hasta que al conocer a las últimas dos la hizo
cerrarse aún más y volverse un tanto fría y callada, algo que no le terminaba
de agradar pues no se sentía como ella, como la persona que había decidido
ayudar a los que lo necesitaran.
Por eso fue que en cuanto tuvo la
oportunidad cambió de grupo. Para su clase de español debieron formar equipos
de cinco, sin decirle nada a sus amigas actuales tomó sus cosas y se fue con
las cuatro chicas risueñas las cuales la aceptaron sin una sola objeción y
sintiéndose agradecidas por no haber tenido que esperar al miembro sobrante.
Sin quererlo Naran se interesó por saber donde acabaría Ryotarou quien fue
llamado a hacer equipo con los tres chicos fanáticos de los cómics además del
otro solitario quien no pareció tan cómodo como su compañero de pintura.
Gracias a ese trabajo conoció mejor a
Elizabeth, Hina, Kari y Sofía. Tal y como lo había visto, las cuatro chicas
tenían un humor muy simple aunque no por eso se reían de cualquier cosa, sabían
con qué entretenerse y pasar el rato a pesar de que no todas tenían los mismos
gustos. Naran se sentía más cómoda con ellas pues su risa solía ser contagiosa
y, a pesar de que pocas veces ella decía cosas que las hiciera reír tanto,
ninguna de las cuatro la criticaba o la obligaba a unirse a su despliegue de
simplezas.
A partir de ese trabajo se fue separando
lentamente de las primeras chicas por excusa de que tenían que ponerse de
acuerdo. Aun así, en las mañanas siempre hablaba con sus primeras amigas,
además de que recuperó la confianza en sí misma para hablar con todos sus
compañeros, sin falta, al menos una vez al día, aunque el chico más tímido y
solitario era quien menos agradecía sus intentos de amistad.
También notó que por ese trabajo, Ryotarou
por fin se unió a un grupo, los tres chicos con los que había hecho el trabajo
no volvieron a dejarlo solo al descubrir que él no tenía gustos tan diferentes
a los de ellos. Naran se sintió feliz por que ya no estuviera solo y no fuera
sólo ella quien lo siguiera, y al mismo tiempo sintió un poco de envidia por no
haber sido ella a quien él hubiera elegido. Al final era mejor que no hubiera
pasado así.
Rápidamente se pasó un mes para Naran, dos
veces había dejado de ir al lugar secreto donde Ryotarou también esperaba la
clase de pintura pues había pensado que a él podía gustarle estar solo en ese
lugar más que cuando ella lo invadía aun cuando tomara su distancia y no le
hablara.
Sólo ese jueves, ella fue a sentarse sorprendiéndose
de que Ryotarou no estuviera ahí aún. No se sentó en el lugar de siempre sino
que se quedó más cerca de la pared blanca que separaba la plaza de su escuela, ahí
se recargó un poco en los arbustos sobrevivientes del borde natural que
trataron de hacer.
De nuevo se había enfermado, llevaba su
cubre bocas desde el martes de esa semana después de haber faltado el lunes.
Por eso ese jueves se alejó temprano de sus amigas para irse a refugiar a ese
espacio esperando que el malestar pasara rápido.
No llevaba más de cinco minutos ahí cuando
escuchó los pasos de quien esperó sin darse cuenta. Frente a ella, a unos pasos
más hacia la banqueta del lugar, Ryotarou tomó asiento después de saludarla en
el momento en que levantó la cabeza para verlo e intentar mostrarle su sonrisa
de siempre aunque esta estuviera cubierta. Naran lo notó dudar un poco antes de
terminar de acomodarse, ella sabía bien que ese había sido el comportamiento de
alguien que dudaba si debía preguntar algo o no. Él, a diferencia de los de
siempre, se guardó su curiosidad para concentrarse en su libro.
Naran volvió a cubrirse el rostro en el espacio
que quedaba entre su pecho y sus rodillas cuando recargaba sobre estas los
brazos. De nuevo se dejó perder en el vacío de su lucha mental por no pensar en
ciertas cosas.
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