martes, 21 de junio de 2016

Distance is cruel, live is long; when their voices weren’t heard anymore, the destiny came to rise them up.

Las cosas en general se fueron complicando para Naran, el segundo año de la preparatoria no había ido tan mal al inicio pues su rutina se había mantenido como en los años de la secundaria, sin embargo en los últimos dos meses sus padres parecieron volverse más violentos, intolerantes e irrazonables provocando que faltara más de tres días cada que la usaban para liberar su tensión.

Naran no podía entender las razones que los volvía de esa manera, trataba de distraerse saliendo más de su casa aunque significara menos correos hacia Ryotarou y a pesar de que tampoco podía usar la mayoría de su tiempo en ayudar a otros debido a que sus padres redujeron enormemente la cantidad de dinero que le daban semanalmente a lo mínimo indispensable para que comiera o compara cosas para la comida.

Aún así había logrado ignorar el infortunio en gran medida por las veces en que hablaba por teléfono con el chico y por la ayuda que le daba con los apuntes de sus propias clases o tratando de explicarle parte de los apuntes que ella lograba tomar o pedirle a los que conocía en sus nuevas escuelas; y aunque sus notas fueran bajando cada vez más, ella aún intentaba esforzarse al estudiar por su cuenta cuando no podía salir de casa o el tiempo que pasaban en la ciudad era corto.

El tercer año empeoró todo. La distancia y el tiempo por fin cobró venganza contra ella y su amigo pues sus llamadas y correos fueron escaseando por ambas partes. De parte de Ryotarou había sido por culpa de sus pensamientos depresivos que habían dejado atrás su humor difícil mientras que ella era el cansancio y desesperación que sus padres le provocaban pues cada día parecían volverse un poco más insoportables que el anterior.

Comenzó a faltar todavía más a la escuela, no sólo porque las marcas que le dejaban fueran más evidentes o en lugares que no podía ya ocultar, sino porque ya no sentía motivación para seguir yendo, no quería seguir inventando excusas, ya no podía sonreír más para disimular sus problemas ni ayudar a la gente al escucharla. Todo el esfuerzo de tantos años por fin se había quebrantado junto a su motivación.

En algunas de sus pláticas Ryotarou le había dicho que él sentía que la razón que a ella la movía para ayudar a quien lo necesitara, era que ella misma buscaba que alguien la ayudara, quería que alguien hiciera por ella lo que ella tanto hacía. Naran lo había creído cierto, por él había notado que eso era verdad aunque no lo hubiera pensado como tal; y por eso ahora no estaba ayudando, porque sabía que ya nadie la podría salvar además de que ya no quería que lo hicieran.

Esos eran los sentimientos que ese día la tenían perdida mientras se saltaba sus clases. No recordaba cómo o cuándo había llegado a ese parque, ni le importaba; sólo estaba ahí, en una banca, con el celular en una mano y la otra tirada a su lado, a veces lograba el vacío de su mente, otras veces los pensamientos la agitaban tanto que se obligaba a encogerse y forzar de nuevo el silencio en ella.

El tercer año tenía tres meses de haber comenzado, ella había perdido uno por dos mudanzas de dos semanas cada una, el segundo lo había completado a la mitad con calificaciones mediocres mientras que del tercero sólo había asistido once días de los veinte que llevaba. A pesar de eso la chica había preferido quedarse en ese parque en lugar de ir, al fin y al cabo terminarían por mudarse y ella perdería de nuevo todos los apuntes.

—¡Naran! ¡Naran! —la voz que la llamaba le sonaba distante, era una voz de una joven, tal vez de su edad o tal vez mayor, ella no la reconocía y no estaba interesada en comprobar quién era pues no podía ser la persona que de verdad quería ver o escuchar—. Háblale tú —sintió que esa persona que la llamaba la agitó por los hombros, ese contacto la hizo sentirse irritada por la confianza que le mostraba y porque se estuviera metiendo en su vida; estaba por empujarla para que la dejara cuando ella la soltó.

No podía centrar su vista lo suficiente para identificar quién era o con quién estaba, sólo entre manchones borrosos vio a ese otro acompañante acuclillarse frente a ella para tomarla de las manos: —Naran… ¿me escuchas?

—¿Ryo? … —sus ojos recuperaron un poco de brillo y vida, así como un poco de vista, movió la porción superior de su cuerpo hacia adelante para verlo mejor, lo que la llevó a comprobar que no era la persona que deseaba ver.

—No, Naran, soy Pat ¿me recuerdas? ¿Recuerdas a Sara? —el chico no ocultó la lástima que sentía por ella, incluso la otra chica tampoco se contuvo cuando Naran volvió a perder el brillo de sus ojos por la decepción de no ver a quien tanto deseaba volver a ver.

—Mi casa no queda lejos, llevémosla —al decirlo, Sara se sentó a su lado antes de comenzar a levantar su brazo con toda la precaución que podía tener—. Puedes caminar ¿verdad?

Entre esfuerzos y palabras de aliento, los dos chicos lograron hacerla levantarse y caminar hacia donde la chica vivía. Ninguno de los dos podía creer el estado en el que ahora la encontraban después de casi tres años sin verla; ambos sabían bien las razones que tenía para encontrarse así, mas no habían querido nunca creer que toda la alegría que había tenido en el pasado podría desaparecer de esa forma.

Antes de que entraran, Naran se comportó nerviosa intentando no entrar hasta que los dos fueron capaces de hacerla que viera realmente el lugar al que la estaban llevando, que no era nada similar al sitio donde fuera que se estuviera quedando con sus padres.

Pat la llevó hacia la sala mientras que Sara preparaba un poco de comida y agua; sólo hasta que se sentaron, Pat se deshizo de toda la frialdad y seriedad que había adquirido con el tiempo para abrazarla y hablarle en susurros con palabras que deberían hacerla reaccionar o recordar su pasado juntos.

—Naran… recuerda lo que me dijiste esa vez que tú supiste por lo que yo pasaba… —acarició su cabello al mismo tiempo que trataba de acomodárselo a pensar de lo enredado que lo tenía—. Me dijiste que no debía permitir que me cambiaran, que éramos fuertes y que por eso podíamos vivir dos vidas diferentes… que podíamos encontrar la forma de huir de eso que no nos gustaba si nos concentrábamos en lo que sí disfrutábamos…

»Por favor, Naran… tú siempre fuiste la más fuerte, la luz de muchos —cuando Sara llegó, el chico se separó de ella para terminar de arreglarle el cabello, los ojos de ella seguían apagados aunque las lágrimas contenidas los hacían brillar falsamente—. ¿Cuál es tu luz? ¿Qué te han quitado para que te hayas apagado de esta forma?

La chica permaneció en silencio, paseó su vista de uno al otro como si por fin los reconociera aunque eso provocó que las lágrimas cayeran mientras trataba de cubrirse con los brazos, ninguno de los dos habló con la esperanza de que ella terminara de salir de ese lugar donde se había aislado, esperando inútilmente que su sonrisa regresara para decirles que ya estaba bien y que sólo había sido un momento de flaqueza.

Sin embargo eso no pasó. Dejó de llorar al cabo de quince minutos, sus ojos ya no eran tan fríos aunque ahora evitaba sus miradas, en silencio jugueteó con el celular que en ningún momento había soltado mientras bebía un poco del té que Sara le había preparado.

—Lena se mudó en cuanto terminamos la secundaria, no quería que eso pasara porque al final fuimos amigas… gracias a ti —incómoda por lo que contaba, Sara agitó su cabello como si tratara de secarlo—. Ni ella ni yo nos perdonamos nunca por haber insistido de esa forma en conocer tu secreto… de verdad lo sentimos…

»Aunque habríamos hecho todo por ayudarte, por sacarte de ahí o algo, si tan sólo no te hubieras ido…

—No hay forma de ayudar cuando ya no eres un niño… —al ver que Naran no respondía, fue Pat quien decidió hablar, eran cosas que había querido decirle desde la primera vez que ella le había contado sobre la forma en que había descubierto el secreto de Naran, y que había callado porque no se sentía con el derecho de hablar por su amiga hasta ese momento en que veía que era tan vulnerable como cualquier otro en esa situación—. Los que deberían protegernos, ayudarnos a crecer o enseñarnos a vivir nos han metido a la mente por tanto tiempo que sin ellos no somos nada, que afuera no encontraremos una vida tan sencilla como ellos nos la dan y que les debemos todo… que si no soportamos el dolor que nos infringen, estamos siendo unos desagradecidos…

—Pero… saben que no es así ¿cierto?

—Tal vez lo sabemos, tal vez lo ignoramos —se encogió de hombros—. La forma en que nos hablan fue la única que conocimos por años, ellos fueron lo más cercano que tuvimos hasta que conocimos que en la calle o en la escuela podíamos encontrar gente que nos mostraba afecto de una forma mucho más agradable…

»Yo tuve la suerte de que mi madre no fuera igual que mi padre, que ella volviera por mí me ayudó a salir de esa sumisión en la que él me tenía… además de que los amigos que hacía los seguía viendo hasta que ellos se hartaran o algo… pero Naran…

Volvieron al silencio, la mencionada no hizo nada que demostrara que no quería que hablaran así de ella o que le prestaran atención, simplemente se quedó en el mismo lugar como si las palabras no tuvieran sentido para ella o no fueran acerca de ella.

Los dos chicos se voltearon a ver, querían rendirse al menos por ese día ya que ella no parecía querer cooperar, hasta que el celular en su mano sonó. Los ojos de la chica se iluminaron de verdad en cuanto vio la pantalla, sin preocuparse por los dos que aún tenía enfrente.

—Perdona… hace mucho que no te llamaba —los dos chicos escucharon la voz de un chico a través de la bocina del teléfono, esa persona no sonó muy expresiva y creyeron que por eso Naran volvió a llorar.

—Ryo… yo ya no… ya no puedo más… —la chica se inclinó hacia adelante para tratar de ocultar su rostro, los dos amigos de su pasado sentían que no debían escuchar su conversación y aún así no querían dejarla pues creían que escuchando terminarían por entenderla para saber qué decirle—. Te necesito, te extraño…

—No digas eso… por favor no… —la voz del chico al que llamaba “Ryo” se escuchó tan desconsolada como la de ella aunque creían que era por culpa de lo poco que podían escuchar desde donde estaban—. Yo tampoco puedo ya… quisiera que estuvieras aquí y al mismo tiempo me alegro de que no lo estés… porque yo…

—No, Ryo, no… por favor no —elevó un poco la voz al decirlo, ni Sara ni Pat entendían de lo que hablaban, sólo sentían el dolor en los dos—. No me dejes… no me dejes sola, no me dejes sin que te vea de nuevo, Ryo… no lo hagas… no sin mí.

—No puedo esperar más ya, yo ya no puedo… perdóname pero debo hacerlo… necesito que lo entiendas como antes, sé que tú también tienes tus problemas y que sufres más que yo… pero soy un cobarde… sólo llamé para despedirme, escucharte una última vez y pedirte que no me sigas… que me olvides y puedas seguir viviendo…

—Yo no… —calló al igual que él, Sara y Pat se vieron entre ellos sintiendo un nudo en la garganta por la tristeza que escuchaban de ellos, hasta que ella se levantó ya sin lágrimas—. En esta vida o en la siguiente, yo espero volver a encontrarte y que nunca más nos separemos…

—En eso sí creo… —después del largo silencio, las palabras del chico la hicieron sonreír un poco en lo que sus lágrimas se detenían—. Te quiero, Naran… adiós.

—Yo a ti, Ryo.

El pitido de la llamada finalizada fue claro para los otros dos chicos,  esta vez cuando la vieron tenía los ojos cerrados con una expresión más seria y un tanto más calmada, al cabo de unos segundos los abrió para verlos directamente antes de sonreír de medio lado.

—Perdonen que hayan tenido que ver todo eso… —a Pat le pareció volver a ver a la Naran de antes, sin embargo notaba que no era la misma por la frialdad de sus ojos, sentía que podía verla sonreír como siempre y al mismo tiempo ser esa nueva Naran cansada.

—¿Qué pasó? Esa llamada fue muy rara… —Sara se mostró preocupada, la otra chica esquivó su mirada encogiéndose de hombros—. No, perdón, ni siquiera debíamos haber escuchado tu conversación.

—Está bien, de esa forma me simplifica las cosas—como si estuviera nerviosa, Naran se removió en su lugar—. El que me llamó es un amigo muy especial… y sólo me habló para despedirse… hoy se supone que trataría de quitarse la vida.

Muy superficialmente les contó un poco de su amistad con Ryotarou, un poco de las razones que lo habían llevado a esa despedida y, al final, lloró de nuevo porque ella no quería que él ya no estuviera, porque ella ya no tenía las palabras que él podría necesitar para no hacerlo, porque no quería quedarse sola en ese mundo cruel, porque no quería vivir en un mundo donde él no estuviera para ella, donde él ya no la vería con esos ojos llenos de comprensión e inteligencia, donde ella ya no pudiera abrazarlo más y escucharlo.

Al final de su desahogo, una vez más se disculpó por dejarse llevar por los sentimientos como si eso fuera un crimen o un error, los dos chicos que la escuchaban no lograron hacerla detener sus disculpas ni hacerla entender que ellos también estaban dispuestos a escucharla aunque nunca serían un buen reemplazo para ese chico que había robado el corazón tan cerrado de Naran.

Y así como la encontraron, de la misma forma inesperada volvió a desaparecer. Por un lado les tranquilizaba saber que su estado mental había mejorado mucho al día siguiente de su plática ya que Ryotarou le había respondido a una de sus llamadas aunque sin explicarle bien por qué, sin embargo los siguientes días fueron de llamadas rechazadas y correos sin respuesta. Además de que ella por fin había accedido a darles su dirección de correo con la promesa de que sí respondería.

En cambio lo que les restaba de esa tranquilidad era la violencia que en sus padres parecía empeorar, lo que había hecho que Naran ya no fuera la misma chica de antes aun cuando intentara seguir sonriendo. Les preocupaba mucho, más a Pat, que lo siguiente que intentaran sus padres fuera el peor de sus miedos, lo que decidió no decirle a Sara.


Los siguientes meses para Naran fueron los que consideró como los más estresantes por la falta de noticias acerca de Ryotarou pues a veces sus llamadas quedaban pérdidas, siendo que prefería que al menos las desviara porque de esa forma podía saber que estaba bien.

Sumado a esa desesperación estaba el miedo que sus padres le daban y que incrementaba con cada día porque cada vez era más seguido cuando volvían borrachos o llevaban amigos a su casa, lo que nunca antes habían hecho en un intento por mantenerla oculta; aparte de que las casas que últimamente estaban utilizando eran un tanto más grandes que las anteriores, eran del tipo de espacio que a ella no le gustaban por ese temor que le provocaban al impedir que por fuera alguien escuchara.

Naran ya no sabía cuántos días tenía sin ir a la escuela, ya ni siquiera recordaba si había ido a inscribirse en esa nueva ciudad o si aún no cambiaban de ciudad; ya no salía de su casa más que en raras ocasiones en que iba a hacer las compras, eran pocas las veces en que trataba de llamar a Ryotarou o en que le respondía los correos a Pat, Sara y Lena, quien ya la había contactado también por Sara.

Ese día ya había oscurecido, sus padres habían vuelto a llegar tomados aunque ahora estaban con cuatro personas más; por lo que Naran podía escuchar, se trataban de hombres casi tan perdidos por el alcohol como sus padres. Ya la habían llamado desde la puerta, le habían gritado varias veces sin que ella saliera de su cuarto donde había puesto su seguro y su cama contra esta mientras se quedaba encogida hasta el otro lado de la habitación.

La razón por la que decidió desobedecer por primera vez el llamado de ellos fue porque la forma en que había escuchado a todos los que habían llegado le provocó desconfianza, no sólo era porque hablaran arrastrando las palabras por culpa de la ebriedad, sino por las cosas que decían como si sus padres les hubieran permitido ir a su casa por ella.

Comenzaron a golpear la puerta entre patadas y puños mientras le gritaban porque salieran, estaban tan ebrios como para aventarse contra de la placa de madera en lugar de buscar un objeto delgado y puntiagudo que quitara el seguro. Lo que Naran esperaba era que la búsqueda por el objeto los cansara lo suficiente para que se fueran o decidieran entretenerse de otra forma.

Sintiéndose de nuevo como una niña, Naran cubrió sus oídos con sus manos encogiéndose al intentar disminuir los temblores de su cuerpo. Y fue por taparse que no escuchó el cambio en las voces de los que afuera azotaban su puerta, siendo que primero unos habían pensado la forma lógica de abrir.

La entonación de los gritos dejaron de centrarse en la puerta hasta que el silencio volvió a la casa. Y a pesar de eso, Naran no dejó su posición ni paró el llanto mientras rogaba porque ella no se encontrara ahí y todo fuera sólo un mal sueño.

—Ya estoy aquí, Naran, ya todo está bien.

La voz fue inconfundible, era ilógico que fuera capaz de escucharla y, aún así, sintió sus esperanzas reavivarse junto a una corta tranquilidad que le permitió bajar lentamente los brazos y levantar la cabeza para ver a quien tenía enfrente. Llevó su mano derecha a la mejilla izquierda de Ryotarou, no quería saber por qué estaba ahí o cómo, no quería descubrir si era un sueño o una alucinación; sólo quería ser capaz de tocarlo.

—Ryo…

Sintió el calor de su cuerpo bajo su palma, sintió la suavidad de su piel mezclada con un poco de sudor, distinguió las sombras y luces en los reflejos de sus ojos y se perdió en el verde que tanto le gustaba ver. Ryotarou levantó su propia mano para tomar la de ella, hacerla ver que era real al que veía, con eso ella dejó su posición de un salto para rodearle el cuello con los brazos y así pegarse a él mientras su llanto volvía.


El impulso lo llevó a dejar de estar acuclillado a sentarse mientras ella volvía a temblar y sollozar con fuerza, su incapacidad para abrazar lo hizo colocar sus manos en la espalda de ella cuando sintió que comenzaba a detener su lamento al empezar a dormirse.

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