No había viento, no había lluvia,
no había radio, no había gente. Pasaban de las tres de la mañana y yo no podía
dormir aún; en un inicio creí que era por la emoción generada por lo último que
había estado leyendo, sin embargo mi mente terminó quedando en blanco al cabo
de unos interminables minutos en que me di cuenta de que era algo más.
Era cierto que una de las cosas
que más odiaba era no ser capaz de dormir bien, de que mis horas de sueño se
redujeran, siendo que me provocaba un ligero miedo por quedarme dormida donde y
cuando fuera. Y aún así noté como en mi interior se levantaba una añoranza y
nostalgia por ese sonido tan característico de la madrugada.
Los sonidos alrededor son tan bajos
que casi pasan desapercibidos, entre las dos y las cinco de la mañana es cuando
predomina esa calma en la calle pues pocos son los coches que interrumpen el
silencio sin destrozar el ambiente, no hay voces de gente ni de animales, pocos
grillos son audibles. Cuando estás despierto a esa hora sin ningún aparato
encendido cerca de ti es que te conviertes en parte de ese relajante ambiente
en que sabes que la mayor parte de la gente duerme. A las seis de la mañana esa
calma comienza a debilitarse, ya hay más personas despiertas preparándose para
salir o tomando camino.
Ese ambiente me ha hecho repasar las
veces en que debía despertarme antes o después de las cinco de la mañana para
entrar a mis clases de la siete en la secundaria y en la preparatoria. También
me hacía recordar las veces en que alguna enfermedad nos había provocado despertar
para ir con rapidez a algún hospital o quedarnos en casa de nuestra abuelita a
esperar noticias.
—Ahora yo también lo anhelo —no
necesitaba buscarlo para saber que estaba detrás de mí. Sentía el calor de su
espalda muy cerca de la mía, incluso notaba un ligero cosquilleo en mi propio
cabello provocado por los suaves y esporádicos toques entre mis puntas y las de
él.
—Lo siento, no debí haberlo
pensado.
Me había encontrado desesperada
por ampliarle su propia vida, el nuevo rumbo que tomaría su historia era una
mezcla de las últimas cosas que había deseado escribir así que me sentía
realmente entusiasmada por hacerlo sin embargo entre él y yo seguía habiendo un
muro que no me permitía alcanzarlo. A costa de mi propia seguridad avancé
forzando ese muro a retroceder mas no a desaparecer.
De un momento a otro escribirlo
se volvió doloroso, se volvió un arma de doble filo que yo no deseaba abandonar.
Él sabía cuál era el problema pero no podía decirlo así que colocó frente a mí
tantos obstáculos hasta que yo me agoté. Entonces llegó ella.
—Está bien que lo pienses, nunca
es tarde para darle motivos que lo hagan arrepentirse —tampoco tuve que
voltearme para verla, por el ruido y el movimiento del viento supe que se había
colocado a su lado, detrás mío de nuevo. Quería verlos, quería girarme y
enfrentarlos mientras mi orgullo y lógica me hacían mantenerme estática.
—No tienes idea de cuántas veces
hemos hablado del arrepentimiento —lo escuché reírse al igual que a ella, la
imagen que mi cerebro formó me provocó una risa contenida junto a una media
sonrisa lastimera.
—En la próxima plática que tengan
¿estaré presente? —sentí la cabeza de ella apoyarse en la mitad de mi espalda.
—Ahora lo estás, seguramente en
la siguiente también —cerré mis ojos esperando que el silencio me calmara de
nuevo—. Porque ya no hay un Ryo sin Naran.
Perdí la cuenta de los meses en
que tardé en darme cuenta, en entender por qué no podía escribir su historia
hasta que ella llegó a demostrármelo de una forma que me llenó de vida y de
renovada emoción.
Ryotarou y yo no éramos la misma
persona. Por años lo creí, por años me engañé hasta que noté nuestras
diferencias. Él y yo comenzamos siendo iguales, una reflejo del otro; las
mismas ideas, metas, deseos, gustos, familias, hogares, edades hasta que mi
tiempo avanzó mientras el suyo se congelaba.
—¿Y entonces? ¿Cuál es la
diferencia?
Decidí enfrentarlos, debía
terminar con esto o mi mente no sería capaz de tranquilizarse sólo que
necesitaba escoger las mejores palabras que no estropearan el suspenso. Me
levanté sacudiendo mis pantalones antes de voltear a verlos mientras les
sonreía.
—Lo cierto es que tendrás que
seguir esperando un poco para esa respuesta.
Suspiró exageradamente sin borrar
de su rostro esa sonrisa de la que yo me sentía orgullosa pues no creía que
sería capaz de crearla, ni mucho menos de verla. Naran agitó su mano frente a
su rostro como si esparciera humo, al notar que yo no diría nada más puso los
ojos en blancos y regresó por donde había llegado.
Al mismo tiempo que él, me dejé
caer sobre el pasto en ese lado de la barda; recargué mi cabeza en su hombro
mientras que él descansaba la suya sobre la mía. Con los ojos nuevamente
cerrados esperé encontrar lo que quería decir ahora que él y yo estábamos solos
de nuevo.
—Mi cabeza es un desastre... de
nuevo he dejado de entenderme.
—No has dejado de entenderte, has
comenzado a notarte —las exactas palabras que no había podido encontrar por mí
misma de nuevo estaban en la boca de él. No éramos iguales pero sí similares.
—Suena estúpido pero estoy
volviendo a sentir... —recogí mis piernas tratando de no moverme demasiado—.
Vuelvo a odiar tan descontroladamente como antes, vuelvo a enojarme contra mí,
vuelvo a anhelar y vuelvo a notar.
>>Quiero detenerme, quiero
olvidarme, quiero avanzar y quiero comenzar de nuevo, sin embargo no puedo
hacerlo... —estiré mis brazos hacia arriba, la luz de la luna poco iluminó de
lo que deseaba ver—. Las cadenas se están haciendo más pesadas; ellos tiran de
mí hacia arriba al mismo tiempo en que el peso tira de mí hacia abajo donde yo
quiero ir, y no hace más que doler.
—Resiste.
La sola palabra hizo eco en mí.
No había más qué decir o explicar pues él me conocía como yo a él así que
entendía bien lo que decía. Resiste y espera que el tiempo ha sido fijado, que
el reloj debe caminar hasta detenerse, el calendario ha de avanzar hasta
terminarse.
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