viernes, 24 de junio de 2016

Extra

Muchas veces me he preguntado cómo habría sido mi vida si yo hubiese decidido cerrar mis ojos a su maldad o si hubiese preferido seguir sus mismos pasos. Si me hubiera dejado corromper, mi vida habría sido mucho más sencilla y tal vez menos dolorosa pues todo el sufrimiento y tensión la habría sobrepasado al desquitarme con gente que no tuviera la culpa; la gente que me conociera se alejaría de mí y fácilmente podría mantener el secreto; no tendría problemas al llegar a cada clase y estar hecha un manojo de nervios por la forma en que esa nueva escuela me trataría; no me habría enamorado.

Y es porque nunca me corrompieron lo suficiente que ya he llegado a mi límite. No recuerdo en qué momento pude salir de mi casa, no sé cuántas noches ya van desde que mis padres no han regresado a casa sobrios, no puedo recordar si fui a inscribirme a alguna escuela o aún no, no sé cuánto tiempo llevamos en este lugar del cual no soy capaz de recordar el nombre ni la distancia que me ha alejado de Él, de quien tampoco recuerdo los días que llevamos sin hablar... siento que poco a poco lo olvidaré.

Todos los sonidos a mi alrededor parecen haber desaparecido, no siento el viento, el calor ni el frío; no sé en dónde estoy ni cómo llegué ahí; no siento el deseo por investigar qué he hecho o siquiera si mi aspecto me permite mantener aún mi secreto.

De lo único que soy consciente es del peso en mi mano derecha provocado por el celular que me compré con la única esperanza de escuchar su voz; sin darme cuenta no he dejado de esperar que cobre vida vibrando intensamente entre mis dedos, que al colocarlo sobre mi oído su voz jovial me devuelva a la realidad cuando pronuncie mi nombre de la forma en que nadie más lo hace.

No hay nada más que anhele, sólo deseo ser capaz de llamarlo por su nombre una vez más y que él pronuncie el mío como las pocas veces en que lo ha hecho. Deseo que me diga que aquí está y me escuche o me lea para que yo me tranquilice, quiero que su sarcasmo me haga reír y quisiera ser capaz de poder abrazarme a él unos segundos a pesar de lo mucho que sé que se incomodaría por mis constantes abrazos. Sin embargo me alegro que no esté aquí, que no me escuche, no me vea, no me recuerde pues sé que lo peor de mí se está mostrando en estos últimos días.

La última vez que hablamos... ¿reímos? ¿me ayudó a estudiar? ¿me entregó algún mensaje de mis amigas? ¿iluminó mi día? Sí, hizo todo eso y aún así fui capaz de notar que algo estaba ocultando. Yo fui quien más habló y realizó las preguntas que mantuvieron la conversación en movimiento, fui yo quien parecía tener el sentido del humor aunque su risa no durara más de cinco segundos.

Ahora podía recordar que yo me había dejado absorber por la oscuridad cuando noté que él comenzaba a cerrarse de nuevo, cuando sentí que él también se estaba dejando atrapar por sus propios pensamientos que lo alejarían de mí tarde o temprano. En los días en que aún me encontraba a su lado, esos días en que él se volvía más callado, serio y distante eran dolorosos porque sabía lo que pasaba en su mente, mas el poco entendimiento que tenía sobre las razones era lo que me impedía encontrar la forma de ayudarlo.

Estando lejos de él, eso se me hacía mucho más difícil pues ya no tenía forma de forzar las palabras fuera de él, ya no podía convencerlo de contarme de lo que sucedía con su familia, ya no podía ver si estaba enojado o sólo triste, ya no sabía que tan profundas habían sido las últimas cortadas que se habría hecho si es que lo seguía haciendo.

Convirtiéndose en un nuevo dolor que no era capaz de sobrellevar, me fui dando cuenta que lo estaba perdiendo. Mi última fuente de luz que me había estado ayudando a evitar mis pensamientos sobre el dolor de la noche anterior o las palabras tan agresivas de la mañana, se estaba acabando.

—¡Naran!

La voz de un hombre—. ¿Ryo?

Pat y Sara, un par de chicos que nunca imaginé volver a ver, se me habían acercado sin que los notara. No entendí todas sus palabras, con mucho esfuerzo logré distinguirlos, mas la decepción porque no fuera el chico que en realidad deseaba ver me hizo volver a cerrar mis ojos a la realidad.

Por ello fue que no pensé en detenerlos cuando me llevaron hacia una casa. Hasta que, creyendo que era la mía, traté detenerme y no entrar; mis padres no debían verlos, yo no quería ver a mis padres, yo no quería volver a ese lugar donde la oscuridad me envolvía hasta sofocarme. No quería regresar nunca más a esa casa aunque significara que mi vida terminaría.

La casa fue de Sara. La familiaridad que sentí al ver el lugar no fue porque se tratara del lugar en donde mis padres estaban, sino porque en el pasado ya había visitado ese hogar, un hogar no tan verdadero como el de Lena aunque igual de doloroso al compararse con el lugar donde yo vivía.

Olvidé lo que hablaron entre ellos, lo que Pat me dijo al tratar de regresarme a la realidad, lo que ella pensaba de mí o de lo que pasó después de que me fuera aquella vez en tercero de secundaria. Todo eso se borró de mi memoria en cuanto la llamada esperada llegó a mi teléfono con su voz al otro lado.

Como si hubieran pagado todas las luces y acallado todos los sonidos, a mi alrededor todo se borró exceptuando su rostro que mi desesperada mente fue capaz de crear con los fragmentos del pasado apoyada en la imaginación que me permitió verlo como si en realidad se encontrara frente a mí en el vacío. Él y yo solos de nuevo.

Creí que me tranquilizaría, que mi corazón y mente recuperarían la paz y yo volvería a ser la de antes; sin embargo sus palabras me rompieron aún más, sentí mi corazón partirse en cuanto el dolor pasó a sus palabras junto al nudo en la garganta que quebró su voz múltiples veces.

Se despidió de mí. Mil y un palabras se atropellaron en mí tratando de encontrar las que lo detuvieran, las que lo hicieran volver a replantear su decisión; sin embargo ninguna salió hasta que lo comprendí. Su historia acababa, su libro se cerraba pero ¿y el mío?

La luz se encendió de nuevo, pude ver bien los rostros preocupados de Pat y Sara, dejé de ver a Ryotarou con claridad aunque la voz al otro lado del teléfono seguía siendo del chico que amaba; toda la bruma en mi cabeza se apaciguó y me dejó pensar con claridad las palabras que quería decirle.

—En esta vida o en la siguiente, yo espero volver a encontrarte y que nunca más nos separemos…

—En eso sí creo… —después del largo silencio, sus palabras me hicieron sonreír un poco en lo que mis lágrimas se detenían—. Te quiero, Naran… adiós.

—Yo a ti, Ryo.

Me tocaba decidir a mí entre volver a ayudar a la gente aunque ya no buscara mi propia salvación, dejar que la oscuridad me volviera a envolver o simplemente comenzar a recorrer un camino en blanco hasta que cualquiera de las dos cosas sucedieran o una tercera se apareciera.

Dejé a Sara y a Pat, ninguno de los dos disimuló la preocupación de sus rostros, no obstante eso ya no me molestaba o importaba en esos momentos. Recordé la ciudad en la que estábamos, reconocí el camino que debía tomar para regresar a mi casa, recordé que mis padres no había vuelto la noche anterior por lo que mi rostro estaba limpio así que mi secreto seguía siendo un secreto.

Ya era de noche, seguramente ya tarde pues la cantidad de autos y personas en la calle era mucho menor al normal, si es que podía recordar cómo era esa ciudad tres años atrás. La contaminación lumínica me impedía distinguir más de tres estrellas, la luna no estaba por ningún lugar visible y nubes solitarias adornaban esa noche. Me sentía al borde de las lágrimas, quería correr y gritar, mas lo que me detenía era la certeza de que debía guardarlas un poco más.

Cuando llegué a mi casa las luces ya estaban encendidas, sentí mi corazón acelerarse de tal forma que dolía por el poco espacio que mis pulmones le permitían mientras yo respiraba entrecortadamente. Con las piernas y brazos temblándome, fui hasta la puerta y abrí.

En muchas ocasiones anteriores había llegado después de ellos así que el miedo que surgía en mí era algo que no terminaba de explicarme. Cerré con las llaves al entrar, cautelosamente caminé hasta llegar a las escaleras sin encontrarme con ellos. No llevaba más de la mitad de los escalones cuando escuché la voz de mi padre llamándome desde su cuarto, me detuve en seco apretando en mi mano el celular pues era el objeto más preciado que tenía y no quería que se dañara por su culpa aunque sabía bien que no debía hacerlo esperar o las cosas empeorarían.

El segundo llamado me sobresaltó aunque la orden de que apagara las luces de abajo me ayudó a reaccionar y recordarme que mi puerta estaba antes que la de ellos así que podría aventar el aparato hacia mi cama antes de ir a su habitación. Qué estúpida e ingenua fui.

Apagaba la última luz de la sala cuando su mano tomó mi cabello con la brusquedad que tan bien podía reconocer como de mi madre. Comenzó a gritar de la única forma en que parecía saber hablarme, el dolor en mi cuero cabelludo me obligó a llevar mis manos hacia la de ella hasta que su fuerza me hizo caer en medio de los sillones, tan sólo a unos centímetros de la mesa central que podría haber provocado que hubiera perdido el conocimiento antes de que la lluvia de golpes comenzara, sin embargo ella lo había visto bien y no me iba a permitir ese beneficio.

En cuanto caí sobre mis manos, ella me pateó el estómago para tirarme sobre mi costado y así patearme más veces mientras escuchaba los pesados pasos de mi padre descender la escaleras. Como siempre, traté de encogerme y cubrir mi cabeza con los brazos pues no quería más marcas en el rostro si es que deseaba salir el día siguiente, sin embargo eso tampoco me lo permitirían.

Detuvo las patadas para agacharse y tomarme del cuello de la blusa, al levantarme usó su mano para golpearme el rostro un par de veces; sus gritos me mareaban junto a los golpes, sentía su aliento mezclarse con las gotas de saliva que me salpicaban por la intensidad de sus quejidos que poco podía comprender por culpa del dolor. Hace muchos años yo gritaba casi tan fuerte como ella al pedirle que se detuviera, no obstante eso sólo me había provocado más dolor y moretones que me impedían ir a la escuela por más de una semana a pesar de las veces en que sumergieran mi rostro en la tina llena de agua con hielos.

Me soltó arrojándome hacia atrás con tal fuerza que esta vez mi cabeza sí recibió un golpe aunque el hecho de que fuera contra el suelo cubierto por la costosa alfombra sólo provocara que mi consciencia se desvaneciera por unos segundos en que pude notar a mi padre regresar del patio con las escobas.

Una corriente eléctrica recorrió mi espina, la adrenalina me obligó a girarme y gatear torpemente hacia el lado contrario a donde ellos se encontraban a pesar de que en ese lugar sólo estaba la pared y el final del sillón más largo. Odiaba los golpes con sus cinturones o cables, sin embargo esos eran más soportables al cabo de dos minutos en que mi piel se adormecía, en comparación con los golpes que los palos eran capaces de provocar pues estos terminaban no sólo en mi piel sino hasta mis entrañas y huesos.

El último golpe me durmió todo el brazo izquierdo y me provocó puntos negros en la mirada por lo cercano a que estuvo con mi cabeza. Yo no me moví cuando los escuché cerrar la puerta de su habitación, permanecí en ese lugar temblando y aguantándome los sollozos inútilmente hasta que pude arrastrarme un poco hacia donde el celular había caído. Lo apreté entre mis dedos de nuevo aunque la fuerza que podía hacer era mínima, lo atraje hacia mi pecho antes de lograr marcar los números de la persona que quería volver a escuchar.

Sin embargo la llamada no le llegó, su celular no conectó con el mío y eso no hizo más que aumentar mi dolor. Mis sollozos se transformaron en llanto verdadero que traté de acallar con una de las almohadas del sillón. Ryo me había dejado.

Cuando me desperté al siguiente día, después de que mis padres ya se hubieran ido, tercamente volví a marcarle a Ryotarou con la esperanza de que el día anterior hubiera sido un sueño, aunque el dolor como siempre me recordara que no era así. Mi corazón se calmó al escucharlo contestar, no entendí mucho de lo que me dijo ni él pareció ser capaz de explicarse, ni siquiera me inquieté demasiado cuando cortó la llamada al cabo de tres minutos.

Tanto a Pat como a Sara les envié un correo con la noticia de que me había contestado pues esa breve felicidad me obligaba a desear compartirla con ellos, además de que quería tranquilizarlos sobre lo mejor que ya me encontraba, aun si no me lo terminaba de creer.


El tiempo volvió a pasar sin que yo pudiera seguirlo, más llamadas se perdían tratando de localizar a Ryotarou que las que me contestaba o rechazaba; la poca fuerza que había conseguido se debilitaba conforme los días transcurrían y el humor de mis padres empeoraba contra mí. Un día, después de que me pidieran realizar compras bajo el aviso de que llevarían a unos amigos a quedarse en su casa por unos días, la violencia que desquitaron en mí me dejó con mi muñeca muy adolorida y un dedo roto así que su solución fue obligarme a quedarme en el sótano con la advertencia de que si escuchaban algún sonido mío el castigo sería peor.

No había nada que me asustara más que sus amenazas pues sabía bien que no mentían cuando se trataba de romper huesos, sabía que no iba a ganar nada si llamaba la atención de quienes estuvieran de visita sin importar el hambre que tuviera o el dolor que no podía apaciguar con medicamentos. Tres días tuve que esperar a que se fueran y ellos me dejaran salir.

La semana siguiente poco caso me prestaron, quería sentirme cómoda con eso, sin embargo mi miedo no se detenía sabiendo que ese tiempo de contención nunca significaba buenas noticias además de que el último correo que le había respondido a Pat me había abierto los ojos a nuevas formas de dolor que ellos aún no probaban y que estaba segura que no dejarían pasar.

Por eso es que ese día, cuando al atardecer llegaron acompañados de cuatro hombres, supe que todo había terminado. Por la ventana de mi cuarto los vi tambalearse al bajar del coche e ir hacia la entrada, no entendía lo que decían aunque no me interesaba. Me levanté de mi cama sintiéndome aterrada, el instinto me obligó a ir hacia la puerta y cerrarla justo cuando escuchaba a mi padre llamarme de una forma nueva que más que alegrarme o tranquilizarme, liberó mis lágrimas. Cerré con el seguro y grité cuando escuché un golpe por fuera, moví mi cama para pegarla a la puerta mientras oía los gritos mis dos padres mientras golpeaban la puerta y movían ferozmente la manija tratando de abrir.

Me fui hasta el otro lado de la habitación donde me dejé caer, me encogí en mi espacio recordando una de las veces en que traté de huir de su maltrato al esconderme en mi cuarto, tapé mis oídos y cerré mis ojos aunque las lágrimas no cedían.

—¡Abre la maldita puerta! ¡No te atrevas a dejarnos en ridículo! ¡¿Creíste que te mantendríamos toda la vida sin cobrarte nada de lo que hemos gastado en ti?! ¡Es hora de que pagues con ese cuerpo que ya hemos mantenido por estos años!

En el momento en que abrieran la puerta y me atraparan, todo se acabaría para mí, ya no podría huir más de la oscuridad en que ellos deseaban ahogarme. Ya nunca volvería a ser la misma Naran.


—Tengo miedo... no quiero estar aquí... ayuda... por favor... alguien...

jueves, 23 de junio de 2016

Together the pain is over, together the time is dead, and because of that their souls born to be together.

Al despertarse, Naran se sintió más cansada de lo que había creído estar, le ardían los ojos y la garganta, aunque todo eso dejó de importarle al recordar lo último que había pasado. Tenía miedo de que Ryotarou hubiera sido un sueño y que lo que sus padres hubieran intentado fuera su realidad pues se encontraba sobre una cama y habitación desconocidas, sin embargo el chico estaba en la puerta hablando con alguien que ella no podía ver por lo poco que tenía abierto.

Bajaba los pies cuando el chico se giró sorprendido, el de afuera era alguien que parecía de su edad aunque sus ojos naranjas, además de ser muy raros de color, lo hacían parecer un tanto mayor o menor, no lograba descifrarlo.

—Dile eso, luego iré —el de afuera asintió a las palabras de Ryotarou, después se fue sin fijarse en la chica que no dejaba de verlo.

Al cerrar la puerta fue a sentarse a su lado luego de ofrecerle un vaso con agua, el cual agradeció para refrescar su garganta: —Perdona… tardé mucho…

—Eso ya no importa —agachó la cabeza al pensar en el mal aspecto que tendría por culpa del llanto y noches anteriores, así que aprovechó el agua que aún le quedaba para ver su reflejo. Le parecía extraño verse como si nada hubiera pasado aunque no lo sintiera así, pero más raro le parecía el no sentirse confundida o asustada así que decidió seguir la iniciativa de Ryotarou de no preguntar nada. Se giró a verlo, esta vez fue su mano izquierda la que descansó en el rostro de él: —Estás aquí, a mi lado, y sólo eso me importa.

»Eso y el poder ver tu nuevo estilo —recuperó su sonrisa, bajó su mano al verlo girarse con una expresión avergonzada que lo hizo sonrojarse hasta que se giró a verla como si acabara de notar que lo que había dicho no tenía sentido.

—¿Lo puedes ver?

Lo que le preguntaba la confundió, no entendía cómo él esperaba que ella no notara como su cabello castaño había cambiado a ser rojo encendido y que, además, peinaba de una forma completamente distinta pues lo llevaba tan corto del lado izquierdo que podía ver su oreja, mientras que el lado derecho estaba más largo de lo que antes lo había llevado.

—En primera, obviamente lo noto, no fue sutil el cambio; y en segunda, a pesar del cambio nunca sería capaz de confundirte… —vio al chico volver a evitar su mirada, distinguió el comportamiento que mostraba cada que trataba de hablar de algo serio: abría y cerraba las manos, se veía concentrado y tratando de hablar aunque no producía ni un sonido. La curiosidad aumentó en ella, sabía que ese ya era el momento de preguntarle por todo lo que no podía explicarse, sin embargo sabía que él ya estaba buscando la forma de decírselo.

Iba a tomarlo de la mano cuando en la puerta se escucharon dos golpes pausados, al inicio el Ryotarou frunció el cejo hasta que una idea lo invadió; se levantó para ir hacia la puerta y abrirla, no obstante se detuvo con la mano en la chapa para voltear a verla.

—No tengo forma de explicarte todo… así que aprovecharé esto para hacerlo —volvió a ver hacia la puerta sólo unos segundos antes de volver a verla, en otras circunstancias Naran se habría reído por la ternura del gesto de él—. Mantén la mente abierta, por favor.

Al abrir habló un poco con los que estaban fuera hasta que los dejó entrar. Naran se esforzó por no mostrar ningún tipo de emoción, sin embargo ver bien a los dos chicos que entraron la hizo alzar las cejas en asombro por la apariencia de ellos. Uno de ellos era el mismo chico de los ojos naranjas, Naran había creído que su cabello negro estaba muy largo y alborotado, no obstante ahora veía que ese efecto se lo había provocado el par de alas negras que tenía por detrás tal como muchos artistas habían plasmado sus ideas de ángeles, sólo que este era una de las diferentes variantes que habían descrito como malévola.

A su lado, y un poco detrás, estaba otro chico que por el tamaño y rostro daba a entender que era más joven, sin embargo el blanco puro y total de su cabello provocaba dudas; la chica podía notar lo tímido que era por la forma en que esquivaba la mirada de ella quien quería ver de cerca el azul de sus ojos, aunque lo que finalmente llamó su atención fue el par de orejas gatunas sobre su cabeza que hacían juego con la cola que se enroscaba en su pierna.

Naran no estaba segura de qué podía decir o hacer, mas su deseo de comprobar que las características de los dos chicos eran reales la obligó a tratar de ir hacia ellos hasta que fue interrumpida cuando alguien fuera de la habitación pronunció el nombre del chico que la había llevado a ese lugar. Al mismo tiempo del llamado, un chico con la misma apariencia que Ryotarou entró y se detuvo al ver a quien ocupaba la cama. Naran sabía que no era completamente igual a su Ryotarou, sin embargo la semejanza era tanta que no pudo quitarle la vista de encima, tal y como él parecía quedarse hipnotizado por ella.

Lo que rompió ese silencio fue el chico del cabello negro cuando elevó una de sus alas para cubrir la vista del recién llegado y evitar así que siguiera viendo a la chica; esto provocó que reaccionara y retrocediera un paso mientras levantaba las manos en modo apaciguador: —Ah… lo siento… —se giró a ver a su doble enarcando una ceja—. Supongo que tienes cosas que explicar…
»Bien… luego hablamos.

El segundo Ryotarou dejó el lugar así que el otro cerró por fin la puerta para ir a sentarse a un lado de la chica que había traído y que ya no podía contener la confusión y asombro sobre todo lo que ahora veía.

—Ese que acabas de ver es real y no es mi hermano gemelo malvado o perdido —la forma en que lo dijo provocó una corta risa en ella, escucharla casi lo hizo suspirar de alivio al comprobar que ella seguía siendo su Naran—… ese día en que te hablé, yo de verdad me quité la vida… sólo que alguien me salvó al traerme a este lugar.

»Se supone que yo de todas formas moriría, fuera por las ideas que metieron en mi mente, las que yo creé o porque simplemente me hicieran desaparecer ya que el objetivo era que mi vida la tomara mi otro yo… —al hablar había evitado verla, como era su costumbre y por eso ella pudo ver las expresiones que hacía al relatar lo que había pasado, él trataba de mantenerse serio, sin embargo solía fruncir el ceño o sonreír amargamente de medio lado—. Tal y como pasa en los libros, en este mundo alterno se supone que yo puedo usar magia, que esta es mi verdadera apariencia pero que por las restricciones de nuestro mundo no es visible…

»Y porque aquí todo es tan irreal, los conflictos también lo son… él quería mi vida para recuperar su nivel de magia, la que me salvó quería alejarme de él para que siguiera viviendo —rascó su nuca como siempre—. Yo no quería nada más que mi yo hiciera lo que quería, no por ayudarlo, sólo porque me dejaran en paz… y sin embargo todo terminó empeorando.

»Me encontré regresando a nuestro mundo porque me obligaron, aunque no podía volver a mi vida cotidiana por las personas que ahora me perseguían; algunas me querían muerto, otros me querían usar en contra de mi otro yo y unas cuantas más querían entregarme a él… por eso a ellos dos se les dio la orden de que se quedaran a mi lado para que me protegieran.

»Muchas cosas pasaron en este tiempo, quería contestarte y verte, pero sabía que si lo intentaba te involucraría en esto, te pondría en peligro… por eso me resistí hasta que sentí todo tu dolor, miedo y desesperación… sabía que debía ir a tu lado como fuera…

»Tal vez no debía haberte traído, tal vez debía haber hecho caso a mi inteligencia para darme cuenta que sólo estaba siendo egoísta…

—No eres egoísta, yo también quería estar a tu lado —la chica colocó su mano sobre la de él antes de verlo—. Sean las circunstancias que sean, estoy feliz de estar aquí y saber lo que has pasado… Sé que tampoco es lo que quisieras pero me alegro que aún sigas vivo, y no me importa si sólo me trajiste para despedirte porque esta vez quiero irme contigo.

Ryotarou por fin la volteó a ver, mientras él se veía sorprendido y un tanto incrédulo, ella se mantuvo firme con una sonrisa cálida: —Lo digo en serio… Sé que antes te dije que no valía la pena hacerlo, que no iba a desaparecer de las vidas de mis padres para traerles satisfacción, que aún había muchos a los que podía ofrecerles ayuda… pero estos últimos meses han sido muy difíciles.

»Ellos se han vuelto peores, me falta poco para la mayoría de edad y eso no puede asustarme más con lo último que planeaban hacer… y después estás tú —de nuevo sus ojos se humedecieron, evitó verlo intentando contener las lágrimas, sin embargo estas no la obedecieron—. No puedo pensar ya en un futuro si tú no estás, no puedo imaginarme una mañana en que despierte sabiendo que tú ya no me escucharás, ya no me hablarás o me acompañarás… Cuando me fui acercando a ti me dije que serías un dolor que me permitiría una vez más porque me haría más fuerte, pero no salió tan bien… terminé entregándote una parte de mi alma sin que pudiera detenerme, terminé encargándote mi paz y mi felicidad tanto que cuando nos separamos sentí mi alma partirse cada día hasta que quedé con la mitad de mí lejos…

»Fue doloroso, fue difícil y no quiero repetirlo; no quiero ya nada si no estás tú.

Naran lo notó intentar de nuevo un abrazo, por eso ella fue quien se aferró de nuevo a él, ambos parecieron olvidar la presencia de los otros dos chicos que se mantuvieron tan quietos y callados como pudieron y evitando verlos hasta que, al cabo de menos de cinco minutos, ambos se separaron.

—Olvidé decirlo… ellos son Rimken —señaló al chico del cabello blanco y después al de cabello negro—, y Lonetsu.

—Veo que ambos han sufrido… —les había sonreído inocentemente hasta que vio sus expresiones sorprendidas formarse al igual que pasaba con Ryotarou, por eso ella se sonrojó y sacudió las manos frente a ella casi a la misma velocidad con la que agitaba su cabeza—. Perdón, lo dije sin pensar… pero es verdad ¿no?

Los dos chicos se vieron entre sí antes de asentir a sus palabras. Lonetsu se veía escéptico y frío, mientras que Rimken se mostraba más tímido con un poco de curiosidad; Naran les sonrió con melancolía en su mirada: —Gracias por cuidarlo, aun si fueron órdenes, gracias.

En esta ocasión se mostraron incómodos o confundidos, sin saber cómo deberían actuar por eso, al notarlo, Ryotarou se levantó.

—Vamos con el otro yo —los dos chicos se levantaron y caminaron para salir mientras que Naran comenzaba a usar sus dedos en su cabello para peinarlo, Ryotarou enarcó una ceja mientras la veía—. ¿Qué? ¿Tanto te encantó mi otro ser?

—¿Eh? No, claro que no… o sea sí, era como tú pero no… —sus palabras se atropellaron torpemente hasta que se detuvo a tomar un poco de aire—. Sólo recordé el aspecto que tengo y que no quiero que el resto me vea así, si es que hay gente por ahí… —agachó la cabeza para ocultar su sonrojo—. Soy una chica después de todo.

Ryotarou caminó al pequeño mueble a un lado de su cama, de este sacó un cepillo y se lo entregó, la chica lo observó con una mirada divertida por lo que él habló antes de que ella hiciera su comentario: —Con tu cabello los dedos son suficiente para acomodarlo, con el mío no y se ve peor que el tuyo.

Los primeros en irse fueron los dos chicos mientras que la pareja salía después. Naran pudo ver que se encontraban en un edificio de construcción simple aunque con adornos lujosos además de que todo estaba rodeado por ventanas muy grandes aunque la mayoría tenía algún vidrio roto o madera cubriéndolas.

No se encontraron con nadie en el camino hacia una de las habitaciones del lugar, ni Ryotarou que llevaba un poco más de tiempo ahí, ni Naran, pudieron determinar qué tipo de edificio era o de qué forma había sido utilizado aunque de cierta forma les daba la idea de que había sido la casa de algún rico.

El lugar donde llegaron era una oficina, altos estantes llenos de libros enmarcaban la habitación y guiaban al fondo donde un gran escritorio estaba repleto con papeles, un mapa y más libros; Naran sabía que ese debería haber sido un paraíso para Ryo, aunque no se imaginaba al otro Ryotarou disfrutando los libros como él. Podía tener su mismo rostro, sin embargo el otro chico tenía una mirada más fría y calculadora, se veía mucho más maduro que su Ryotarou por la forma tan diferente en que él debía haber vivido.

Los dos chicos que se habían ido primero ya se encontraban de pie frente a una de las estanterías, Naran notó que ellos no se veían tan cómodos con el otro Ryotarou por la distancia que habían tomado y de cómo se habían casi alegrado de haber visto al otro llegar. El Ryotarou de ese mundo dejó de ver los papeles frente a él para centrarse en los dos recién llegados aunque se fijara más en la chica.

—Eso fue rápido —el chico se acomodó en la silla de su escritorio señalando las dos de enfrente para ellos, se sentaron casi al mismo tiempo en que entraban un par de hombres con armadura y espada en el cinto, esos dos en silencio se quedaron completamente inmóviles a los lados de la puerta, aparentando que no se estaban ahí—. ¿Y bien?

—Mi respuesta sigue siendo la misma —Ryotarou se mostró serio y sin dudas—. Yo no me opongo en entregarte mi vida, lo que hagas con lo que ganes de ella ya no es mi problema y no me importa…

»Sin embargo ahora quiero pedir dos cosas… —el otro chico enarcó una ceja sin interrumpir—. Lonetsu y Rimken se quedarán, quiero que te hagas cargo de ellos. Saben pelear y defenderse solos pero necesitan compañía y protección de lo que no los ataca por fuera…

—Te prometo que los protegeré de todo lo que pueda, sólo espero no decepcionarlos si no puedo ser como tú fuiste con ellos —al decirlo se giró a verlos a ellos, sonrió de medio lado de una forma mucho más sutil que la que Naran había visto en su Ryo, como respuesta ambos esquivaron la mirada asintiendo, con eso el chico volvió a ver con el que hablaba—. ¿Y lo segundo?

—Eso… —Ryotarou sabía que no tenía forma de decir lo segundo sin que sonara egoísta o grosero, de hecho ni siquiera estaba seguro de si deseaba decirlo o no. Notando esa duda, Naran colocó su mano sobre la de él para sonreírle antes de hablar.

—Lo segundo es que yo quiero que me ayudes a mí a quitarme la vida —las palabras lo sorprendieron por completo, paseó su vista del uno al otro tratando de ver dónde estaba la broma, sin embargo ninguno de los dos lo demostró—. Seguramente mi vida no te servirá como la de él, así que sólo necesito veneno rápido o que tú me quites la vida.

—¿Estás segura de eso? —Naran percibió un poco de tristeza en su rostro al preguntar, por eso ella le sonrió, casi de la misma manera de antes, asintiendo—. Creía que esas historias de amor sólo eran un invento de los artistas para entretener a la gente… —negó con la cabeza suspirando—. Lo haré, hay magia en ti y podré usarla por tu lazo con él…

El chico se levantó mientras caminaba hacia la puerta: —Quedan como testigos los cuatro, que fue decisión de ellos que yo tomara sus vidas —los cuatro asintieron a las palabras, el otro Ryotarou volvió a verlos—. Tienen hasta mañana para terminar de decidirse, en la noche haremos… esto.


El resto del día Ryotarou y Naran no se separaron, pasearon por el edificio la mitad del día, mientras que en la otra mitad pasearon por los alrededores hasta donde los guardias se los permitieron. Ryotarou terminó de explicarle todo lo que había pasado en esos meses al igual que ella lo hacía.

Durante la mañana del siguiente día, el otro Ryotarou los acompañó hasta que a medio día se fueron ambos dejando a la chica con Rimken y Lonetsu. Con ellos poco a poco fue abriéndose para hablar de cosas que sólo ellos comprenderían, pues esos dos habían también pasado por el maltrato de sus padres aunque de una forma mayor y que sólo los llevó a una peor al lograr huir.

Después de esos momentos juntos, cuando el cielo comenzó a oscurecerse, la pareja volvió a reunirse ya que todo lo necesario estaba en su lugar. No había más presentes en el lugar que los dos guerreros, Lonetsu y Rimken, los dos Ryotarou y Naran, siendo los tres últimos quienes ocuparon la mitad del espacio donde estaban.

—No vuelvas a preguntar si estamos listos, por favor —el Ryotarou de ese mundo puso los ojos en blanco al ser interrumpido tan abruptamente algo que de verdad iba a volver a preguntar—. Lo estamos y no dudamos.

—Bien… entonces haremos esto rápido.

Se sentaron los dos chicos tomándose de la mano, sólo se vieron una última vez dándose cuenta que ninguno de ellos se sentía nervioso ni asustado, tenían curiosidad por lo que fuera a hacer el otro Ryotarou pero no sobre si dolería o terminaría rápido. Antes de volver su vista al frente o cerrar los ojos, ambos volvieron a besarse una vez más.

Naran aferró con fuerza la mano de Ryotarou; mentalmente no dejó de rogar porque, fuera lo que hubiera después de la vida, ella pudiera volver a verlo o que no tuviera que ver al chico irse. Sintió la voz del otro Ryotarou mezclarse con el olor dulce que desprendía el fuego que iluminaba el lugar. De pronto ya no escuchaba nada ni sentía nada cuando cayó dormida por el hechizo que el otro estaba haciendo.


Ya que los dos se encontraron recostados, sin saber nada de lo que ocurría a su alrededor, el cambió su hechizo para robarles la vida de una forma lenta pero indolora que sería como si su energía los fuera abandonando mientras dormían. Era una forma más larga y diferente a la que había hecho con los otros de quienes ya había tomado su magia, y no por ello se le hacía más difícil a menos que pensara en que esta vez el otro él se había ofrecido a entregar su vida y que no hubiera sido él quien la arrebatara.

Ese Ryotarou, en cuanto juntó toda la vida de ambos en una única esfera intangible, sintió la fuerza fluyendo de esa energía, sintió una calidez y paz cuando esta entró en su cuerpo para revitalizar toda la magia que él ya había usado y las heridas que había sufrido. Sabía que ninguna de las vidas de los otros Ryotarou le había provocado tanta fuerza y recuperación que la de los dos chicos que ahora había obtenido y sólo por eso por primera vez sintió dolor.


—Sus almas nacieron para estar juntas, sus almas vivieron para conocerse y por eso sus almas quedarán juntas aún después de la muerte —con un movimiento de cabeza le indicó a los otros dos chicos que cubrieran los cuerpos—. Ryotarou y Naran, déjenme ser quien cuide que sus almas nunca se separen, a cambio préstenme la fuerza que necesito para terminar esta guerra.

martes, 21 de junio de 2016

Distance is cruel, live is long; when their voices weren’t heard anymore, the destiny came to rise them up.

Las cosas en general se fueron complicando para Naran, el segundo año de la preparatoria no había ido tan mal al inicio pues su rutina se había mantenido como en los años de la secundaria, sin embargo en los últimos dos meses sus padres parecieron volverse más violentos, intolerantes e irrazonables provocando que faltara más de tres días cada que la usaban para liberar su tensión.

Naran no podía entender las razones que los volvía de esa manera, trataba de distraerse saliendo más de su casa aunque significara menos correos hacia Ryotarou y a pesar de que tampoco podía usar la mayoría de su tiempo en ayudar a otros debido a que sus padres redujeron enormemente la cantidad de dinero que le daban semanalmente a lo mínimo indispensable para que comiera o compara cosas para la comida.

Aún así había logrado ignorar el infortunio en gran medida por las veces en que hablaba por teléfono con el chico y por la ayuda que le daba con los apuntes de sus propias clases o tratando de explicarle parte de los apuntes que ella lograba tomar o pedirle a los que conocía en sus nuevas escuelas; y aunque sus notas fueran bajando cada vez más, ella aún intentaba esforzarse al estudiar por su cuenta cuando no podía salir de casa o el tiempo que pasaban en la ciudad era corto.

El tercer año empeoró todo. La distancia y el tiempo por fin cobró venganza contra ella y su amigo pues sus llamadas y correos fueron escaseando por ambas partes. De parte de Ryotarou había sido por culpa de sus pensamientos depresivos que habían dejado atrás su humor difícil mientras que ella era el cansancio y desesperación que sus padres le provocaban pues cada día parecían volverse un poco más insoportables que el anterior.

Comenzó a faltar todavía más a la escuela, no sólo porque las marcas que le dejaban fueran más evidentes o en lugares que no podía ya ocultar, sino porque ya no sentía motivación para seguir yendo, no quería seguir inventando excusas, ya no podía sonreír más para disimular sus problemas ni ayudar a la gente al escucharla. Todo el esfuerzo de tantos años por fin se había quebrantado junto a su motivación.

En algunas de sus pláticas Ryotarou le había dicho que él sentía que la razón que a ella la movía para ayudar a quien lo necesitara, era que ella misma buscaba que alguien la ayudara, quería que alguien hiciera por ella lo que ella tanto hacía. Naran lo había creído cierto, por él había notado que eso era verdad aunque no lo hubiera pensado como tal; y por eso ahora no estaba ayudando, porque sabía que ya nadie la podría salvar además de que ya no quería que lo hicieran.

Esos eran los sentimientos que ese día la tenían perdida mientras se saltaba sus clases. No recordaba cómo o cuándo había llegado a ese parque, ni le importaba; sólo estaba ahí, en una banca, con el celular en una mano y la otra tirada a su lado, a veces lograba el vacío de su mente, otras veces los pensamientos la agitaban tanto que se obligaba a encogerse y forzar de nuevo el silencio en ella.

El tercer año tenía tres meses de haber comenzado, ella había perdido uno por dos mudanzas de dos semanas cada una, el segundo lo había completado a la mitad con calificaciones mediocres mientras que del tercero sólo había asistido once días de los veinte que llevaba. A pesar de eso la chica había preferido quedarse en ese parque en lugar de ir, al fin y al cabo terminarían por mudarse y ella perdería de nuevo todos los apuntes.

—¡Naran! ¡Naran! —la voz que la llamaba le sonaba distante, era una voz de una joven, tal vez de su edad o tal vez mayor, ella no la reconocía y no estaba interesada en comprobar quién era pues no podía ser la persona que de verdad quería ver o escuchar—. Háblale tú —sintió que esa persona que la llamaba la agitó por los hombros, ese contacto la hizo sentirse irritada por la confianza que le mostraba y porque se estuviera metiendo en su vida; estaba por empujarla para que la dejara cuando ella la soltó.

No podía centrar su vista lo suficiente para identificar quién era o con quién estaba, sólo entre manchones borrosos vio a ese otro acompañante acuclillarse frente a ella para tomarla de las manos: —Naran… ¿me escuchas?

—¿Ryo? … —sus ojos recuperaron un poco de brillo y vida, así como un poco de vista, movió la porción superior de su cuerpo hacia adelante para verlo mejor, lo que la llevó a comprobar que no era la persona que deseaba ver.

—No, Naran, soy Pat ¿me recuerdas? ¿Recuerdas a Sara? —el chico no ocultó la lástima que sentía por ella, incluso la otra chica tampoco se contuvo cuando Naran volvió a perder el brillo de sus ojos por la decepción de no ver a quien tanto deseaba volver a ver.

—Mi casa no queda lejos, llevémosla —al decirlo, Sara se sentó a su lado antes de comenzar a levantar su brazo con toda la precaución que podía tener—. Puedes caminar ¿verdad?

Entre esfuerzos y palabras de aliento, los dos chicos lograron hacerla levantarse y caminar hacia donde la chica vivía. Ninguno de los dos podía creer el estado en el que ahora la encontraban después de casi tres años sin verla; ambos sabían bien las razones que tenía para encontrarse así, mas no habían querido nunca creer que toda la alegría que había tenido en el pasado podría desaparecer de esa forma.

Antes de que entraran, Naran se comportó nerviosa intentando no entrar hasta que los dos fueron capaces de hacerla que viera realmente el lugar al que la estaban llevando, que no era nada similar al sitio donde fuera que se estuviera quedando con sus padres.

Pat la llevó hacia la sala mientras que Sara preparaba un poco de comida y agua; sólo hasta que se sentaron, Pat se deshizo de toda la frialdad y seriedad que había adquirido con el tiempo para abrazarla y hablarle en susurros con palabras que deberían hacerla reaccionar o recordar su pasado juntos.

—Naran… recuerda lo que me dijiste esa vez que tú supiste por lo que yo pasaba… —acarició su cabello al mismo tiempo que trataba de acomodárselo a pensar de lo enredado que lo tenía—. Me dijiste que no debía permitir que me cambiaran, que éramos fuertes y que por eso podíamos vivir dos vidas diferentes… que podíamos encontrar la forma de huir de eso que no nos gustaba si nos concentrábamos en lo que sí disfrutábamos…

»Por favor, Naran… tú siempre fuiste la más fuerte, la luz de muchos —cuando Sara llegó, el chico se separó de ella para terminar de arreglarle el cabello, los ojos de ella seguían apagados aunque las lágrimas contenidas los hacían brillar falsamente—. ¿Cuál es tu luz? ¿Qué te han quitado para que te hayas apagado de esta forma?

La chica permaneció en silencio, paseó su vista de uno al otro como si por fin los reconociera aunque eso provocó que las lágrimas cayeran mientras trataba de cubrirse con los brazos, ninguno de los dos habló con la esperanza de que ella terminara de salir de ese lugar donde se había aislado, esperando inútilmente que su sonrisa regresara para decirles que ya estaba bien y que sólo había sido un momento de flaqueza.

Sin embargo eso no pasó. Dejó de llorar al cabo de quince minutos, sus ojos ya no eran tan fríos aunque ahora evitaba sus miradas, en silencio jugueteó con el celular que en ningún momento había soltado mientras bebía un poco del té que Sara le había preparado.

—Lena se mudó en cuanto terminamos la secundaria, no quería que eso pasara porque al final fuimos amigas… gracias a ti —incómoda por lo que contaba, Sara agitó su cabello como si tratara de secarlo—. Ni ella ni yo nos perdonamos nunca por haber insistido de esa forma en conocer tu secreto… de verdad lo sentimos…

»Aunque habríamos hecho todo por ayudarte, por sacarte de ahí o algo, si tan sólo no te hubieras ido…

—No hay forma de ayudar cuando ya no eres un niño… —al ver que Naran no respondía, fue Pat quien decidió hablar, eran cosas que había querido decirle desde la primera vez que ella le había contado sobre la forma en que había descubierto el secreto de Naran, y que había callado porque no se sentía con el derecho de hablar por su amiga hasta ese momento en que veía que era tan vulnerable como cualquier otro en esa situación—. Los que deberían protegernos, ayudarnos a crecer o enseñarnos a vivir nos han metido a la mente por tanto tiempo que sin ellos no somos nada, que afuera no encontraremos una vida tan sencilla como ellos nos la dan y que les debemos todo… que si no soportamos el dolor que nos infringen, estamos siendo unos desagradecidos…

—Pero… saben que no es así ¿cierto?

—Tal vez lo sabemos, tal vez lo ignoramos —se encogió de hombros—. La forma en que nos hablan fue la única que conocimos por años, ellos fueron lo más cercano que tuvimos hasta que conocimos que en la calle o en la escuela podíamos encontrar gente que nos mostraba afecto de una forma mucho más agradable…

»Yo tuve la suerte de que mi madre no fuera igual que mi padre, que ella volviera por mí me ayudó a salir de esa sumisión en la que él me tenía… además de que los amigos que hacía los seguía viendo hasta que ellos se hartaran o algo… pero Naran…

Volvieron al silencio, la mencionada no hizo nada que demostrara que no quería que hablaran así de ella o que le prestaran atención, simplemente se quedó en el mismo lugar como si las palabras no tuvieran sentido para ella o no fueran acerca de ella.

Los dos chicos se voltearon a ver, querían rendirse al menos por ese día ya que ella no parecía querer cooperar, hasta que el celular en su mano sonó. Los ojos de la chica se iluminaron de verdad en cuanto vio la pantalla, sin preocuparse por los dos que aún tenía enfrente.

—Perdona… hace mucho que no te llamaba —los dos chicos escucharon la voz de un chico a través de la bocina del teléfono, esa persona no sonó muy expresiva y creyeron que por eso Naran volvió a llorar.

—Ryo… yo ya no… ya no puedo más… —la chica se inclinó hacia adelante para tratar de ocultar su rostro, los dos amigos de su pasado sentían que no debían escuchar su conversación y aún así no querían dejarla pues creían que escuchando terminarían por entenderla para saber qué decirle—. Te necesito, te extraño…

—No digas eso… por favor no… —la voz del chico al que llamaba “Ryo” se escuchó tan desconsolada como la de ella aunque creían que era por culpa de lo poco que podían escuchar desde donde estaban—. Yo tampoco puedo ya… quisiera que estuvieras aquí y al mismo tiempo me alegro de que no lo estés… porque yo…

—No, Ryo, no… por favor no —elevó un poco la voz al decirlo, ni Sara ni Pat entendían de lo que hablaban, sólo sentían el dolor en los dos—. No me dejes… no me dejes sola, no me dejes sin que te vea de nuevo, Ryo… no lo hagas… no sin mí.

—No puedo esperar más ya, yo ya no puedo… perdóname pero debo hacerlo… necesito que lo entiendas como antes, sé que tú también tienes tus problemas y que sufres más que yo… pero soy un cobarde… sólo llamé para despedirme, escucharte una última vez y pedirte que no me sigas… que me olvides y puedas seguir viviendo…

—Yo no… —calló al igual que él, Sara y Pat se vieron entre ellos sintiendo un nudo en la garganta por la tristeza que escuchaban de ellos, hasta que ella se levantó ya sin lágrimas—. En esta vida o en la siguiente, yo espero volver a encontrarte y que nunca más nos separemos…

—En eso sí creo… —después del largo silencio, las palabras del chico la hicieron sonreír un poco en lo que sus lágrimas se detenían—. Te quiero, Naran… adiós.

—Yo a ti, Ryo.

El pitido de la llamada finalizada fue claro para los otros dos chicos,  esta vez cuando la vieron tenía los ojos cerrados con una expresión más seria y un tanto más calmada, al cabo de unos segundos los abrió para verlos directamente antes de sonreír de medio lado.

—Perdonen que hayan tenido que ver todo eso… —a Pat le pareció volver a ver a la Naran de antes, sin embargo notaba que no era la misma por la frialdad de sus ojos, sentía que podía verla sonreír como siempre y al mismo tiempo ser esa nueva Naran cansada.

—¿Qué pasó? Esa llamada fue muy rara… —Sara se mostró preocupada, la otra chica esquivó su mirada encogiéndose de hombros—. No, perdón, ni siquiera debíamos haber escuchado tu conversación.

—Está bien, de esa forma me simplifica las cosas—como si estuviera nerviosa, Naran se removió en su lugar—. El que me llamó es un amigo muy especial… y sólo me habló para despedirse… hoy se supone que trataría de quitarse la vida.

Muy superficialmente les contó un poco de su amistad con Ryotarou, un poco de las razones que lo habían llevado a esa despedida y, al final, lloró de nuevo porque ella no quería que él ya no estuviera, porque ella ya no tenía las palabras que él podría necesitar para no hacerlo, porque no quería quedarse sola en ese mundo cruel, porque no quería vivir en un mundo donde él no estuviera para ella, donde él ya no la vería con esos ojos llenos de comprensión e inteligencia, donde ella ya no pudiera abrazarlo más y escucharlo.

Al final de su desahogo, una vez más se disculpó por dejarse llevar por los sentimientos como si eso fuera un crimen o un error, los dos chicos que la escuchaban no lograron hacerla detener sus disculpas ni hacerla entender que ellos también estaban dispuestos a escucharla aunque nunca serían un buen reemplazo para ese chico que había robado el corazón tan cerrado de Naran.

Y así como la encontraron, de la misma forma inesperada volvió a desaparecer. Por un lado les tranquilizaba saber que su estado mental había mejorado mucho al día siguiente de su plática ya que Ryotarou le había respondido a una de sus llamadas aunque sin explicarle bien por qué, sin embargo los siguientes días fueron de llamadas rechazadas y correos sin respuesta. Además de que ella por fin había accedido a darles su dirección de correo con la promesa de que sí respondería.

En cambio lo que les restaba de esa tranquilidad era la violencia que en sus padres parecía empeorar, lo que había hecho que Naran ya no fuera la misma chica de antes aun cuando intentara seguir sonriendo. Les preocupaba mucho, más a Pat, que lo siguiente que intentaran sus padres fuera el peor de sus miedos, lo que decidió no decirle a Sara.


Los siguientes meses para Naran fueron los que consideró como los más estresantes por la falta de noticias acerca de Ryotarou pues a veces sus llamadas quedaban pérdidas, siendo que prefería que al menos las desviara porque de esa forma podía saber que estaba bien.

Sumado a esa desesperación estaba el miedo que sus padres le daban y que incrementaba con cada día porque cada vez era más seguido cuando volvían borrachos o llevaban amigos a su casa, lo que nunca antes habían hecho en un intento por mantenerla oculta; aparte de que las casas que últimamente estaban utilizando eran un tanto más grandes que las anteriores, eran del tipo de espacio que a ella no le gustaban por ese temor que le provocaban al impedir que por fuera alguien escuchara.

Naran ya no sabía cuántos días tenía sin ir a la escuela, ya ni siquiera recordaba si había ido a inscribirse en esa nueva ciudad o si aún no cambiaban de ciudad; ya no salía de su casa más que en raras ocasiones en que iba a hacer las compras, eran pocas las veces en que trataba de llamar a Ryotarou o en que le respondía los correos a Pat, Sara y Lena, quien ya la había contactado también por Sara.

Ese día ya había oscurecido, sus padres habían vuelto a llegar tomados aunque ahora estaban con cuatro personas más; por lo que Naran podía escuchar, se trataban de hombres casi tan perdidos por el alcohol como sus padres. Ya la habían llamado desde la puerta, le habían gritado varias veces sin que ella saliera de su cuarto donde había puesto su seguro y su cama contra esta mientras se quedaba encogida hasta el otro lado de la habitación.

La razón por la que decidió desobedecer por primera vez el llamado de ellos fue porque la forma en que había escuchado a todos los que habían llegado le provocó desconfianza, no sólo era porque hablaran arrastrando las palabras por culpa de la ebriedad, sino por las cosas que decían como si sus padres les hubieran permitido ir a su casa por ella.

Comenzaron a golpear la puerta entre patadas y puños mientras le gritaban porque salieran, estaban tan ebrios como para aventarse contra de la placa de madera en lugar de buscar un objeto delgado y puntiagudo que quitara el seguro. Lo que Naran esperaba era que la búsqueda por el objeto los cansara lo suficiente para que se fueran o decidieran entretenerse de otra forma.

Sintiéndose de nuevo como una niña, Naran cubrió sus oídos con sus manos encogiéndose al intentar disminuir los temblores de su cuerpo. Y fue por taparse que no escuchó el cambio en las voces de los que afuera azotaban su puerta, siendo que primero unos habían pensado la forma lógica de abrir.

La entonación de los gritos dejaron de centrarse en la puerta hasta que el silencio volvió a la casa. Y a pesar de eso, Naran no dejó su posición ni paró el llanto mientras rogaba porque ella no se encontrara ahí y todo fuera sólo un mal sueño.

—Ya estoy aquí, Naran, ya todo está bien.

La voz fue inconfundible, era ilógico que fuera capaz de escucharla y, aún así, sintió sus esperanzas reavivarse junto a una corta tranquilidad que le permitió bajar lentamente los brazos y levantar la cabeza para ver a quien tenía enfrente. Llevó su mano derecha a la mejilla izquierda de Ryotarou, no quería saber por qué estaba ahí o cómo, no quería descubrir si era un sueño o una alucinación; sólo quería ser capaz de tocarlo.

—Ryo…

Sintió el calor de su cuerpo bajo su palma, sintió la suavidad de su piel mezclada con un poco de sudor, distinguió las sombras y luces en los reflejos de sus ojos y se perdió en el verde que tanto le gustaba ver. Ryotarou levantó su propia mano para tomar la de ella, hacerla ver que era real al que veía, con eso ella dejó su posición de un salto para rodearle el cuello con los brazos y así pegarse a él mientras su llanto volvía.


El impulso lo llevó a dejar de estar acuclillado a sentarse mientras ella volvía a temblar y sollozar con fuerza, su incapacidad para abrazar lo hizo colocar sus manos en la espalda de ella cuando sintió que comenzaba a detener su lamento al empezar a dormirse.

lunes, 20 de junio de 2016

When you’re waiting for something the time moves too slow, but when you want something to last, the time runs faster than you.

Naran faltó el siguiente día al igual Ryotarou lo hizo con las clases después de la primera; el fin de semana ninguno de los dos acudió a su lugar en el parque. El lunes volvieron a comportarse como si nada hubiese ocurrido, no obstante sus amigos se dieron cuenta del cambio que hubo entre ellos aunque no se atrevieron a intervenir ya que entre ellos habían hablado y recordado que Naran terminaría yéndose tarde o temprano.

El jueves los dos fueron a su lugar detrás del auditorio ocupando la misma posición que habían usado la primera vez que se habían encontrado en ese lugar aunque Ryotarou no dudó en dejarle su reproductor para que se entretuviera mientras él leía. Durante su clase de pintura trataron de hablar un poco más entre ellos y de no alejarse tanto para que los tres mismos chicos no volviera a acercarse a ellos a pesar de que ese día el profesor no los dejó solos.

Todo siguió igual hasta el fin de semana en que muy temprano Naran decidió ir de nuevo al parque de su amigo. Sabía que las razones que el chico tuvo para decir lo de ese jueves eran muchas probables y que sólo una la asustaba, aún así ya no soportaba el tener que fingir más que no sentía curiosidad por él, que no se interesaba en él o que no sentía nada por él.

Quería y aceptaba la confianza que se había creado al pasar tanto tiempo hablando con Ryotarou, aun cuando sabía que no era el tiempo suficiente que la gente creería normal. Por eso fue que durante todo el trayecto de camino al sitio no pudo calmar a su corazón al sentirse ansiosa, temerosa, tímida y apresurada.

Caminó de la última parada al parque tan lento como pudo pues todavía no se convencía si estaba haciendo lo mejor o no ya que tenía más razones para no estar ahí que para seguir caminando y, aún así, sus deseos no le permitían detenerse.

A pesar de que eran las diez de la mañana, Naran encontró que el chico que quería ver ya estaba ahí en el solitario tronco escondido. No había hecho mucho ruido al llegar por lo que pudo acercarse a él sin que la notara.

Estaba con la porción superior de su cuerpo hacia adelante y las manos en cada lado de su cabeza con el cabello entre los dedos después de haberlo jalado. No hacía ningún ruido ni se movía, sólo estaba ahí atormentándose con la oscuridad que le nublaba la mente en esos momentos, por eso Naran decidió avanzar más hacia él para sentarse a su lado y abrazarlo. Su primera reacción fue un ligero salto de sorpresa hasta que se volteó a verla sólo para comprobar lo que creía.

Permanecieron en silencio un largo rato, ella abrazándolo a él hasta que se acomodaron con la espalda sobre la pared trasera viendo hacia ningún punto en especial. Ambos se habían calmado con el simple hecho de estar juntos, mas la idea de que uno terminaría hablando o preguntando no los abandonaba.

—Estoy seguro de que si realmente me conocieras —oírlo la sobresaltó y provocó que su corazón se encogiera por el miedo, sin embargo al escucharlo bien se confundió— decidirías no volver a hablarme…

—Te perdono y aprecio el que respetes la privacidad de la gente de la forma en que lo haces pero no te perdonaré por creer y juzgar por mí —el chico subió sus pies al tronco para poder abrazar sus rodillas y así evitar verla.

—Soy un cobarde malagradecido —recostó su rostro sobre sus rodillas de forma que quedaba viendo el lado contrario de donde Naran estaba—. Tengo todo lo indispensable para una buena vida: una familia que me quiere y apoya, estabilidad económica media, una actividad que me relaja y me gusta, amigos con los que me siento cómodo…

»Y aún así… cada día es más pesado que el anterior, siento que lastimo a mi familia tanto como para que nuestro lazo se debilite aunque ellos no lo quieran ver… —Naran lo vio encogerse un poco más—. Algo está mal conmigo, algo que me hace querer huir de todo, irme de mi casa o… —la voz se le cortó al final, por eso se quedó callado casi un minuto hasta que ocultó su rostro entre sus brazos y habló —… o lo peor.

»Uso de excusa el dolor que me provocaría perder a alguien de mi familia cuando en realidad soy yo el que quiero morir… tal vez aún no sea tan fuerte pero siento que un día no lo soportaré más y haré una tontería mayor que cortar mi piel sólo para ver la sangre formarse mientras el dolor distrae mis pensamientos…

»Sé que si lo hablara con cualquiera terminarían diciéndome que sólo quiero llamar la atención, que es una fase que con el tiempo se terminará, que ni siquiera sé que siento o que no tengo derecho a sentirme así…

Alzó el cuerpo para bajar los pies aún sin verla a ella, rascó su cabeza de una manera diferente a la de siempre, Naran no terminaba de entender todo lo que él le había dicho porque las palabras “quiero morir” parecían repetirse una y otra vez en su mente.

—Y entre todos a los que podía haberles dicho esto… eres la que más derecho tienes de enojarte y odiarme por querer deshacerme de algo que tú no tienes… —al terminar de hablar por fin se volteó a verla, Naran sabía que no estaba mintiendo y que haber dicho las palabras anteriores le había costado mucho trabajo, por eso mismo cuando volvió a hablar evitó su mirada de nuevo—. No te lo conté porque deseara que me odiaras, que me sermonearas o me tuvieras lástima, ni lo hice creyendo que tú me dirías las palabras que tal vez podrían hacerme cambiar de opinión ni lo dije con intenciones de lastimarte o molestarte… lo hice porque eres una de las razones más fuertes que aún me tienen aquí.

Se quedaron en silencio de nuevo, en esa ocasión este duró más de diez minutos en los que cada uno encontró con qué distraer su mirada. Ryotarou se debatía internamente si lo que había dicho estaba bien o no, si ella lo tomaría mal o no. Por otro lado Naran pensaba tanto en lo que le había dicho como en lo que ella debía decir pues nunca antes había decidido contar su secreto sin importar si ya lo habían deducido.

Por coincidencia se había enterado de que Ryotarou había iniciado el año con buenas calificaciones, siendo a veces el mejor del grupo, sin embargo para los segundos exámenes sus resultados habían bajado. Aún así ella sabía que ese chico era muy inteligente y casi tan observador como ella por lo que el que hubiese descubierto su secreto sólo se lo confirmaba.

—Mis padres son arquitectos, los llaman para proyectos grandes y a veces importantes por lo que deben viajar constantemente a lo largo del país… y a pesar de que sólo tienen treinta y seis años, ya son bastante reconocidos en su industria.

»Y sin embargo fueron jóvenes que hicieron tonterías mientras estudiaban, como cualquiera espera que alguien lo haga —esta vez fue Naran la que se encogió en su lugar al hablar—. En su último año de la carrera ella se embarazó tres veces, lo cual terminó en aborto cada vez hasta que le dijeron que una cuarta vez sería de riesgo; aún así ella y su novio siguieron haciéndolo sin protección hasta que volvió a embarazarse a nueve meses de que su carrera terminara.

»Sin poder recurrir de nuevo al aborto y con el arrepentimiento sobre de ellos, los dos trataron se seguir adelante aunque los padres de ella ya la hubiesen abandonado mientras que los de él aún lo apoyaban —Naran tomó una rama del suelo para enterrarla en la tierra frente a ella—. Con esfuerzo la futura madre llegó al séptimo mes en que le pidió a los profesores que la dejaran sólo presentar los exámenes si no aceptaban aplazarlos.

»De esa forma llegaron al final de su carrera siendo que los dos no pudieron presentarse a la ceremonia de graduación pues el hijo por fin estaba por nacer… y eso los hizo atrasarse en su titulación por tres meses…

»Después de ese momento de estrés volvieron a ser los mismos jóvenes irresponsables que fueron antes, lo que llevó a que la familia del padre se rindiera y los abandonara también —Ryotarou tampoco la estaba viendo a ella, tenía su atención en lo poco que las ramas de los sauces le permitían ver de la calle y el resto del parque donde sólo un poco más de niños comenzaban a juntarse para celebrar el inicio de sus vacaciones de invierno.

El ambiente era sólo un poco más frío que los días anteriores, el sol que ya se encontraba en lo más alto del firmamento por lo que aumentaba unos grados la temperatura. Ryotarou escuchaba a Naran como si narrara algo que no tenía que ver con ella, sin embargo sabía bien a lo que terminaría llegando así que escuchó tan inmóvil y silencioso como podía.

»De nuevo la desesperación cayó en ellos hasta que el hermano mayor de ella se ofreció a ayudarlos a cuidar a la niña mientras terminaban con su proyecto para titulación; él muchas veces trató de hablar con ellos, de hacerles ver lo que hacían mal o lo que necesitaban hacer, no obstante los dos eran muy testarudos e inmaduros.

»Eso los llevó a de nuevo perder a su único apoyo aunque pasó cuando por fin se volvieron oficialmente arquitectos y su hija cumplió un año —Naran guardó silencio por un tiempo más largo, aplicó más fuerza en la rama para enterrarla hasta que la quebró, sin embargo no se detuvo, la trató de seguir clavando al empujar el fragmento roto—. No conseguían trabajo en lo que se habían graduado, el dinero se les consumía en los cuidados hacia la niña y su subsistencia, ya no tenían tiempo para divertirse y comenzaban a pelear hasta que encontraron una forma de deshacerse de la tensión… sólo unos meses después la salvación llegó a ellos en un hombre sólo cinco años mayor.

»Él les ofreció trabajo sólo si pasaban las pruebas, la capacitación y le dedicaban tiempo a obtener un posgrado. Obviamente ellos no lo dudaron… y así lo hicieron por los dos años en que esa preparación duró, aun cuando su nuevo estrés llevó a que el maltrato sobre su hija aumentara…

Con eso su voz se quebró, tal como Ryotarou lo había hecho, ella se encogió aunque de una forma mucho más evidente que la de él. El chico quiso acercarse más a ella o hacer algo más pues imaginaba que hablar sobre de eso era algo difícil.

»Ellos cumplieron y sobrepasaron las expectativas de sus jefes por lo que mantuvieron su trabajo y constantes viajes sin preocuparse por su hija… —Ryotarou notó que estaba siendo más difícil para ella seguir hablando, él no lograba imaginarse si era porque no quería llorar o era por la prohibición que tanto había mantenido o si era porque no quería que le tuviera lástima—. Crecí creyendo que era algo normal, que todo lo que hacían le pasaba al resto de los niños… teniendo cuatro años comencé a dudarlo hasta que a los seis un profesor me hizo ver que no estaba bien, que todo el dolor, el miedo y la tristeza no era parte de una vida sana… quiso arreglarlo pero sólo lo empeoró…

»Se aseguraron de enseñarme que ese era nuestro secreto y nunca nadie debía saberlo, que no podía huir porque sin ellos yo nunca sería nada… que todo era mi culpa y como tal debía pagarlo…

Su voz tembló, él supo que si no estaba llorando estaba al borde de hacerlo y sin embargo no podía abrazarla porque él simplemente no sabía hacerlo, no importaba cuál fuera la situación o de quién se tratara, para él abrazar era muy difícil y se lo había dicho a ella en una de sus sesiones de preguntas, por eso ella se atrevió a hacerlo.

Se abrazó a él sin mostrarle el rostro, el movimiento y la nueva posición los obligó a deslizarse del tronco a la tierra donde él por fin pudo pasar sus brazos alrededor de ella sin importarle lo raro que se sentía pues se estaba esforzando por intentar darle fuerza y confort a pesar de que él no creía mucho en eso.

Poco a poco ella se fue liberando, sus temblores ligeros aumentaron de fuerza hasta que los sollozos se volvían un llanto verdadero. Él mismo sintió la tristeza de ella como si fuera de él por lo que también derramó lágrimas.

Cuando se calmaron, el cielo ya estaba coloreado en naranja por el atardecer; Naran se quedó recostada en el pecho de él quien había pasado el brazo por la cintura de ella para tomarla de la mano. Poco se movían, los únicos sonidos eran el de los alrededores y sus propias respiraciones que parecían haberse sincronizado.

Ninguno de los dos sentía frío o hambre, ninguno estaba preocupado por la hora que era y lo que deberían decir al volver, debido a eso es que volvieron a iniciar sus pláticas, ya no juagaban a preguntarse sólo se centraban en hablar sobre quiénes creían que eran y algunas cosas que habían omitido antes pues querían que entre ellos no volvieran a usar mentiras, que los escudos que habían creado para el resto del mundo sólo fueran disminuidos entre ellos.

Aún no se oscurecía cuando escucharon a personas acercarse específicamente a su lugar, por eso Ryotarou le pidió levantarse para salir porque los otros usuarios del lugar ya habían llegado. Naran supo que eran del tipo de gente que su amiga Sara había llamado como vagos, llevaban ropas de tallas más grandes y de aspecto descuidado; Ryotarou la tomó de la mano y se colocó frente a ella mientras hablaba con ellos sobre cosas como que tenían tiempo sin verse o hablarse así que el chico tuvo que explicarles que había estado ocupado.

Hasta después de unos mi minutos de una conversación que Naran no pudo entender bien, los dos se fueron hacia la parada de los camiones ya que el cielo estaba oscureciendo. Él le contó de cómo los había conocido ahí y se había atrevido a hablarles sólo para pasar el tiempo aunque muchas veces prefería no ir a verlos por lo poco que soportaba lo que fumaban.

—Salgamos mañana —Naran ya se había rendido sobre mantener la distancia entre ellos, ya no podía huir más de eso así que deseaba sacarle todo el provecho que pudiera antes de que volviera a irse—. Aunque… yo no sé de lugares para eso…

—Yo tampoco… no soy mucho de eso —de la forma en que a ella tanto le gustaba, el chico rascó su nuca mientras sonreía de lado—. ¡Ah! Pero creo que hay una zona que te gustará visitar.

—Bien, confío en eso —justo cuando llegaron a la parada, dejó el lado del chico sin soltarlo para estar frente a él—. ¿Nos vemos aquí?

—No, mejor dime dónde es lo más cerca que puedo recogerte —Naran sólo dudó un poco antes de decirle el punto para verse, no era muy lejos de su casa porque confiaba en él y que nadie lo vería en ese lugar.


No podía negar que estaba emocionada, sabía que esa salida sería diferente a las comunes que hacía con sus amigos a pesar de que nada hubieran hablado que los hiciera creer que ya no eran amigos. Después de haber hablado con Ryotarou no sólo había sentido que el lazo entre ellos se había fortalecido, también sentía una ligereza gratificante que le provocaba constantes sonrisas cuando recordaba algunas de las cosas que habían pasado esa tarde o el beso mentiroso, como ella había decidido llamarlo, de ese jueves en la tarde. Trató de parecer tan seria y sumisa como siempre lo hacía con sus padres, esperando que no sospecharan nada sobre la fuente de su felicidad pues ya le habían demostrado un par de veces que sabían atormentarla con algo que no fueran golpes y eso era lo que habían hecho cuando había conocido mejor a Lena y a Sara.

No imaginaba qué podrían hacer ahora que ya no podían provocar que se acercara tanto a alguien como con ellas, no podían quitarle el verlo en la escuela, lo único que podrían hacer era mudarse en cuanto pudieran aunque Naran ya estaba preparada para eso después de lo que había pasado con Pat.

Y aun sin que le importara, por primera vez, lo que sus padres pudieran hacer, ella siguió emocionada. Eligió lo mejor de sus ropas, a pesar de que nunca fuera la típica ropa femenina que los aparadores siempre mostraban pues ella se había rendido sobre desear tener uno así por culpa de la vida que llevaba haciendo que las faldas, vestidos, camisas sin mangas o de escote no fueran para ella por las marcas que casi siempre llevaba.

Al llegar al lugar, Ryotarou ya estaba ahí, recargado en una pared con la capucha de su sudadera puesta para evitar el sol de esa mañana, tenía las manos dentro de sus bolsillos y los audífonos colocados. En cuanto la vio, ella lo notó sonreír honestamente provocando que se sonrojara porque hubiera notado su esfuerzo por verse diferente.

—No, no tenía mucho esperando —su sonrisa cambió a una con burla oculta en ella por haber respondido la pregunta que había estado por hacer, Naran se rio un poco antes de adoptar una expresión sarcástica como la de ella.

—De hecho te iba a decir que ojalá me hubiera tardado más en llegar —Ryotarou recuperó su sonrisa verdadera, se acercó a ella un poco para tomar uno de los mechones que delimitaban su rostro para besarlo con suavidad como las personas de antes lo harían en la mano de una mujer.

—Lo siento mucho, estás muy lejos de poder ejercer el sarcasmo.

Antes de tomar su transporte, Naran le dijo hacia dónde debía ir para llegar a su casa siendo que sólo necesitaba caminar cinco calles y una vuelta para llegar. Durante su viaje platicaron otro poco hasta que en uno de los camiones Ryotarou se levantó para cederle su asiento a un señor grande que terminó siendo el que platicara con ella hasta que el chico le avisó que ya tenían que bajar.

—No había notado que venías con tu novio, espero no haberlo espantado o encelado —le guiñó a Naran con inocencia, ella se rio mientras que el chico sólo le sonreía con amabilidad.

—La verdad es que sí temí, por eso ya nos vamos.

Llegaron a la periferia del conocido centro de la ciudad, ahí el chico la llevó a un gran parque recientemente arreglado donde podían ver a la gente pasear entre algunos pequeños puestos de curiosidades. Primero Naran se entretuvo viendo esos puestos hasta que Ryotarou le mostró la razón por la que creía que ese lugar le agradaría ya que por varios sitios se veían los hijos de esos vendedores que correteaban por el lugar o se mantenían tratando de ayudar a sus padres si estos eran lo suficientemente estrictos para pedirles que no se movieran tanto.

Por las avenidas donde los autos circulaban, otros pocos niños aún más pobres estaban sentados junto a sus madres pidiendo dinero o esperando a que los autos se detuvieran para pedir o intentar vender de los pocos dulces que tenía.

Viendo eso, a Naran se le ocurrió una idea que la llevó a pedirle al chico que la acompañara a donde hubiera tiendas baratas de juguetes o ropa, lo que fue sencillo para él ya que era cerca de ese lugar donde fácilmente podrían encontrar algo de eso.

—¿De dónde sacas el dinero para ayudar? —el chico hizo la pregunta que más deseos había tenido de hacer desde la primera compra que había hecho.

—Al fin de cuentas ellos no quieren que yo dé una mala imagen así que me dan bastante dinero para que compre ropa o coma fuera o lo que sea, así que la mayor parte de eso la uso para la escuela o para esto —se encogió de hombros mientras revisaba lo último que había comprado, lo cual eran un par de balones—. Espero sepas jugar fútbol.

—Bromeas ¿cierto? —llevando la mayor parte de las bolsas de sus compras, Ryotarou la observó entrecerrando los ojos, ella negó riendo—. Sólo sé que corren detrás del balón para meterlo en la portería del oponente, no sé más.

—Eso será suficiente —caminó unos pasos antes de voltear a verlo de nuevo—. Hoy te ejercitarás, milagro.

Su idea fue entregarle un poco de dinero a los padres y hablar con ellos para que le prestaran a sus hijos por unas horas pues quería que jugaran un poco, les prometieron darle algunos premios a los que mejor jugaran y que tratarían de hacer que sacaran un poco de dinero si todo salía como quería.

Sólo cuatro familias se negaron a la petición, y aún así logró juntar diez niños y niñas que estuvieron encantados con la idea de jugar. Todos juntos se fueron a una de las tres canchas del parque donde los dividieron en los dos equipos que jugarían equilibrando el número de niños y de niñas y las edades, Naran les pidió que no buscaran razones para pelear y que jugaran bien pues intentarían que otros se unieran para que ganaran algo de dinero.

Después de una rápida consulta a unos de sus amigos, Ryotarou les explicó las reglas básicas a los niños para que por fin comenzaran un juego justo mientras que Naran arreglaba el cartel que comenzaría atraer gente pues su objetivo era que los niños jugaran contra equipos de adultos o jóvenes que quisieran pasar un rato.

Al cabo de treinta minutos, se juntaron los diez oponentes donde predominaban los jóvenes que atraía la sonrisa de Naran, dejaron sus cosas a resguardo de la chica y comenzaron a jugar contra los niños que aún fallaban en organización y trabajo en equipo, lo que los llevó a perder después de divertir a los espectadores y oponentes.

En los siguientes juegos Ryotarou ya no tuvo que estar vigilándolos sobre las reglas o dándoles sugerencias, los diez niños aprendieron a jugar mejor y dar una mejor pelea contra sus oponentes. Al final los jugadores dejaban unas monedas de cooperación para comprar aguas o, a veces, los espectadores eran quienes llevaban el agua a la chica organizadora.

Esa actividad se convirtió en su rutina de los siguientes días hasta que a la segunda semana dejaron de acercarse, esperando ver que solos los niños se organizaran y otros pocos se unieran, además de que vigilaban un poco de que los adultos no se comenzaran a aprovechar de ellos o de lo que ganaban.

Ese día en que ya no se dejaron ver por nadie de la actividad, los dos fueron a pasearse por los alrededores mientras que el chico le enseñaba de algunas plazas comerciales donde él conseguía libros o videojuegos.

Naran disfrutó esas tres semanas que pasó casi exclusivamente con Ryotarou aunque el miedo porque sus padres decidieran ya mudarse de nuevo no dejaba de atormentarla continuamente. Un par de días había salido con sus primeras amigas y otro par con las segundas chicas con las que se había juntado.

Esa tarde, después de unas horas en el lugar secreto del parque cercano a la casa de Ryotarou, se fueron hacia la parada del transporte de nuevo caminando en silencio. Se detuvieron en la zona donde el sol no los molestara pues, como ya era costumbre, se quedaron viendo los autos pasar.

—¿Te han dicho algo tus padres? —lentamente la tomó de la mano para tener una excusa que le permitiera acercarse un poco más a ella.

—No… y creo que ya sólo están supervisando su trabajo… —Naran le dio un suave apretón en la mano al pensar en eso, él se le dio un beso en el cabello—. Siento que sólo están esperando para que sea más difícil para mí…

Se abrazó al chico con fuerza, no quería que el día en que se separaran llegara porque presentía que después de eso no se volverían a ver si era cierto que sus padres ya se habían enterado de la relación que tenía con Ryotarou, además de que sentía que el chico se volvía distante y silencioso en mayor medida que antes por las constantes peleas con su familia y sus pensamientos.

Sus padres no se habían puesto violentos en esas últimas tres semanas y eso la había ayudado mucho ya que no estaba segura de cómo reaccionaría Ryotarou ahora que conocía bien lo que significaba cuando llevaba un cubre bocas o un parche, no quería que la viera así ni imaginara lo que había pasado sin que preguntara. Sólo por esa razón ya quería irse.

—¿Tus padres te dejarían tener un celular? —por la pregunta tan espontánea del chico, Naran levantó la cabeza para observarlo, él se mantuvo callado hasta que ella se encogió de hombros—. Si puedes, mañana vayamos a que compres uno, por hoy toma el mío —mientras lo sacaba del bolsillo de su pantalón, la chica se alejó de él sorprendida porque le iba a entregar algo de tanto valor, en cuanto se lo ofreció ella retrocedió—. Tómalo, si te vas a ir antes de que me puedas venir a decir o algo, puedes mandarme un mensaje al celular de mi hermano para que yo vaya hacia allá, ahí podrás devolvérmelo o lo harás cuando vayamos a comprarte uno.

—No, Ryo, es demasiado —retrocedió otro paso cuando él lo dio hacia ella.

—Sólo será por esta noche, mañana podemos ir y ya… —Naran negó con la cabeza llevando sus manos a su espalda—. Por favor… no quiero despertar un día sin que tú estés o sin que pueda despedirte…

Naran vio la tristeza reflejada en la mirada del chico, ella tampoco quería que eso sucediera y aún así no había buscado una solución. Lo que le ofrecía era la mejor forma sabiendo que el correo electrónico sería lento, la idea de él se le hacía demasiado y sin embargo tuvo que aceptar el ofrecimiento de Ryotarou esperando que el siguiente día ella se comprara uno y se lo devolviera.

A pesar de sus planes, todo fue arruinado cuando esa noche los padres de Naran volvieron a la casa para liberar sus estrés con ella. Desde que llegaron gritándole que bajara, Naran supo que la salida del siguiente día no sería posible.

Después de tantos años bajo el mismo estilo de vida, la chica seguía sintiendo mucho miedo cada que ellos dos llegaban llamándola pues nunca tenían otra razón para hablarle que el deseo de desquitarse contra ella. A Naran le dolía, no podría nunca acostumbrarse al dolor que ellos eran capaces de provocarle, ni del terror o la desesperación que la hacían vivir y por eso lo único que odiaba de Ryotarou era que él se hiciera daño a sí mismo sólo por su propia ansiedad.

Ella estaba consciente de que era el mejor ejemplo de por qué debía detenerse cada vez que se cortaba, era quien debía hacerle comprender que mientras él estúpidamente se provocaba dolor innecesario, muchos otros sufrían de dolor que no querían, no deseaban ni merecían por parte de otros, y que esas personas darían lo que fuera porque se detuviera. Y a pesar de ello, no se atrevería a ir a ver al chico después de ese desquite de sus padres pues sabía que su estado lo haría sentir mal por no ser capaz de impedirlo o podría obligarlo a actuar y empeorar la situación.

El tiempo pasó sin que ella se diera cuenta puesto que toda su concentración la había mantenido en calmarse y apaciguar su dolor. Estaba empapada y temblando de frío, la toalla que tenía no le había sido suficiente para secarse ni calentarse por culpa del dolor en sus costillas que no le permitía abrazarse lo suficiente para darse calor, además de que su hombro le dolía mucho y esperaba a que no fuera por que se hubiera dislocado, lo mismo que esperaba de su tobillo derecho que apenas podía usarlo sobre el suelo.

Ya no quería encender la computadora para mandarle un mensaje a Ryotarou, sin embargo quería decirle en ese momento de que no se verían, aunque esa era sólo la excusa para escucharlo y sentirse de nuevo en paz.


El celular del hermano de Ryotarou comúnmente estaba apagado y en su cuarto, en cambio esa noche el menor de los hermanos lo había tomado antes de que se durmieran y lo había colocado muy cerca de su cama sabiendo que en algún momento ella podría llamarle para las malas noticias, aún cuando él deseara que no fuera así.

Por eso se sobresaltó cuando el tono más bajo comenzó a sonar casi en su oído, sintió su corazón agitarse, quería tomarlo y saber que era otro número, y sin embargo en la pantalla apareció con claridad su propio nombre. Tomó el celular al reconocer que si tardaba más podía perder la llamada.

—Ryo…—la forma en que escuchó la voz de la chica lo hizo sentarse casi al instante y despojarse de toda la somnolencia que aún quedaba en él.

—Aquí estoy…

—Lo siento, Ryo… no podré ir mañana… no podremos salir ni podré devolverte tu teléfono mañana —su voz se cortaba, esa no era nada de la misma chica con la que había estado hablando tanto y pasando el tiempo como nunca antes se había imaginado, la sentía tan vulnerable y sólo podía ser por una sola razón.

—Tranquila, no importa ya, podrás devolvérmelo otro día —apretó su mano en la orilla de su cama, su instinto le pedía interrogar, mas su personalidad lo detenía así que buscó la forma de hacerlo lo menos indirecto que podía—. ¿Estás bien? —tan pronto salió la pregunta de sus labios, supo lo estúpida que era.

La escuchó llorar; con claridad identificó sus sollozos aunque pareciera haberse alejado la bocina del celular, la imaginaba y quería abrazarla a pesar de lo difícil que eso era para él, quería estar a su lado de verdad—. Estoy aquí y aquí me quedaré hasta que lo necesites… desearía poder estar más cerca, pero sé que eso tú no quieres.

Ryotarou salió de su casa con una sudadera y un libro, no sabía que más decirle o hacer así que se decidió por no colgarle hasta que ella lo pidiera y dejarla que lo escuchara leer para poderla distraer un poco y que se calmara o se quedara dormida. Él mismo no quería colgar y sabía que no podría dormir aunque lo intentara así que siguió leyéndole hasta que casi comenzó a amanecer.

Ella había sido la primera en rendirse, había escuchado unos minutos su suave respiración a través del teléfono que seguramente había quedado cerca de su boca, había hecho un esfuerzo por imaginarla por fin descansando hasta que se regresó a su cuarto con la suerte de que nadie lo escuchara.

Mientras que él poco se atrevió a dormir, ella despertó al medio día en que sus padres le ordenaron prepararles el desayuno mientras que ellos terminaban de alistarse para irse, además de que le exigieron limpiar la casa ya que estaban seguros de que no saldría. Naran se esforzó por ignorar ese trato, sin embargo a causa de su relación con Ryotarou, ya no le estaba siendo tan sencillo.

Aún así pudo distraerse a ratos con los mensajes que el chico le respondía casi al instante. Él había decidido no salir de su casa ese día ni separarse mucho de la computadora, no sólo por responderle a Naran, sino también porque sabía que su humor no estaría tan agradable para el resto que le hablara por lo que prefirió evitar más problemas con su familia.

El siguiente día pasó de manera similar, el tercer día empezó exactamente igual hasta que en la tarde, alrededor de las cuatro, en que Ryotarou recibió de nuevo una llamada de Naran aunque en esta ocasión fue para decirle que habían comenzado la mudanza. El chico dejó lo poco que hacía, tomó su cartera y sus llaves y salió corriendo hacia la parada del transporte.

Desesperado por llegar a tiempo, Ryotarou se mantuvo viendo una y otra vez su reloj cada que el camión se detenía pues tenía miedo de que no llegara a tiempo. Ella le había contado que no contrataban mudanza como tal ya que siempre llegaban a casas ya amuebladas para no tener que estarlas llevando; por eso sólo tenían un pequeño remolque donde se llevaban ropa y algunos electrodomésticos que tenían.

Cuando Ryotarou llegó el remolque ya estaba lleno, el que parecía ser el padre de Naran estaba acomodando las últimas cosas mientras que la chica se encontraba atrás abrazando una mochila diferente a la que usaba para las clases; cuando el hombre se volteó, la observó por encima del hombro antes de arrebatarle la mochila para arrojarla dentro, desde donde el chico estaba fue capaz de escuchar el sonido de algo pesado romperse o al menos golpearse.

—¡Naran! —sabía bien que debía calmarse, que no debía protestar ni provocar a esas personas si no deseaba que siguieran lastimando a la chica, así que decidió sólo hablarle desde lejos, como ella le había sugerido.

La vio cambiar su expresión sumisa y temerosa cuando sus ojos parecieron iluminarse al verlo, la chica caminó hacia él sin ver a su padre que veía con suspicacia y frialdad al recién llegado que pacientemente esperó porque ella llegara con él sin mostrar nada acerca de la ligera cojera que llevaba.

Naran se abrazó a él con fuerza, Ryotarou se atrevió a devolverle el abrazo aunque fuera con una fuerza ligeramente menor. De nueva cuenta la sintió temblar bajo sus brazos, tenía muchas cosas por decirle, mas la presencia de los padres lo detenía, por eso la llevó un poco más lejos de ellos donde no tuviera que estarlos viendo directamente. Callaron y permanecieron en la misma posición, tal como parecía ser su costumbre; siendo Naran la que terminó con ese silencio por el poco tiempo que contaba.

—Seguiremos escribiéndonos ¿verdad? Trataré de conseguir un celular para que podamos hablar y te diré a qué lugares voy y esas cosas —Naran se separó un poco de él para hablarle, se estaba esforzando por no llorar pensando en la posibilidad de que no pudieran volver a verse.

—No habrá día en que no espere y responda tus mensajes —Ryotarou bajó los brazos pues el corto efecto del abrazo ya se le había terminado, sentía su corazón oprimirse al verla, sin embargo había cosas que ya había tenido tiempo para pensar así que llevó sus manos a los hombros de ella para hablarle de nuevo—. Si eso no vuelve a pasar, si nuestros caminos no vuelven a juntarse nunca, sabes que eres libre y que nuestra amistad… o lo que nos une, nunca deberá ser un impedimento para hacer lo que de verdad desees ¿lo entiendes?

Al inicio hubo dolor en su rostro, las lágrimas estuvieron por salir hasta que comprendió las palabras lo suficiente para que su sonrisa regresara a ella: —Lo sé, pero no cambiará nunca el hecho de que te haya amado…

De nuevo el silencio quedó entre ellos, el tiempo se estaba terminando sin que ninguno de los dos se atreviera a moverse o decir algo más. Desde lo lejos llegó el grito de la madre de Naran para apresurarla de que se subiera de una vez al coche, eso provocó que bajara la mirada antes de que le entregara el celular al chico. Estaba por decirle las últimas palabras cuando él por fin hizo lo que tanto había contenido. La besó.

—Ni en mí cambiará.


Naran se fue de nuevo, por primera vez se había podido despedir correctamente de quien extrañaría, lo que fue mucho más doloroso que no hacerlo, sin embargo en ella se quedó la esperanza porque no fuera un adiós como tal.