Permanecieron recorriendo la
ciudad por dos semanas y media en las que pusieron en práctica lo que les
enseñaron además de buscar un poco más de comida en los edificios abandonados
ya que aún no sentían la suficiente confianza hacia los soldados que repartían
los alimentos.
Se mantuvieron racionando su
comida tanto como podían ya que al cabo de esos once días continuaron su camino
sin destino siguiendo la carretera que les habían dicho que los llevaría a otra
ciudad aparentemente más tranquila por lo pequeña que era.
El trayecto fue de un aspecto
mucho más monocromático que el de la ciudad, el asfalto se encontraba cuarteado
casi en su totalidad con fragmentos ya levantados y agujeros que sólo los
vehículos de los militares podían evitar sin problemas, tal como lo habían notado
el par de veces en que había tenido que buscar cómo esconderse de las caravanas
de coches que llegaron a encontrarse, lo cual no había representado un fuerte
desafío ya que al rededor siempre había la suficiente maleza seca o árboles
derribados que les proporcionaban ese refugio momentáneo.
A pesar del aviso del señor Henko
sobre que los militares no le hacían menor caso a los civiles que transitaban
solitariamente las carreteras, los dos chicos decidieron pasar desapercibidos
de esa manera por la misma razón por la que no les pidieron alimentos en la
ciudad.
De esa forma realizaron su viaje
en una semana más aunque cerca del final de esta las cosas se complicaron. Su
racionamiento con la comida no había sido suficiente para la poca cantidad que
tenían a pesar haberse acostumbrado a una comida y media al día. Por eso fue
que esos últimos kilómetros los avanzaron lentamente con constantes descansos
que les disminuyeran el mareo y la debilidad en las piernas, aunque no pasara
lo mismo con la sequedad en su boca o el molesto vacío de su estómago.
Trastabillando, apoyándose el uno
en el otro, llegaron a la nueva ciudad que estaba tan deteriorada como la
anterior aunque los edificios en esta eran de menor tamaño y no había humo
visible por ningún lado. El silencio fue tan parecido al que los había
acompañado en su trayecto por lo que realmente creyeron en las palabras de
Henko sobre lo desolado que ya se encontraba ese lugar.
Entraron al primer edificio que
encontraron con las mejores condiciones que le impidiera caer sobre de ellos
mientras dormían. Con su resto de fuerzas sólo lograron llegar al primer
departamento donde se desplomaron sobre los cojines que había compuesto un sofá
antes de que alguien hubiera desarmado el mueble para llevarse la madera con un
fin que los dos chicos no se interesaron por imaginar.
Dejaron que el sueño les ganara,
se dieron el lujo de relajarse aun cuando una de las mujeres con las que vivía
el viejo que los había ayudado, les hubieran advertido que si se dormían cuando
estuvieran realmente hambrientos podían llegar a no volver a abrir los ojos.
Kiza fue la primera en despertar,
su rostro se encontró muy cerca del de Yone como las veces anteriores en que
les había tocado dormir tan juntos sólo que esta vez, a diferencia de esas
ocasiones, no se sobresaltó o incomodó; en cambio movió su mano hacia la nariz
de él para asegurarse de que seguía respirando. Permaneció observándolo unos
segundos más, veía como sus ojos se movían detrás de sus pálidos párpados, como
sus labios lentamente formaban palabras indistinguibles, notaba su pulso marcarse
con suavidad en su cuello. El hechizo se rompió al escuchar su estómago
quejarse de nuevo por el hambre.
Se levantó sin darle importancia
a la debilidad que nublaba su mente, revisó cada uno de los rincones de la que
había sido la cocina del departamento, buscó superficialmente en el resto de
las habitaciones antes de repetir la acción con las viviendas superiores. A la
mitad de su búsqueda Yone la llamó desde abajo para después acompañarla en el
registro del lugar.
Sólo fueron capaces de encontrar
un par de latas abolladas y una bolsa con frutos secos que no les llamó la
atención en apariencia mas el hambre los obligó a probarlos y convencerse de
que no era una mala opción de alimentación suplementaria.
Usaron la estufa de base para la
fogata necesaria para calentar sus alimentos, tal como otra de las mujeres de
la ciudad pasada les había enseñado. Los frutos les habían servido para alejar
un poco la somnolencia y, así, poder cocinar un poco para ellos.
Dejaron el edifico a poco antes
de que anocheciera y se instalaron en uno diferente cuando el cielo comenzaba a
aclararse, esta vez sólo se encontraron con unos panes ya algo pasados y duros
a los que les quitaron fragmentos que aparentaban aún estar bien. Henko les
había advertido bien sobre esos productos ya podridos, no obstante, su hambre y
deseo por que el contenido de las latas les durara varios días más lo hizo ignorar
las palabras del hombre.
Volvieron a dormir en la planta
baja donde se habían encontrado unas sábanas amarillentas y roídas que les proporcionaron
el calor mínimo para descansar un poco.
No tenían más de cinco minutos
dormidos cuando el estruendo de la puerta al ser abierta con violencia los
despertó. Tomaron sus cosas y se quedaron juntos viendo que se trataban de
soldados del país en el que se encontraban, según la descripción que les habían
enseñado.
Once de ellos subieron mientras
que cuatro se quedaban abajo, dos de ellos fueron a revisar el resto del
departamento asegurándose de que nadie más había. Luego de comunicárselo al par
que resguardaba la puerta, los dos fueron hacia el par de confundidos chicos
para inmovilizarles los brazos hacia la espalda y golpearles la nuca con la
mano recta dejándolos inconscientes al instante.
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