jueves, 19 de noviembre de 2015

3. Desear

Henko ya se sentía muy viejo como para poder continuar con la angustia que la guerra no dejaba de llevarle; cansado de las constantes movilizaciones hacia los refugios antibombas, decidió que permanecería en su edificio esperando que nada malo le pasara o que fuera lo suficientemente rápido como para que el dolor no lo atormentara durante días, si es que Dios era tan bondadoso con alguien que ningún mal había hecho además de su mal humor.

Su cabello se había ya llenado de canas aunque aún tenía espacios que recordaban lo castaño que había sido en su juventud, se sentía orgulloso de no haber perdido tanto del cabello en sus sesenta años, al igual que lo sentía por la fuerza que creía aún tener a pesar de que esos tiempos intentaran drenarle ese resto, además de que llegó a la conclusión de que lo mejor sería dejar de robarle espacio en esos lugares a gente que aún tenía mucho por vivir si la guerra se los permitía.

Permanecía sentado en la entrada, detrás de una ventana, en su cuarto, en alguna otra habitación; todo por horas hasta el horario de la repartición de provisiones; a veces se distraía escuchando las noticias del radio, otras veces releía sus viejos libros y unas pocas veces más se perdía en sus propios pensamientos. Así fue hasta que, en medio de una emergencia, vio a una mujer llevando de las manos a cinco niños terriblemente asustados por el acercamiento de las avionetas mientras ellos aún se encontraban lejos de los refugios de los que ni siquiera conocían su localización.

En un acto de valentía e iluminación, Henko se movió hacia a ellos para refugiarlos en su deteriorado edificio mientras la amenaza terminara. Sin embargo, los seis permanecieron en el lugar completamente agradecidos y negados a abandonar a su salvador. De esa forma su edificio comenzó a recobrar vida, al igual que él cuando las personas a salvar se incrementaron por un tiempo.

Ese día comenzó como cualquier otro, una de las familias que ahora habitaban el edificio fueron las encargadas de ir por la repartición matutina de víveres, otras dos tuvieron la tarea del lavado de la ropa mientras que el resto cocinaba lo de ese día, escuchaba el radio o visitaba los refugios. Henko permaneció en la entrada cuidando de los más chicos que corrían riendo y gritando por la calle. Después de la hora de la comida siguió la rutina con la mayoría entreteniéndose de sus formas cotidianas hasta que la alarma inició de nuevo.

Las familias tomaron camino al sótano mientras que Henko permaneció en el piso inferior, no muy lejos de la entrada al sótano. No llevaba más de un minuto sonando la alarma cuando avistó dos siluetas cruzando la calle con tranquilidad. Los observó con precaución creyendo que se trataban de soldados enemigos infiltrados mientras las avionetas y los soldados peleaban más en el centro; dentro de su vieja mente cruzaron ideas de intento heroico, suicidas, inteligentes y cobardes hasta que la luz alrededor de ellos les dio una apariencia más clara.

Se trataban de dos jóvenes soportando el frío y que caminaban sin buscar refugio o algo más, simplemente avanzaban como si fuera un día del pasado en los que podías recorrer las calles con tus amigos disfrutando de unas horas libres. Henko sabía que las apariencias podían engañar, que esos chicos también podían ser soldados o alguna clase de oportunista que pudieran querer robarles lo poco que tenían, aún así veía el cansancio y el sufrimiento pasado en la mirada de ambos chicos de facciones similares.

Deliberó mentalmente unos minutos hasta que, chasqueando la lengua, salió del edificio para hacerles señas de que entraran con él. Manteniéndose alerta de los ruidos de las peleas y del cielo, observó a ambos chicos verse confundidos entre ellos hasta que hicieron caso en seguirlo. No había miedo o desconfianza en ellos por el hombre, sólo la curiosidad por la interrupción de su camino.

Dentro del edificio los llevó al sillón cercano a la entrada del sótano, les indicó sentarse con una seña, ambos los hicieron sin decir nada ni mirar nada en específico alrededor mientras que Henko los observaba por unos segundos.

—Díganme una cosa ¿están locos o son sordos? —ambos chicos lo miraron sorprendidos aunque mantuvieron su silencio—. Aparentemente sordos no están, así qué ¿por qué no parecían buscar refugio si la alarma estaba sonando?

—En realidad no sabíamos que debíamos escondernos por ese ruido —la mirada confundida del chico terminó sorprendiendo al adulto, esos chicos de alguna forma le parecían vacíos en cuanto a emociones por lo que no podía identificar mentiras en sus palabras, aunque no se dejaría llevar por la atrofia de su intuición.

—¿Estuvieron encerrados toda su vida o algo? Esa alarma es un aviso de que habrá un ataque, es para que la gente común como nosotros, nos escondamos en los refugios —el adulto pudo notar como los dos chicos estaban teniendo ciertas dificultades para entender lo que él decía, sólo no comprendía si era porque no estaban completamente familiarizados con el idioma, lo cual suponía un riesgo al abrirse de nuevo a la posibilidad de que se trataran de chicos del país enemigo, o si tenían algún tipo de daño en el cerebro que los hubiera hecho lentos, por no usar palabras más duras u ofensivas.

—En el hospital nos dijeron que perdimos la memoria —esta vez fue la chica la que habló, Henko volvió a observarlos en busca de mentiras.

—¡Oh! Eso lo explica todo —el adulto se relajó un poco, dejó que su cuerpo se sumergiera en el sillón desgastado hasta que pensó en lo que podía significar haber encontrado a esos chicos. Volvió a llevar su cuerpo hacia adelante al mismo tiempo que movía su cabello hacia atrás tratando de pensar en las mejores palabras para usar—. Verán, en este edificio viven cinco familias, además de mí, aunque sólo son mujeres y niños porque los hombres ya han sido llamados al frente.

>>Les puedo enseñar lo básico que sé para que sobrevivan allá afuera pero no los puedo dejar que se queden aquí, ustedes ya son jóvenes y creo que podrán cuidarse solos con los conocimientos mínimos —el que los dos jóvenes no demostraran emociones sinceras o completas en su rostro le provocaba cierta incomodidad, quería creer que eso se debía a la amnesia por la que pasaban, sin embargo su falta de conocimientos sobre el tema le provocaba esa desconfianza que lo obligaba a decirles que no los podía dejarlos quedarse—. ¿Saben cuáles son sus nombres?

—No estamos seguros, en estas mochilas encontramos un indició de que ella podría llamarse Kiza y yo Yone —de entre los dos, ese chico le parecía ser el mayor si fueran hermanos...

—¿No son parientes? Digo, ya sé que no recuerdan nada pero... ustedes son tan parecidos —esta vez negaron a las palabras sin mostrarse realmente interesados en el significado de sus palabras.



Mientras la alerta pasaba, Henko ocupó el tiempo en contarles acerca del origen de la guerra y una introducción de la geografía general del mundo centrándose más en la del país que habitaban; al final del ataque, cuando el resto de los habitantes del edificio abandonó su refugio, los presentó rápidamente para continuar con sus enseñanzas acerca de los diferentes militares que podrían encontrar y las mejores formas de evitar problemas cuando los conflictos se dieran.

Al final de ese día les permitió dormir en el sofá que perviamente había ocupado, no sin antes haberles convidado de la poca comida que tenían. Toda la mañana del siguiente día la ocuparon las mujeres de las cinco familias para enseñarles diferentes formas de cocinar los víveres que les dieran mientras que Henko les enseñó un poco de la teoría sobre encender fogatas ya que él mismo nunca había intentado alguna.

Para la tarde los chicos ya estaban listos para partir de nuevo. Les entregaron dos mudas de ropa, tres latas de conservas, un paquete de semillas y cuatro frutas junto a una única botella de agua; con esto los dos chicos partieron completamente agradecidos por su amabilidad en no dejarlos seguir recorriendo su camino en blanco.



Henko permaneció en la puerta hasta que las siluetas de ambos dejaron de ser distinguibles, no podía evitar pensar que podría no volver a ver a ese par de chicos o de preguntarse si en algún momento recuperarían su memoria para que pudieran regresar con la familia que tuvieran aunque también pudiera significar regresar al fuerte impacto o trauma que podría haber desatado esa amnesia. Regresó a su rutina rezando porque la vida no se les complicara y pudieran vivir muchos años más si la guerra terminaba.

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