martes, 1 de agosto de 2017

Iván

Todo el tiempo conocemos gente, muchos se quedan grabados en nuestra memoria y otros simplemente los terminamos olvidando hasta que alguna cosa nos hiciera recordarlos y preguntarnos qué habría sido de ellos. Y sin embargo yo siempre creí que los amigos sólo eran para estar en la escuela, y una forma de ser diferentes a quienes éramos con nuestra familia, siempre consientes de que dejaríamos de vernos al cambiar de escuela. Aún así, pensaba que llegando a la universidad podría enfocarme mejor en elegir a mis nuevos amigos pues serían los que recordaría cada vez que encontrara problemas profesionales. 

De cualquier forma, nunca fui una persona muy sociable porque no sentía la necesidad y porque mis padres siempre fueron estrictos al grado de que si salía de la escuela a las tres y sabían que el trayecto de esta a mi casa era de hora y media, me querían a las cuatro treinta en la casa; y que si quería salir de fin de semana con alguien que no fuera familia, debía pedir permiso dos semanas antes, recordarles una semana antes y decirles con quién, a dónde y a qué hora iría. 

Nunca los juzgué, siendo adolescente tal vez me parecía duro pues esperaban las mejores calificaciones y, como tampoco me importaba no formar lazos tan fuertes con los demás, seguí indiferente hasta la preparatoria; ahí fue donde cambié. Ellos soltaron la soga con la que me mantenían como un estudiante ejemplar, me dieron la libertad que no anhelaba; sin aviso ni conversaciones poco a poco fui perdiendo el control al no saber cómo tenerlo en mí mismo. 

Al inicio fue tan duro por el miedo que sentía por estar fallando a sus ojos, no obstante todo lo rígidos que ellos habían sido me comenzaba a parecer como una simple invención mía pues ahora no recibía gritos ni amenazas al fallar un examen, en su lugar ambos me decían que lo había intentado, que dejara de confiarme y mejorara para el siguiente. 

Quería hacerlo, me sentía mal conmigo mismo y aún dudaba de sí lo que me decían era lo que en realidad pensaban, sin embargo algo en mí ya no me permitía concentrarme, ya no me dejaba pensar a futuro ni desear mejorar. Me sentía vacío y solo. 

El primer año de la preparatoria fue el inicio de la caída, el segundo fue mi desesperación por no ser capaz de volver a ser el estudiante anterior; a pesar de todo el miedo y decepción, una parte más fuerte de mí dejaba de darle importancia a todo eso. 

Y el tercero pasó con un intento de recuperación cuando toqué fondo. Comencé a saltarme clases, a no entregar algunas tareas o estudiar poco para los exámenes; como consecuencia mis calificaciones bajaron, mi concentración disminuyó junto a mi memoria por lo que empecé a hablar más con algunos amigos tratando de olvidarme de la culpa. 

Aún no me atrevía a salir demasiado con ellos, creyendo que mis padres no me lo permitirían por mi desempeño escolar, aunque seguía sin importarme ser el que escuchara sus conversaciones de lo que habían hecho juntos algún fin de semana. Me sentí liberado y ellos me dijeron que, en efecto, era una persona más abierta y amigable que antes. 

Creerán que mi historia concuerda con la creencia popular de que la preparatoria son los mejores años de la juventud, creerán que después de eso pude recuperar mi ritmo anterior y hablar con mis padres para enseñarles la nueva persona que era. Sin embargo no fue así, aunque sí me ocurrió algo que por muchos años consideré como la mejor de las coincidencias y giros del destino. Esas vivencias me dieron mucha fuerza y esperanza, me mantuvieron estable por algunos años hasta que terminó. 

El destino nos unió, seis chicos que no habíamos hablado antes de aquél evento, seis estudiantes diferentes en todos los aspectos. 


Todo comenzó al inicio de nuestra cuarta clase de un jueves, a mitad del año escolar. En ese tiempo podía reconocer bien a todos mis compañeros de grupo, no le hablaba ni a la mitad ni estaba interesado en hacerlo ya que me sentía conforme con mi amigo Tomás quien había conocido a mediados del año anterior. Él y yo no teníamos nada en común más que nuestra forma de ser pues ambos solíamos ser difíciles de hacer reír sinceramente aunque podíamos reír fingido, también éramos personas algo rencorosas y, a veces, malhumorados. 

La clase anterior a esa, el profesor le pidió al grupo leer sobre cierto tema que ya no soy capaz de recordar, no era algo muy complicado y, sin embargo, lo olvidé por completo el día de la clase. El maestro comenzó a hablar un poco de eso haciendo algunas preguntas que deberíamos contestar si leímos de verdad, en cambio nadie parecía estar dispuesto a demostrarlo. 

El profesor se mostró enojado, al mismo tiempo que se decepcionaba, directamente nos pidió alzar la mano si habíamos leído algo. Cuando yo alcé mi mano, Tom lo dudó un poco antes de hacerlo igual. 

—Habías dicho que no leíste —me susurró mientras otros levantaban su mano con miedo, el profesor nos observó a los seis esperando a alguien más.

—Lo sé, sólo me arrojo al peligro. 

Y tal como lo dije, lo hice. Siempre fui un mentiroso, sean blancas o cobardes, era rápido para inventar mis mentiras y lanzarlas de forma tan convincente que pocas veces me descubrían. Después de crecer con padres que te mantienen bajo un escrutinio tan severo, esta se vuelve la mejor forma de evitarse problemas. 

Aún así el corazón me latía con fuerza por lo que había hecho, tenía miedo de que el maestro decidiera pedirnos explicarle lo que leímos, que de alguna forma le confirmáramos lo que estudiamos. Si bien tenía conocimientos del tema, no estaba seguro de ser capaz de explicarlo con detalle así que sólo rogué que no lo notara. 

Le pidió al resto del grupo que dejara el salón, que el tema lo daría por visto para ellos y sólo nos lo explicaría a nosotros. Los seis nos quedamos en nuestros lugares viendo al resto irse con dudas, felicidad por terminar una clase antes o con arrepentimiento por su falla. Yo no podía dejar de preguntarme si había tomado la decisión correcta. 

Una vez vacío el salón, el maestro volvió a suspirar, esta vez como si fuera de alivio después de mantener su fachada ruda. Nos vio antes de darnos una rápida explicación del tema. Y, como lo había pensado, no era nada complicado. 

Al final nos dijo que el siguiente examen para nosotros sería en casa y en equipo, serían diez preguntas tipo problema que deberíamos desarrollar, explicar y esquematizar. Nos pidió esperar un poco mientras iba por las copias y después nos advirtió que no deberíamos pedir ayuda de otros maestros, que quería las fuentes de libros y que los seis trabajáramos, sólo así nos aseguraría una buena calificación. 

Dejamos el salón a quince minutos de la siguiente y última clase, los seis caminamos en silencio para alejarnos un poco. Reconocía a los otros cuatro chicos; el otro hombre, además de Tom y yo, era Marco, un chico de aspecto un tanto salvaje por su cabello negro siempre en desorden y de largo hasta los hombros, además de que sus ropas eran de colores oscuros y algunas desgastadas, solía ser de los que se sentaban hasta atrás en los salones para que los maestros no lo vieran dormir o distraerse, que hubiera estado entre los que habían leído era una sorpresa pues no me parecía la clase de chico que se aplicara en la escuela. Él se quedó con las manos en los bolsillos con un cigarro en la boca, el cual supongo que no encendió por nosotros. 

Las otras tres personas eran tres chicas que formaban parte de diferentes grupos de amigos. Valeria era una chica que hablaba con Tom porque iban en la misma clase de escultura aunque nunca conversaban, cuando yo estaba, de cosas que no fueran su clase; a mí me saludaba por cortesía sin que alguna vez hubiéramos tenido una plática real.

La segunda era Cristal, una chica que siempre estaba con sus cuatro amigas como si no pudiera estar sola, por eso ahora se veía como asustada por estar con nosotros, manteniendo su mirada en el suelo a pesar de que veces anteriores nos había saludado a Tom y a mí.

Lila fue la tercera, a ella nunca le había hablado ya que era de las aplicadas y que se sentaba hasta adelante, no se veía como una persona difícil cuando estaba con sus dos amigas aunque sola sí intimidaba un poco a pesar de que Tom me aseguraba que sólo me pasaba a mí. Fue la primera en poner la copia del examen frente a nosotros. 

—No sabemos cómo trabajamos porque no nos conocemos bien —Comenzó a decir provocando en el resto cierto alivio porque tomara la iniciativa—. Por eso sugiero que tratemos de resolver lo más que podamos de todos este fin de semana y el lunes nos reunimos en la biblioteca a comparar e investigar más.— Nos observó a todos— ¿Están de acuerdo o tienen alguna otra idea? 

Ninguno de nosotros la contradijo, el primero en irse fue Marco quien se había mantenido en completo silencio e, incluso, no había asentido a la propuesta de Lila, sólo se había encogido de hombros. Debería preocuparnos su actitud, al menos a mí me preocupaba hasta su personalidad, sin embargo el resto estaba seguro que no haría nada desde un inicio. 

Tom y yo nos fuimos después de él, nos dirigimos a la zona de la cafetería para sentarnos en las mesas de piedra de los alrededores y leer lo que nos habían entregado. No se veía sencillo, tuve que releer hasta tres veces los primeros enunciados para comprenderlos sólo un poco, sin tener mucha idea de lo que en concreto debería investigar. 

—¿En qué nos metimos? —La sonrisa arrepentida de Tomás me hizo reír, mi temor se había extinguido desde que salimos del salón, había leído el examen sin más que tratar de entenderlo para dejar mi mente tranquila ya que de eso no tendría que preocuparme hasta el domingo en que lo intentara—. No te rías, mentiroso, estoy casi seguro que el tema por visto podría haber sido mejor.

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