jueves, 26 de noviembre de 2015

4. Perder

Permanecieron recorriendo la ciudad por dos semanas y media en las que pusieron en práctica lo que les enseñaron además de buscar un poco más de comida en los edificios abandonados ya que aún no sentían la suficiente confianza hacia los soldados que repartían los alimentos.

Se mantuvieron racionando su comida tanto como podían ya que al cabo de esos once días continuaron su camino sin destino siguiendo la carretera que les habían dicho que los llevaría a otra ciudad aparentemente más tranquila por lo pequeña que era.

El trayecto fue de un aspecto mucho más monocromático que el de la ciudad, el asfalto se encontraba cuarteado casi en su totalidad con fragmentos ya levantados y agujeros que sólo los vehículos de los militares podían evitar sin problemas, tal como lo habían notado el par de veces en que había tenido que buscar cómo esconderse de las caravanas de coches que llegaron a encontrarse, lo cual no había representado un fuerte desafío ya que al rededor siempre había la suficiente maleza seca o árboles derribados que les proporcionaban ese refugio momentáneo.

A pesar del aviso del señor Henko sobre que los militares no le hacían menor caso a los civiles que transitaban solitariamente las carreteras, los dos chicos decidieron pasar desapercibidos de esa manera por la misma razón por la que no les pidieron alimentos en la ciudad.

De esa forma realizaron su viaje en una semana más aunque cerca del final de esta las cosas se complicaron. Su racionamiento con la comida no había sido suficiente para la poca cantidad que tenían a pesar haberse acostumbrado a una comida y media al día. Por eso fue que esos últimos kilómetros los avanzaron lentamente con constantes descansos que les disminuyeran el mareo y la debilidad en las piernas, aunque no pasara lo mismo con la sequedad en su boca o el molesto vacío de su estómago.

Trastabillando, apoyándose el uno en el otro, llegaron a la nueva ciudad que estaba tan deteriorada como la anterior aunque los edificios en esta eran de menor tamaño y no había humo visible por ningún lado. El silencio fue tan parecido al que los había acompañado en su trayecto por lo que realmente creyeron en las palabras de Henko sobre lo desolado que ya se encontraba ese lugar.

Entraron al primer edificio que encontraron con las mejores condiciones que le impidiera caer sobre de ellos mientras dormían. Con su resto de fuerzas sólo lograron llegar al primer departamento donde se desplomaron sobre los cojines que había compuesto un sofá antes de que alguien hubiera desarmado el mueble para llevarse la madera con un fin que los dos chicos no se interesaron por imaginar.

Dejaron que el sueño les ganara, se dieron el lujo de relajarse aun cuando una de las mujeres con las que vivía el viejo que los había ayudado, les hubieran advertido que si se dormían cuando estuvieran realmente hambrientos podían llegar a no volver a abrir los ojos.


Kiza fue la primera en despertar, su rostro se encontró muy cerca del de Yone como las veces anteriores en que les había tocado dormir tan juntos sólo que esta vez, a diferencia de esas ocasiones, no se sobresaltó o incomodó; en cambio movió su mano hacia la nariz de él para asegurarse de que seguía respirando. Permaneció observándolo unos segundos más, veía como sus ojos se movían detrás de sus pálidos párpados, como sus labios lentamente formaban palabras indistinguibles, notaba su pulso marcarse con suavidad en su cuello. El hechizo se rompió al escuchar su estómago quejarse de nuevo por el hambre.

Se levantó sin darle importancia a la debilidad que nublaba su mente, revisó cada uno de los rincones de la que había sido la cocina del departamento, buscó superficialmente en el resto de las habitaciones antes de repetir la acción con las viviendas superiores. A la mitad de su búsqueda Yone la llamó desde abajo para después acompañarla en el registro del lugar.

Sólo fueron capaces de encontrar un par de latas abolladas y una bolsa con frutos secos que no les llamó la atención en apariencia mas el hambre los obligó a probarlos y convencerse de que no era una mala opción de alimentación suplementaria.

Usaron la estufa de base para la fogata necesaria para calentar sus alimentos, tal como otra de las mujeres de la ciudad pasada les había enseñado. Los frutos les habían servido para alejar un poco la somnolencia y, así, poder cocinar un poco para ellos.

Dejaron el edifico a poco antes de que anocheciera y se instalaron en uno diferente cuando el cielo comenzaba a aclararse, esta vez sólo se encontraron con unos panes ya algo pasados y duros a los que les quitaron fragmentos que aparentaban aún estar bien. Henko les había advertido bien sobre esos productos ya podridos, no obstante, su hambre y deseo por que el contenido de las latas les durara varios días más lo hizo ignorar las palabras del hombre.

Volvieron a dormir en la planta baja donde se habían encontrado unas sábanas amarillentas y roídas que les proporcionaron el calor mínimo para descansar un poco.

No tenían más de cinco minutos dormidos cuando el estruendo de la puerta al ser abierta con violencia los despertó. Tomaron sus cosas y se quedaron juntos viendo que se trataban de soldados del país en el que se encontraban, según la descripción que les habían enseñado.

Once de ellos subieron mientras que cuatro se quedaban abajo, dos de ellos fueron a revisar el resto del departamento asegurándose de que nadie más había. Luego de comunicárselo al par que resguardaba la puerta, los dos fueron hacia el par de confundidos chicos para inmovilizarles los brazos hacia la espalda y golpearles la nuca con la mano recta dejándolos inconscientes al instante.

jueves, 19 de noviembre de 2015

3. Desear

Henko ya se sentía muy viejo como para poder continuar con la angustia que la guerra no dejaba de llevarle; cansado de las constantes movilizaciones hacia los refugios antibombas, decidió que permanecería en su edificio esperando que nada malo le pasara o que fuera lo suficientemente rápido como para que el dolor no lo atormentara durante días, si es que Dios era tan bondadoso con alguien que ningún mal había hecho además de su mal humor.

Su cabello se había ya llenado de canas aunque aún tenía espacios que recordaban lo castaño que había sido en su juventud, se sentía orgulloso de no haber perdido tanto del cabello en sus sesenta años, al igual que lo sentía por la fuerza que creía aún tener a pesar de que esos tiempos intentaran drenarle ese resto, además de que llegó a la conclusión de que lo mejor sería dejar de robarle espacio en esos lugares a gente que aún tenía mucho por vivir si la guerra se los permitía.

Permanecía sentado en la entrada, detrás de una ventana, en su cuarto, en alguna otra habitación; todo por horas hasta el horario de la repartición de provisiones; a veces se distraía escuchando las noticias del radio, otras veces releía sus viejos libros y unas pocas veces más se perdía en sus propios pensamientos. Así fue hasta que, en medio de una emergencia, vio a una mujer llevando de las manos a cinco niños terriblemente asustados por el acercamiento de las avionetas mientras ellos aún se encontraban lejos de los refugios de los que ni siquiera conocían su localización.

En un acto de valentía e iluminación, Henko se movió hacia a ellos para refugiarlos en su deteriorado edificio mientras la amenaza terminara. Sin embargo, los seis permanecieron en el lugar completamente agradecidos y negados a abandonar a su salvador. De esa forma su edificio comenzó a recobrar vida, al igual que él cuando las personas a salvar se incrementaron por un tiempo.

Ese día comenzó como cualquier otro, una de las familias que ahora habitaban el edificio fueron las encargadas de ir por la repartición matutina de víveres, otras dos tuvieron la tarea del lavado de la ropa mientras que el resto cocinaba lo de ese día, escuchaba el radio o visitaba los refugios. Henko permaneció en la entrada cuidando de los más chicos que corrían riendo y gritando por la calle. Después de la hora de la comida siguió la rutina con la mayoría entreteniéndose de sus formas cotidianas hasta que la alarma inició de nuevo.

Las familias tomaron camino al sótano mientras que Henko permaneció en el piso inferior, no muy lejos de la entrada al sótano. No llevaba más de un minuto sonando la alarma cuando avistó dos siluetas cruzando la calle con tranquilidad. Los observó con precaución creyendo que se trataban de soldados enemigos infiltrados mientras las avionetas y los soldados peleaban más en el centro; dentro de su vieja mente cruzaron ideas de intento heroico, suicidas, inteligentes y cobardes hasta que la luz alrededor de ellos les dio una apariencia más clara.

Se trataban de dos jóvenes soportando el frío y que caminaban sin buscar refugio o algo más, simplemente avanzaban como si fuera un día del pasado en los que podías recorrer las calles con tus amigos disfrutando de unas horas libres. Henko sabía que las apariencias podían engañar, que esos chicos también podían ser soldados o alguna clase de oportunista que pudieran querer robarles lo poco que tenían, aún así veía el cansancio y el sufrimiento pasado en la mirada de ambos chicos de facciones similares.

Deliberó mentalmente unos minutos hasta que, chasqueando la lengua, salió del edificio para hacerles señas de que entraran con él. Manteniéndose alerta de los ruidos de las peleas y del cielo, observó a ambos chicos verse confundidos entre ellos hasta que hicieron caso en seguirlo. No había miedo o desconfianza en ellos por el hombre, sólo la curiosidad por la interrupción de su camino.

Dentro del edificio los llevó al sillón cercano a la entrada del sótano, les indicó sentarse con una seña, ambos los hicieron sin decir nada ni mirar nada en específico alrededor mientras que Henko los observaba por unos segundos.

—Díganme una cosa ¿están locos o son sordos? —ambos chicos lo miraron sorprendidos aunque mantuvieron su silencio—. Aparentemente sordos no están, así qué ¿por qué no parecían buscar refugio si la alarma estaba sonando?

—En realidad no sabíamos que debíamos escondernos por ese ruido —la mirada confundida del chico terminó sorprendiendo al adulto, esos chicos de alguna forma le parecían vacíos en cuanto a emociones por lo que no podía identificar mentiras en sus palabras, aunque no se dejaría llevar por la atrofia de su intuición.

—¿Estuvieron encerrados toda su vida o algo? Esa alarma es un aviso de que habrá un ataque, es para que la gente común como nosotros, nos escondamos en los refugios —el adulto pudo notar como los dos chicos estaban teniendo ciertas dificultades para entender lo que él decía, sólo no comprendía si era porque no estaban completamente familiarizados con el idioma, lo cual suponía un riesgo al abrirse de nuevo a la posibilidad de que se trataran de chicos del país enemigo, o si tenían algún tipo de daño en el cerebro que los hubiera hecho lentos, por no usar palabras más duras u ofensivas.

—En el hospital nos dijeron que perdimos la memoria —esta vez fue la chica la que habló, Henko volvió a observarlos en busca de mentiras.

—¡Oh! Eso lo explica todo —el adulto se relajó un poco, dejó que su cuerpo se sumergiera en el sillón desgastado hasta que pensó en lo que podía significar haber encontrado a esos chicos. Volvió a llevar su cuerpo hacia adelante al mismo tiempo que movía su cabello hacia atrás tratando de pensar en las mejores palabras para usar—. Verán, en este edificio viven cinco familias, además de mí, aunque sólo son mujeres y niños porque los hombres ya han sido llamados al frente.

>>Les puedo enseñar lo básico que sé para que sobrevivan allá afuera pero no los puedo dejar que se queden aquí, ustedes ya son jóvenes y creo que podrán cuidarse solos con los conocimientos mínimos —el que los dos jóvenes no demostraran emociones sinceras o completas en su rostro le provocaba cierta incomodidad, quería creer que eso se debía a la amnesia por la que pasaban, sin embargo su falta de conocimientos sobre el tema le provocaba esa desconfianza que lo obligaba a decirles que no los podía dejarlos quedarse—. ¿Saben cuáles son sus nombres?

—No estamos seguros, en estas mochilas encontramos un indició de que ella podría llamarse Kiza y yo Yone —de entre los dos, ese chico le parecía ser el mayor si fueran hermanos...

—¿No son parientes? Digo, ya sé que no recuerdan nada pero... ustedes son tan parecidos —esta vez negaron a las palabras sin mostrarse realmente interesados en el significado de sus palabras.



Mientras la alerta pasaba, Henko ocupó el tiempo en contarles acerca del origen de la guerra y una introducción de la geografía general del mundo centrándose más en la del país que habitaban; al final del ataque, cuando el resto de los habitantes del edificio abandonó su refugio, los presentó rápidamente para continuar con sus enseñanzas acerca de los diferentes militares que podrían encontrar y las mejores formas de evitar problemas cuando los conflictos se dieran.

Al final de ese día les permitió dormir en el sofá que perviamente había ocupado, no sin antes haberles convidado de la poca comida que tenían. Toda la mañana del siguiente día la ocuparon las mujeres de las cinco familias para enseñarles diferentes formas de cocinar los víveres que les dieran mientras que Henko les enseñó un poco de la teoría sobre encender fogatas ya que él mismo nunca había intentado alguna.

Para la tarde los chicos ya estaban listos para partir de nuevo. Les entregaron dos mudas de ropa, tres latas de conservas, un paquete de semillas y cuatro frutas junto a una única botella de agua; con esto los dos chicos partieron completamente agradecidos por su amabilidad en no dejarlos seguir recorriendo su camino en blanco.



Henko permaneció en la puerta hasta que las siluetas de ambos dejaron de ser distinguibles, no podía evitar pensar que podría no volver a ver a ese par de chicos o de preguntarse si en algún momento recuperarían su memoria para que pudieran regresar con la familia que tuvieran aunque también pudiera significar regresar al fuerte impacto o trauma que podría haber desatado esa amnesia. Regresó a su rutina rezando porque la vida no se les complicara y pudieran vivir muchos años más si la guerra terminaba.

jueves, 12 de noviembre de 2015

2. Seguir

Lo único que cruzó su mente al notar la similitud de su mirar fue que ella no era anormal después de todo. Con una de sus preocupaciones eliminadas, terminó de dar su paso sólo para ser interrumpida de nuevo por el llamar de una enfermera que corría para alcanzar la salida y a ellos.

—¡Esperen un poco, por favor! —tendría cinco años más que ellos, aparentemente; llevaba un uniforme que del uso había cambiado su color blanco por uno amarillento lleno de arrugas y manchas de diversas coloraciones y formas. Se paró frente a ellos a recuperar el aliento con la mano derecha sobre su pecho y con la izquierda deteniendo en su hombro las correas de un par de mochilas—. Estas son sus pertenencias, se encontraban bajo las camas que ocuparon así que seguramente llegaron con ellas.

A la chica le entregó una mochila verde militar con una sola correa mientras que al chico le entregaba una de color azul marino con las correas para llevarse en la espalda. Como era costumbre en el atareado personal del hospital, la enfermera los dejó sin dar más explicaciones o permitirles retenerla con preguntas.

Dentro de la mochila ella encontró una bolsa de plástico rota sin nada dentro, fue hasta que examinó por segunda vez cada uno de los rincones dentro de la mochila que se encontró con una porción que aparentaba haberse roto, fue en ese lugar donde extrajo una cadena dorada adornada con una placa plateada en cuyo frente se marcaba un sola palabra: Kiza. Sin estar segura de cómo tomar eso, se colocó el collar, lo escondió bajo su ropa y por fin dio el paso hacia su camino lejos del hospital.

No estaba segura de si la palabra era siquiera un nombre o no aunque estaba un poco convencida de que no se trataba del nombre común de algún objeto; por ello fue que decidió tomarlo como propio hasta que recordara el que le correspondía.

Su camino comenzó siguiendo la línea de sus pensamientos sin memorias, trató de apegarse a lo que acababa de ver dentro del hospital en un intento por relacionarlo con cosas que hubiera vivido antes, sin embargo su cabeza la obligó a detenerse cuando sintió dolerle. Además de que notó que no se encontraba sola.

Desde que había dejado la entrada del edificio lleno de heridos, su camino había sido aleatorio aunque sin abandonar la idea de dirigirse hacia la parte derecha del camino. Escuchaba los pasos de alguien detrás por lo que trató de aumentar su velocidad recibiendo como respuesta la imitación de esa persona que alcanzó a percibir que se colocaba a su lado así que intentó detenerse ligeramente para que se pasara y la dejara de hacer sentirse perseguida, sin embargo resultó de nuevo en una copia de sus acciones.

Sintió miedo sin entender por qué debería estar asustada al mismo tiempo en que sentía un deseo de saltar sobre esa persona para amenazarla y obligarla a que la dejara en paz. La confusión de su mente la obligó a decidirse por detenerse y enfrentar a ese extraño perseguidor que resultó ser el mismo chico de antes.

—¿Por qué me estás siguiendo? —la misma pregunta salió al mismo tiempo de ambos chicos, tratando de olvidar su sorpresa por el raro acontecimiento, ambos volvieron a hablar de la misma manera— Yo no te sigo.

Ambos bajaron la mirada sintiéndose apenados y contrariados por la situación, por unos segundos se mantuvieron en silencio esperando a que el otro hablara ya que casi estaban seguros que en el momento en que alguno reintentara hablar se repetiría el diálogo pasado, por eso la chica decidió no hablar más hasta que él lo hiciera con el ligero sentir de que realmente sería él quien lo haría.

—Mira, yo sólo comencé a caminar hacia este lado sin una razón en particular —comenzó a explicar el chico, relajando completamente el ambiente con su voz suave—. Ni siquiera había notado que venías adelante de mí hasta hace unos pasos... —luego de otro corto silencio, ambos por fin enfrentaron las miradas sin seguir con la amenaza en ellos—. Sinceramente, no recuerdo nada, desperté con la memoria en blanco así que... dejando su frase inconclusa se encogió de hombros.

—Yo... Me pasó lo mismo —la chica llevó su mano a la frente, algo en ella le decía que la situación se estaba tornando completamente extraña, que no debía confiar en que fuera real, sin embargo el rostro de ese chico le daba un tonta seguridad y confianza. Había estado sintiendo un hueco en su existencia a causa del vacío de su memoria, había sentido un dolor y añoranza por lo que imaginaba que había perdido, pero ahora frente a él, todo el ruido en su cabeza y el dolor disminuía—. Yo no estoy segura... creo que me llamo Kiza porque esto se supone que me pertenece —exteriorizó su collar para que el chico pudiera verlo. Formar ese nombre con su voz la hizo creer que realmente le pertenecía.

—En ese caso el mío debe ser Yone —le mostró un collar similar al suyo con esa única palabra escrita en él. Pasaron de nuevo unos segundos en silencio, sólo observando los accesorios que de verdad parecía haber sido hechos para identificarlos—. Viajemos juntos, volvamos a aprender de este lugar juntos.

La idea sonó tan descabellada para Kiza tanto como para Yone, no obstante sabían que era la forma menos dura de enfrentarse a ese mundo que desconocían por completo. Tendrían quién les cuidara las espaldas y complementara lo que alguno de ellos se olvidaba de ver o de pensar, si no tenía viejas memorias podrían crear nuevas o ir recobrando las perdidas. Por eso fue que Kiza asintió sin remordimientos ni dudas.

Ya no era más una chica o un chico de mirar perdido y apariencia infeliz caminando solos, sin rumbo fijo o aleatoriamente, ahora era un par de chicos explorando discretamente el territorio que los rodeaba. El miedo nunca desaparecería mientras nada en ellos recordara pero gracias a su mutua compañía podrían soportarlo de ahora en adelante.


Siguiendo su camino, alcanzaron el extremo este de la ciudad a poco del anochecer. El ambiente se había tornado mucho más frío provocando que su aliento se escapara en forma de humo que rápidamente se disolvía, cada uno se abrazaba a sí mismo tratando de mantenerse calientes dentro de esas delgadas sudaderas negras que ambos traían, las cuales tenían diseños diferentes aunque el material fuera similar; tampoco sus pantalones les estaban ayudando a mantener la temperatura que el constante andar trataba de aumentarles.

Estaban a un costado de los edificios de apariencia menos desastrosa, decidieron que seguirían caminando hasta que la luz ya no les alcanzara cuando una alarma comenzó a sonar haciendo un molesto eco entre las calles desiertas. Ambos se voltearon a ver al inicio del ruido, se encogieron de hombros y siguieron caminando esperando encontrar la fuente del ruido o más personas. Poco a poco el sonido de aviones surcando los cielos cercanos, los motores de los automóviles poniéndose en marcha y el sonido de las armas fueron llenando el lugar conforme la luz se debilitaba mientras que ellos seguían avanzando con el frío como única preocupación.

jueves, 5 de noviembre de 2015

1. Descubrir

El día era frío, las ventanas del hospital se encontraban empañadas con dispersas gotas recorriéndolas hasta que el marco las detenía. Era el calor de tanta gente junta la que provocaba esa humedad en el cristal pues la habitación que ayer podía haber sido para albergar a diez personas, hoy la llenaban veinte camas puestas tan cerca unas de otras que poco espacio tenían los pacientes para caminar. La guerra por el líquido vital había dado inicio siete meses atrás.

Los primeros países donde se terminó el suministro del agua fueron los más grandes cuyas poblaciones habían crecido de tal forma que el abasto en general se estaba volviendo insuficiente, sin embargo los más ricos en el recurso se vieron lo suficientemente humanitarios para venderle a un precio justo una porción de su riqueza.

La solución al problema previsto desde hace muchos años trajo meramente una calma pasajera que se vio acabada cuando la codicia de aquellos limitados creció en contra de los que creían que se aprovechaban de su pérdida. Las tropas fueron enviadas, poco a poco fueron robando por la fuerza el territorio de los países que habían tenido reservas aunque muchos de estos decidieron defender a costa de la seguridad de su gente.

Por eso era que los hospitales se encontraban llenos de heridos. Las enfermeras corrían por los pasillos tan rápido como el cansancio de días de trabajo sin descanso les permitía; los doctores laboraban hasta caer exhaustos aún contando con los voluntarios y el rápido movimiento de la gente que no necesitaba más de unas simples suturas.

Era en una de esas habitaciones donde se encontraba una chica de poco menos o más de catorce años. Despertó sintiéndose tan cansada como si no acabara de abrir los ojos, el sonido a su alrededor le parecía distante hasta que poco a poco fue aclarándose junto a la nitidez de su mirada sintiendo la luz artificial molestarle de tal forma en que la sentía perforar sus ojos hasta su cerebro, por ello fue que se cubrió con su brazo.

Buscando alejar su mirada de la iluminación, notó que el paciente a su lado era un chico aparentemente mayor a ella que dormía con una expresión de relativa calma. La imagen del chico, el clamor de gente llamando por fuera y los quejidos de otros heridos, le despertaron la curiosidad completa por el lugar así que se movió para sentarse, mas el movimiento le provocó un fuerte dolor en su costado izquierdo que no hizo más que por fin eliminarle toda la somnolencia que aún la agobiaba para darle importancia a la realidad.

Examinó la venda que cubría su abdomen, suavemente paseó los dedos donde las gasas estaban en contacto con la supuesta herida que la molestaba. Antes de que terminara su exploración, un apresurado médico llegó a su lado, ella percibió el olor a sudor y sangre en el adulto que removió unas hojas en su desgastada tabla después de revisar el número de cama en el que la chica se encontraba.

    —Veo que por fin ha despertado, dígame ¿le molesta mucho la herida? ¿tiene algún otro síntoma? —sin voltear a verla leyó todo lo escrito en la hoja, ella confundida lo observó sin decir nada hasta que este por fin la enfrentó con la mirada instándole a hablar de una buena vez. Ella sólo negó con la cabeza—. Bien ¿cuál es su nombre? ¿Tiene algún familiar al que podamos tratar de localizar por usted?

Abrió la boca cerrándola en seguida, bajó la cabeza para observar sus manos y después regresar su vista al médico que parecía ver a su alrededor en busca de otros pacientes que también pudiera atender sin perder demasiado tiempo; al regresar su mirada a su actual paciente se sorprendió de ver el cambio de su expresión confundida a una de desesperación: —No lo sé, no puedo recordar nada...

Volviendo a su acelerada calma, el adulto examinó la cabeza de la chica en busca del golpe que le hubiera causado la amnesia, al no encontrarse con nada por el estilo le pidió esperar un poco. La joven se llevó las manos a la cabeza mientras trataba de forzarse a recordar lo mínimo como el origen de su herida, su nombre, el sitio de donde venía o al cual regresar, sin embargo nada llegó a ella.

En poco menos de diez minutos regresó el médico con un pedazo de papel que envolvía diez pastillas de las cuales le hizo tomar dos con una ínfima cantidad de agua dentro de un cono de papel: —Siento mucho tener que decirle esto, no obstante, nosotros ya no podemos hacer más por usted, así que salga de aquí en cuanto crea que ya se siente mejor; busque un refugio y permanezca ahí.

Sin esperar preguntas de la joven, el médico dejó el lugar para volver a su ronda con los pacientes mientras que ella permaneció observando el papel que envolvía la medicina el cual le decía el horario en que debería tomarla además de la forma en que debería tratar su herida. El dolor en su cabeza fue disminuyendo conforme se rendía a la búsqueda de respuestas, dejó de ver lo entregado para concentrarse en el exterior que la ventana le permitía ver: la ciudad humeaba, el cielo gris aumentaba la percepción del desastre, en intervalos largos y aleatorios pasaban avionetas por el cielo y vehículos de guerra por las calles perceptibles desde ese punto. La guerra era palpable con esa sola vista, sin embargo ella no podía entender si eso era normal o no.

Bajaba de la cama cuando notó su paciente contiguo removerse en señal de su despertar. Dejó la habitación cuando una enfermera entraba para ayudar a ese mismo paciente que acababa de tomar asiento en la cama.

Al salir se topó con un pasillo repleto de más camas con muchos más heridos, incluso algunos sentados en el suelo, unos más haciendo compañía y otros cuantos pasando de cama en cama como si buscaran a alguien en especial. El camino que recorrió tenía sonidos más fuertes que en la habitación; escuchaba los sonidos de las máquinas que no lograba comprender, escuchaba y veía el sufrimiento de la gente manifestado con lágrimas y quejidos, presenció el dolor de una persona al abrazar a otra que había dejado de respirar. Todas esas imágenes llegaban a ella sin significado ¿por qué tienen esa expresión? ¿cómo es que su rostro parece mojado? ¿está así por esa persona? ¿así como ellos pudieron haber llegado, ella lo hizo también?.

Tratando de alejarse de la creciente confusión, entro a la única habitación sin camas donde un espejo largo, sucio y ligeramente roto ocupaba la mitad de una de las paredes del cuarto. Un baño. Observó a la chica reflejada sin reconocerla; dudando de la realidad que le mostraba, llevó su mano derecha a su cabeza recibiendo como respuesta la imitación de la otra persona así que se acercó aún más para terminar de conocerse.

El cabello castaño le caía sin forma hasta diez centímetros abajo de sus hombros, estaba enmarañado y lleno de tierra, su piel parecía más oscura por la suciedad; lo que llamó su atención fue que su iris izquierdo era rojo mientras que el derecho era violeta, recordaba que el médico y algunos de los pacientes de los pasillos tenían ambos ojos del mismo color. Detuvo su inspección al notar a un hombre adulto entrar, este no interrumpió su camino a uno de los compartimentos con retretes por verla, así que ella decidió salir.


Después de unos intentos y vueltas equivocadas, logró encontrar la salida del hospital; permaneció unos minutos en el primer de los escalones observando los alrededores mientras intentaba decidirse por qué camino seguir. Frente suyo se abría un amplio camino hacia la ciudad humeante, del lado derecho se alzaba lo que parecía un seco y deteriorado bosque al igual que en el lado izquierdo. Se preparaba para dar ese primer paso cuando notó a alguien más salir detrás de ella, de reojo notó que era el mismo chico que había dormido en la cama contigua; al igual que ella, se detuvo en el lugar para analizar las opciones que lo llevarían lejos de ese lugar. Fue así como pudo distinguir su mirada por unos cortos segundos, suficientes para demostrarle que tenían la misma coloración que los de ella.

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Primer capítulo de mi historia: Olvidados pero Juntos que les presenté aquí. Espero lograr traerla semanalmente e intercalarla con la nueva que ya estoy escribiendo. Si llego a tardar con ella, a pesar de que ya está completa, es porque la estoy re-escribiendo así que ténganme paciencia. Nos leemos luego~

domingo, 1 de noviembre de 2015

Día de los muertos


Colores, sabores, sonidos y calor. Este día es especial para todos empero distinto para cada edad.

Muchos lo inician un día antes siguiendo tradiciones extranjeras aunque, en su mayoría, son almas jóvenes las que se alegran celebrando con amigos en lugares llenos de ruido, de bebidas y diversión que se incrementa cuando cambian sus atuendos de siempre por aquellos que representan viejas leyendas o, incluso, cosas tan banales como profesiones.

El siguiente día significa el regocijo de los más pequeños, el momento de pasar una noche de puerta en puerta con vestuarios únicos como el de los jóvenes. ¿Por qué? Porque es divertido, porque verte como “algo” más es un deleite y una experiencia emocionante que se une a la alegría por recibir esos productos confitados de sabores dulces, picantes, salados o extravagantes que te durarán, por lo menos, dos semanas si fuiste sabio en dónde conseguirlos. Con suerte no tendrás que deshacerte de la mitad de ellos por el hartazgo provocado por la recolección tan generosa de tales manjares.

Mientras que los más maduros creen en estos días como el momento único de volver a sentir y recordar a aquellos que se fueron de este mundo. El primero por los niños, el segundo por los adultos. No lloremos este día, celebremos nuestra vista.

Mira hoy, mira cómo la gente no llora, no se llena de colores grises ni negros. Mira hoy cómo llenamos todo de colores, de música, de sabrosos olores y de risas pues la muerte no es más un dolor, al menos hoy, pues se transforma en nuestra fiesta por aquellos que nos dejaron; porque en estos días nos reuniremos una vez más como la familia que fuimos, los amigos que fuimos.

Papel picado, copal, pan de muerto, cempasúchil, guisos, velas, calaveritas de azúcar o chocolate, catrinas y catrines. Ve ese cementerio como se ha convertido de un lugar lúgubre a uno pintoresco y alegre con esas familias conviviendo con aquellos pequeños que los han dejado, observa ese otro donde comienzan a limpiar las hierbas y la tierra para adornarlos de la forma más bella con el objetivo de comer o cenar a su lado. No hay uno donde al menos una familia haya recordado cuál es el espíritu de esta celebración.

Para aquellos que no pueden ir tan lejos, preparan en sus casas el escenario que recibirá la temprana visita de Ellos. Siguiendo cada una de las instrucciones pasadas de generación en generación, adornan un espacio digno de recibirlos, ni más ni menos, sólo el sentimiento define el significado del altar.

Cuentos, leyendas, bailes y disfraces. Nada podría faltar en esta variada celebración a veces convertida en una atracción.


Vamos, entonces, a unirnos a esta dicha que año con año nos emociona. Vamos a terminarla con un hasta luego. Bienvenidos hoy, bienvenidos mañana. Ya nos reuniremos de nuevo.