lunes, 9 de octubre de 2017

Marco

Constantemente me daba cuenta lo diferente que me sentía con mis amigos de siempre y los nuevos chicos que había conocido. Con los segundos solía sentirme fuera de lugar, llegaba a pensar en lo mucho que a ellos les importaba la escuela y en la poca motivación que yo sentía con ese tema, exceptuando las veces en que recordaba mi promesa. Me hacían sentir tranquilo y con ganas para intentar mejorar.

Sin embargo con los primeros podía hablar de mis problemas sin que me vieran con preocupación o algo similar ya que a ellos no les interesaba, no me daban consejos inútiles porque no me decían nada, y me agradaba que al siguiente día ya no recordaran lo que había dicho gracias al efecto del alcohol o las drogas. Eran lo que necesitaba: unos oídos sordos.

Por eso aunque me quería esforzar un poco, prefería seguir saltándome clases para estar con ellos. Sin embargo, a dos semanas de que tuviéramos que entregar el trabajo de literatura, comencé a entrar a la mayoría de mis clases para comprobar que Iván era quien más se estaba saltando clases pues de las cinco clases de matemáticas en la semana, sólo entró a dos y a una de las clases de inglés.

Al inicio de una de esas segundas clases fue que vi a Iván yendo al lado contrario de donde los salones se encontraban así que lo seguí por mera curiosidad y porque veía a mis otros amigos llamándome para no entrar. En la planta baja del edificio D se detuvo para sentarse entre un grupo de cinco chicos y chicas que lo saludaron amistosamente, no los conocía a todos pero identifiqué a uno como de tercer año.

Pude verlo desde el lugar que ocupé con mis amigos, se veía relajado entre ellos aunque sólo hablaba con uno y se reía de lo que otros contaban. No recuerdo cómo, sin embargo comencé a pensar que él y yo no éramos tan diferentes y que yo podría verme de la misma forma cuando estaba con mis amigos. Por esa razón me inquietaba que no entrara a todas sus clases, sabía bien que yo dejaba de entrar cuando quería olvidarme de mis problemas, cuando estar escuchando al profesor no callaba el ruido en mis pensamientos.

Durante la última clase de literatura en esa semana, cuando la maestra nos dejó juntarnos en los equipos de trabajo, le pregunté a Tomás sobre las faltas de Iván, a lo que me respondió que eran chicos de tercer año que había conocido por Internet, no sabía mucho más de ellos además de tener el mismo gusto de Iván por una saga de juegos “o algo así”, como me dijo.

No quise presionar más sobre el tema pues Tomás parecía un tanto indiferente así que me concentré en la división del trabajo para nuestra historieta ya que yo sería quien se encargaría de dibujar, a pesar de que yo no era tan bueno en eso pero era mejor que el resto, según ellos.

Ese día aún teníamos una semana restante para entregar el trabajo, razón por la que todos estábamos tan tranquilos todavía dejando pasar el tiempo. O al menos así habría estado si no fuera por esos cinco chicos que no tenía mucho de conocer, ellos me convencieron de que el lunes en la tarde nos juntáramos un rato sólo para avanzar en el trabajo al estar seguros de que el resto lo dejaría todo al último.

Sinceramente, pensé en negarme pues yo no tenía prisa si los demás no la tenían y ni me interesaba una calificación perfecta en ese trabajo, sin embargo sabiendo que Iván iría me dio la idea para lograr conocerlo un poco más y así dejar de sentir esa curiosidad por su momento de rebeldía.


Ocupamos la misma mesa en el segundo piso, cada uno nos sentamos con el otro integrante de nuestro equipo y comenzamos a hablar de lo que teníamos o nos habían dicho los otros; no subíamos mucho la voz, estuvimos completamente concentrados en nuestro trabajo por casi más de una hora hasta que comenzaron a estirarse algunos para cambiar su atención al resto como si recordaran que estaban ahí.

—Por cierto, Iván ¿no habías dicho que pocas veces te saltabas las clases? —Lila ganó mi pregunta, lo que me hizo casi suspirar por evitarme ser quien más parecía interesado en él.

—Que según sólo había faltado “un par de veces” —rió al igual que el resto de nosotros con el sonido de mi voz imitadora, no se veía incómodo por el tema o porque fuera nuestro centro de atención.

—Bueno, tenía que convencerte de ir con nosotros, Lila. —Se encogió de hombros aún sonriendo—. Pero todos sabemos que tú eres la más responsable entre nosotros.

—Pero no cambies el tema —Valeria intervino—. ¿Vas tan bien en matemáticas que te aburren las clases? Tal vez deberías darme clases para que entienda o a Marco que debe ser quien más lo necesite.

—Quisiera negarlo pero mi reputación me precede.

—Sí me aburre pero no porque sepa mucho. —Hasta ese momento fue evidente que no le estaba agrandando ser nuestro tema de conversación—. Sólo que conocí a un grupo de chicos con los que puedo hablar sobre un juego que nadie más ha jugado. A veces me convencen de no entrar y ya.

No volvimos a hablar del tema, al menos no nosotros seis juntos pues no tuvimos otra oportunidad de reunirnos en bastante tiempo. Aún así seguí sintiendo curiosidad por sus razones verdaderas ya que después de entregar nuestro trabajo, él comenzó a faltar más pues solía saltarse cuatro clases en la semana y, una sola vez, no lo vi con sus nuevos amigos ni en el salón.

Eso había movido mi interés en él de nuevo, sin embargo en mi casa me dieron motivos de distracción cuando mi hermana y mi mamá estuvieron en casa temprano. Ahora ya no puedo recordar qué fue lo que hizo mi hermana para que llamaran a mi mamá a su escuela y que después de la suspensión, la recogiera saliendo.

Sólo sé que era lo peor tenerlas juntas. Lo que nunca olvidaría era el cómo había comenzado el odio tan grande de mi hermana por nuestra madre. Tenía yo diez años y ella ocho, aprovechando que ninguno de nuestros padres llegaba temprano últimamente, los dos nos salimos antes de hacer nuestras tareas para estar con nuestros amigos de la colonia.

Nuestra madre nos encontró y sin decirnos nada nos arrastró de regreso a la casa tirando del cabello de ambos, hasta que estuvimos por llegar comenzó a regañarnos por salir antes. La humillación frente a nuestros amigos fue tan horrible como los golpes que nos dio; el miedo nos duró una semana más o menos hasta que volvimos a salir aunque mi hermana ya no trataba a sus amigos como antes.

Según yo esa fue la razón de su odio, por eso cada que estaban juntas había gritos e insultos si no había nadie más en quien mi mamá pudiera desquitarse o con quien mi hermana pudiera distraerse. Y como odiaba sus peleas prefería llegar muy tarde y no hacer mis tareas en lugar de soportarlas, por culpa de eso me salté algunas clases para evitar los regaños de trabajos no entregados, además de que estar con mis otros amigos me permitía distraerme.

Más o menos dos semanas después de la entrega del trabajo, un jueves, me despertaron los gritos y golpes de mi mamá pues se había metido en mi cuarto para comenzar a pegarme en la cabeza con sus manos mientras mi hermana entraba después gritándole de lo que fuera que su pelea se tratara.

Me alejé de ella para intentar salir, no obstante mi hermana me retuvo por el brazo como si quisiera que la protegiera. Me tuvieron como escudo y excusa por casi una hora hasta que mi paciencia se agotó. Me solté de cualquier intento por seguir reteniéndome y salí de la casa sin prestar atención a sus llamados y quejas.

Ese día y el siguiente falté a clases, mi humor estaba peor que nunca así que preferí pasarlos fumando y bebiendo hasta el domingo en que noté los mensajes a mi celular, que había dejado en algún lugar de mi cuarto, en el chat de Valeria. Era sobre el día que iríamos a su casa, mas al ver que yo no respondía lo dejaron con un “esperemos a ver qué dice Marco”.

Tuve que vencer mi lucha interna antes de responderles pues si lo hubiera hecho sin pensar, posiblemente nunca habría vuelto a salir con ellos. Acepté esperando que mis amigos en la escuela ya me hubieran hecho olvidar lo que pasaba, o que la guerra femenina hubiera terminado en mi casa, o que estar con esos otros cinco me distrajera un poco.


Nos reuniríamos de nuevo en sábado, así que durante la semana traté de no faltar a clases, sin embargo el odio de las dos mujeres en mi casa constantemente me daba el ánimo para fracasar. Fue un día de esa semana en que vi a Iván con sus amigos y me hizo pensar que seguramente él no estaba con ellos por mi misma razón pues él se veía feliz con ellos, no sólo relajado. 

1 comentario: