lunes, 24 de agosto de 2015

No este día

Lentamente la oscuridad lo va cubriendo todo, muchas veces lo notas y muchas veces es tan natural que ni siquiera te preocupa. Siempre hay luces que logran resplandecer a través del anochecer, para eso fue que fueron inventadas, para guiarnos, ayudarnos y esperanzarnos.


El primer intento es doloroso, no ha pasado la mitad cuando ya se ha levantado un poco la presión sobre él. Los pensamientos se arremolinan sobre lo estúpido que parece la acción, sin embargo el objeto vuelve a acercarse a la piel sólo para lograr una irritación que la deja rojiza, hinchada y medianamente punzante. Antes no habías cambiado tu opinión sobre lo estúpido que era hacer algo como eso pues no le encontrabas ningún sentido más que el querer llamar la atención sin palabras.

Los siguientes intentos han sido desesperados y tan irracionales como el primero. Ni siquiera es un filo, sólo es un pedazo de metal que araña la piel sin completamente dividirla; aún así comienza a tener un significado.

El siguiente por fin ha sido con un filo. Su tacto es frío, la presión es indecisa y el acto uniforme. Esta vez comienza superficial pero con cada milímetro que recorre se va haciendo más profundo y dañino, aunque la sangre no brota. El ardor tarda en aparecer, poco se nota de la herida esperada, en su lugar las hechas con el otro objeto parecen suficientes. Sin pensarlo demasiado la hoja vuelve a la piel, la presión al avanzar provoca un dolor extrañamente reconfortante mientras todos los pensamientos se centran en esa sensación y, de nuevo, lo ilógico de la acción; sin embargo no se detiene hasta que parece haber marcado lo suficiente además de que las minúsculas gotas de sangre por fin se muestran.

Al irte a dormir tu corazón se ha calmado, el remolino que se había formado por tus pensamientos se detiene a formar un flujo meramente centrado en lo que acabas de hacer sabiendo que atención es lo menos que deseas, que simplemente pensaste probar ese método tan estúpido de escape, que finalmente cumplió su propósito. El dolor y confusión que se había levantado en tu mente cesa mientras el ardor se eleva.

Como si se tratara de una droga, el deseo por volver ese dolor una necesidad se ha instalado en la mente de quien lo comete. Tal vez no tenga sentido para quien no lo ha hecho, tal vez tampoco lo tenga para quien lo ha hecho; es doloroso, molesto, humillante, irracional, útil e inútil. Es toda una proeza ocultarlo y callarlo, tal como lo es seguir haciéndolo, meditándolo o criticándolo pensando si algún día se volverá la misma estupidez irracional que era antes y que impedía realizarlo.


Todo alrededor se torna negro, escuchas voces que hacen temblar la oscuridad como si de llamas se trataran, mas no encuentras la fuerza para pegarte a ese tipo de luz. Llega como un momento donde se pierde el sentido de lo que se hace, cuestionas todo lo que haces, si deberías seguir haciéndolo o seguir fallando, es esa duda la que te abre los ojos hacia la huída, el camino fácil y rápido. Las mañanas son dolorosas y lentas, sin darte cuenta fastidias a la gente cercana cuando te quejas de que no quieres seguir haciendo lo mismo de siempre, que ya no quieres seguir yendo a la escuela o al trabajo; la comida es lo menos que necesitas y en lo menos que te fijas, el sueño en las noches no llega y el cielo deja de ser algo digno de apreciarse, las risas brotan de ti vacías y sin emoción e interés escuchas a otros con la ansia de volver a tus propios pensamientos.

Las excusas se inventan dentro de ti con naturalidad, te encierras en tus propios pensamientos y justificas tantas cosas que hasta empiezas a creértelas, aunque no las más vitales.

De pronto simplemente acabarlo todo es la salida.

Ya no suena tan mal, ya no hay arrepentimiento ni consternación por los que dejas. Ya no sientes nada más que el deseo de hacerlo. Las lágrimas se secan, el dolor cede un poco, las despedidas parecen fáciles.


¿Entonces por qué sigues aquí?

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