Lentamente la oscuridad lo va
cubriendo todo, muchas veces lo notas y muchas veces es tan natural que ni
siquiera te preocupa. Siempre hay luces que logran resplandecer a través del
anochecer, para eso fue que fueron inventadas, para guiarnos, ayudarnos y esperanzarnos.
El primer intento es doloroso, no
ha pasado la mitad cuando ya se ha levantado un poco la presión sobre él. Los
pensamientos se arremolinan sobre lo estúpido que parece la acción, sin embargo
el objeto vuelve a acercarse a la piel sólo para lograr una irritación que la
deja rojiza, hinchada y medianamente punzante. Antes no habías cambiado tu
opinión sobre lo estúpido que era hacer algo como eso pues no le encontrabas
ningún sentido más que el querer llamar la atención sin palabras.
Los siguientes intentos han sido
desesperados y tan irracionales como el primero. Ni siquiera es un filo, sólo es
un pedazo de metal que araña la piel sin completamente dividirla; aún así
comienza a tener un significado.
El siguiente por fin ha sido con
un filo. Su tacto es frío, la presión es indecisa y el acto uniforme. Esta vez
comienza superficial pero con cada milímetro que recorre se va haciendo más
profundo y dañino, aunque la sangre no brota. El ardor tarda en aparecer, poco
se nota de la herida esperada, en su lugar las hechas con el otro objeto
parecen suficientes. Sin pensarlo demasiado la hoja vuelve a la piel, la
presión al avanzar provoca un dolor extrañamente reconfortante mientras todos
los pensamientos se centran en esa sensación y, de nuevo, lo ilógico de la
acción; sin embargo no se detiene hasta que parece haber marcado lo suficiente
además de que las minúsculas gotas de sangre por fin se muestran.
Al irte a dormir tu corazón se ha
calmado, el remolino que se había formado por tus pensamientos se detiene a
formar un flujo meramente centrado en lo que acabas de hacer sabiendo que
atención es lo menos que deseas, que simplemente pensaste probar ese método tan
estúpido de escape, que finalmente cumplió su propósito. El dolor y confusión
que se había levantado en tu mente cesa mientras el ardor se eleva.
Como si se tratara de una droga,
el deseo por volver ese dolor una necesidad se ha instalado en la mente de
quien lo comete. Tal vez no tenga sentido para quien no lo ha hecho, tal vez
tampoco lo tenga para quien lo ha hecho; es doloroso, molesto, humillante, irracional,
útil e inútil. Es toda una proeza ocultarlo y callarlo, tal como lo es seguir
haciéndolo, meditándolo o criticándolo pensando si algún día se volverá la
misma estupidez irracional que era antes y que impedía realizarlo.
Todo alrededor se torna negro,
escuchas voces que hacen temblar la oscuridad como si de llamas se trataran,
mas no encuentras la fuerza para pegarte a ese tipo de luz. Llega como
un momento donde se pierde el sentido de lo que se hace, cuestionas todo lo que
haces, si deberías seguir haciéndolo o seguir fallando, es esa duda la que te
abre los ojos hacia la huída, el camino fácil y rápido. Las mañanas son
dolorosas y lentas, sin darte cuenta fastidias a la gente cercana cuando te
quejas de que no quieres seguir haciendo lo mismo de siempre, que ya no quieres
seguir yendo a la escuela o al trabajo; la comida es lo menos que necesitas y
en lo menos que te fijas, el sueño en las noches no llega y el cielo deja de
ser algo digno de apreciarse, las risas brotan de ti vacías y sin emoción e
interés escuchas a otros con la ansia de volver a tus propios pensamientos.
Las excusas se inventan dentro de
ti con naturalidad, te encierras en tus propios pensamientos y justificas
tantas cosas que hasta empiezas a creértelas, aunque no las más vitales.
De pronto simplemente acabarlo
todo es la salida.
Ya no suena tan mal, ya no hay
arrepentimiento ni consternación por los que dejas. Ya no sientes nada más que
el deseo de hacerlo. Las lágrimas se secan, el dolor cede un poco, las
despedidas parecen fáciles.
¿Entonces por qué sigues aquí?
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