lunes, 27 de noviembre de 2017

Iván

Después de todos esos años separados sabía que el lazo que creamos se mantendría. Escucharlos a través de teléfono me lo confirmó, se escuchaban felices de verdad, tal y como muchas veces lo estuvimos antes de que nuestras carreras nos separaran. Muy en mi interior sentí la añoranza por ese tiempo, la alegría que esos días me dieron y la calidez que siempre sentí al estar junto a ellos.

Un llamado me hizo despedirme de ellos, tenía tan pocas ganas de dejar de escucharlos, tal cual ellos me lo demostraron; sin embargo tenía cosas que hacer y ellos lo comprendían.

Llevé lo que me pidieron y después regresé a mi lugar a seguir tecleando en mi celular. Como lo hacía todas las veces en que tenía tiempo libre. Pocos sabían de mi pasatiempo y esos cinco eran de esos pocos.

Me gustaba escribir, había empezado a hacerlo hace más de diez años porque parecía entretenido y porque no era difícil hacerlo. Había leído tantos libros que la inspiración no me faltaba ni el conocimiento de reglas básicas de narración, aunque mis primeros logros no fueron nada perfectos. Sólo gracias al tiempo y que nunca me detuve, hoy mi escritura no es tan mala.

Creaba historias con cierta facilidad, incluso mientras escribía una, iba formando la idea de otra, lo que provocó que dejara muchas incompletas. Los temas variaban o, si se repetían, los manejaba de manera diferente. Me sentía orgulloso de lo que hacía aunque no tenía la confianza para enseñarle a cualquiera lo que creaba, había historias que ni Tom había leído, y él siempre fue quien más interés mostró en lo que hacía.

Por eso mientras esperaba me entretuve escribiendo esta historia que tenía tiempo en mi mente.

“Aún en los días más tormentosos uno puede encontrar refugio. Sea un refugio construido con la familia, con los amigos o de uno mismo; siempre ayuda a olvidar por un rato la lluvia hasta que esta pase o antes de salir a ella.

Al inicio, estando en este refugio solo, no sabía que estaba lloviendo; no lo escuchaba ni lo veía, sólo me concentraba en lo que me divertía y distraía. Leer y escribir fueron parte de lo que me ayudó a pasar el tiempo bajo ese refugio, así nunca me molestó estar ahí solo. Aunque estar con mi familia también me agradaba.

Unos cuantos años después comencé a sentir algunas gotas, ya se veía un poco nublado, sin embargo no me importó porque estaba en mi refugio y no necesitaba estar afuera, no me importaba que lloviera porque terminaría pasando, sabía que todas las tormentas acababan en algún momento.

Y entonces lo noté. Por momentos sólo llovía, en otros granizaba o la tormenta eléctrica cimbraba todo alrededor. Me confundí mucho por el repentino inicio, me encerré aún más en mi refugio y corrí a otros con las nuevas personas que conocí, o con las que ya conocía.

Pasar de un refugio a otro me empapaba, incluso estar en mi refugio solitario no siempre me dejaba seco pues el viento provocaba que ese techo sin paredes no me protegiera por completo. Mis tenis, calcetines y pies siempre se mantenían mojados, aun cuando el sol parecía estar saliendo o me creía seco junto a ellos.

Por tiempo y otras razones pasé periodos más largos en mi propio refugio, ahí solía olvidar de nuevo la lluvia hasta que esta parecía enfurecerse, se convertía en una tormenta que volvía a mojarme y tardaba mucho en secar. Sentía que el sol ya no saldría más, así que seguía escribiendo como si de esa forma pudiera crear un escape a toda el agua que se acumulaba, lo sentía útil.

¿Quién necesitaba ayuda? Sólo era una tormenta, agua, truenos y viento. En algún momento terminaría, no me hacía daño ni me molestaba de verdad. Pedirla sería demostrar que era débil o que quería llamar la atención, me dirían que sólo era un mal día y que me alegrara. No serviría de nada así que seguí por mi cuenta.

Un día de lluvia, sin que esta estuviera tan fuerte, me di cuenta que quería correr bajo ella y llegar a esa zona que desde mi refugio solitario parecía ser el mejor lugar sin lluvia, sólo veía que ahí el cielo no estaba tan oscuro y había una salida. Me di cuenta que quería estar ahí desde hace tiempo, que mis ojos habían estado fijos en ese lugar, que mi corazón dolía cada que pensaba en ese escape.

Por eso cuando la tormenta se hizo terriblemente fuerte, salí corriendo hacia ese lugar, sabía que sólo ahí podría terminar todo el mal clima. Sabía que de ese lado no habría más de esa agua y que todo volvería al silencio. Sin embargo me detuve a mitad del camino y regresé al refugio de mi familia y por fin pedí ayuda.

Llegué a ver el sol de nuevo, creí que todo volvería a estar bien pero las nubes nunca se fueron. No tardaron en volver a oscurecer todo a mi alrededor tan súbitamente como cuando me di cuenta de que estaba lloviendo. Esta vez ya no quiero ayuda, pedirla sólo empeora el tiempo y duele.


La salida es la única opción.”

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