lunes, 30 de mayo de 2016

The world is full of terrors. Some see them, some live them but mostly, they’re ignored.

El día era caluroso, debías correr a la sombra en busca de confort contra el sol que te quemaba sin importar lo clara que tu ropa fuera, además de que ese día poco soplaba el viento para refrescar a los que no tenían más opción que permanecer bajo el rayo del gran astro. El aire era sofocante en lugares cerrados, los olores se levantaban con fuerza a culpa de esa temperatura tan alta.

Entre ese clima ella, sin darle importancia al dolor de cabeza que tendría después por culpa del sol sobre su cabeza, se encontraba de pie frente al cuerpo que olía tan terrible como se veía; su mirar era tan muerto como el de la mujer que observaba, su mente estaba tan lejos como el alma de esa pobre víctima del día a día en el abandono.

—¿Estás bien? —sobre su hombro una mano ligera la tocó en forma de apoyo, algo a lo que Naran no estaba muy acostumbrada, estaba por moverse para que la soltaran cuando el policía la retiró por sí mismo para golpearse la frente—. Obviamente no lo estás, y de hecho, no deberías estar aquí, subamos.

La muerte de vagabundos era algo que ocurría normalmente y por eso era que pocas personas los reportaban, sobretodo en casos donde el cadáver no causaba ningún tipo de afección a los vecinos. Y porque para él era algo común, al policía ya no le molestaba ver esos casos aunque el disgusto por el olor de la descomposición seguía siendo su debilidad.

El cadáver en esta ocasión se trataba de una mujer de cincuenta años que tenía más de veinte años viviendo entre la basura de ese vertedero ilegal. La mayoría de los vecinos la conocían como una mujer ya loca pues solían verla hablar sola por horas además de que cada que alguien se acercaba a la montaña de basura donde había hecho su hogar, ella gruñía y soltaba palabras incomprensibles hasta que salía a corretearlos, exceptuando a los niños ya que sabía que todo lo que hacían era para molestarla.

Naran la había conocido unos días después de haber llegado a esa colonia, poco a poco se había ido acercando a ella hasta que había aceptado hablarle aunque pocas veces le contara cosas coherentes. Tenía dos semanas ya desde su primer plática así que realmente no se sentía mal por verla muerta además de que ya sabía que la mujer llevaba enferma más de un año. Se había acercado a ella esperando un corto tiempo de paz a su lado antes de volver a la ajetreada vida que tenía con sus padres.

Debido al trabajo de ellos, quienes eran arquitectos, la pequeña familia solía cambiar de ciudad constantemente siendo que el tiempo que más duraban era de tres meses. Su sistema de trabajo era constante: comenzaban a realizar los planos de la nueva construcción mientras terminaban los últimos detalles de su trabajo anterior, después era que viajaban a la otra ciudad donde su socio ya se había mantenido en contacto con el contratante por lo que sólo llegaban a hacer unos últimos arreglos y mostrar el proyecto como quedaría finalmente, en la ciudad permanecían durante el inicio de la construcción mientras contactaban con las constructoras y fabricantes de materiales. Finalmente sólo se quedaban a la finalización de la estructura básica de su obra mientras se iban a un nuevo trabajo dejando a su socio cuidar esa obra.

Por eso era que Naran cambiaba de escuela tan rápido que poca atención llamaba, sin embargo a ella eso no parecía molestarle ya pues después de doce años siguiendo el mismo patrón, para ella ya eran normales las mudanzas. Además de que era una buena chica a quien le gustaba ayudar, era muy amable y no le era tan difícil acercarse a la gente, como había sucedido con la indigente que hoy encontraban sin vida.

Justamente ese día había ido temprano con ella para hacerle saber que el fin de semana se iría ya que en esa ocasión sus padres sólo habían necesitado de dos semanas para el pequeño trabajo que les habían encargado; razón por la cual, en ese corto período de tiempo, Naran no había tenido el tiempo suficiente para inscribirse en la escuela así que había estudiado por su cuenta en las mañana para salir en las tardes a encontrarse con la vagabunda.

El policía y la chica acababan de alejarse de la montaña de basura que había sido el hogar de la mujer cuando otro de los indigentes que habitaban los alrededores se acercó a ellos dejando atrás a dos compañeros.

—¿Es cierto que la vieja Margarita ha muerto? —el hombre se mostró tan curioso como humilde, cuando el policía asintió se giró a ver a sus compañeros para transmitirle la respuesta.

—¿La conocían? ¿Cuándo la vieron por última vez? —como un animal asustado, el vagabundo retrocedió un paso por el par de preguntas.

—Era como con todos, no nos dejaba acercarnos a ella —el hombre se encogió de hombros—. Pero ayer creo que ya lo veía venir porque pasó la noche metiendo cosas a su casa hasta que, cuando la luna estaba a la mitad, se detuvo a un lado de su casa acuclillada —dio un segundo paso en retroceso mientras que la chica caminaba hacia la zona que el vagabundo mencionaba.

Al agacharse encontró una bolsa de plástico llena de pulseras tejidas y hechas con bolsas vacías de frituras. Había alrededor de cincuenta en esa bolsa, además de dos bolsas más que iban hacia su hogar. El policía se acercó a ver junto al indigente, Naran les ofreció lo que estaba viendo.

—Así que de eso sacaba dinero, siempre me lo había preguntado —el hombre se regresó con el resto de los vagabundos, el policía se sobresaltó sabiendo que aún tenía cosas que preguntarles aunque no estaba seguro si debía dejar a la chica aún por ese lugar.

—¿Puedo quedármelas? —Naran levantó una de las bolsas, el policía asintió—. Gracias, después de esto ya me iré.


El oficial pudo obtener poca información de más de los cuatro indigentes por lo que los dejó en paz y regresó al lugar donde el cadáver se encontraba, comprobando que la chica ya no estaba, así que procedió a hacer las llamadas para el retiro del cuerpo.

Cuando regresó a su oficina, se dejó caer en su silla mientras se abanicaba con los papeles donde tendría que realizar el reporte de lo sucedido, algo corto y de rutina que le daría el tiempo suficiente para ir a comer junto a sus compañeros pues ese día en la cafetería habría menú especial.

Mientras buscaba las palabras exactas para escribir pensó en la joven que había conocido a la anciana, por los datos que le había dado sabía que era estudiante de tercero de secundaria, aunque se le había hecho extraño que no llevara el uniforme de su escuela a esa hora haciéndolo deducir que saliendo se había ido a su casa a cambiar, y mejor que fuera así si no quería represalias por parte de su jefe reiterándole las cosas que siempre parecía olvidar acerca de las preguntas que debía realizar en los testimonios.

Había dicho llamarse Naran, un nombre poco común aunque a él no le sonaba mal ni difícil de escribir como muchos otros; esa joven tenía una sonrisa amable y cálida, sus ojos eran honestos y de un brillo muy llamativo en ellos a pesar de que el color café claro poco los hacía inusuales. Para él era incómodo pensar así de una persona quince años más joven sabiendo que si se lo dijera a alguien, lo terminarían tomando como un pervertido.

Y aún con eso, no podía quitarse de la cabeza los dos segundos en que vio la bondad de la mirada de Naran, convertirse en un vacío helado mientras veía el cuerpo inerte de esa persona que no tenía mucho de conocer. Hasta que le había preguntado si estaba bien, fue que comprendió que alguien tan joven no debería presenciar una escena como esa, aunque la tranquilidad de su comportamiento posterior lo hizo preguntarse hasta qué punto Naran se encontraba afectada.


Su primer pensamiento fue en pasar a checarla al final del fin de semana, no obstante ella ya le había advertido que para esa fecha ya se habría ido de la ciudad. De alguna forma creía que había quedado un vacío en su propio corazón por ese corto tiempo que tuvo para conocer a esa chica de aura tan relajante cuya última acción lo hacía pensar que era alguien que de verdad disfrutaba ayudando a la gente sin pensar en recompensas.

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