Odio que me toquen cuando no quiero, odio que busquen mi atención cuando yo no lo deseo, odio que me pregunten por lo que hago y pienso, odio que no se callen, odio que estén cerca de mí, odio que no me dejen hacer lo que quiera, odio que me ignoren, odio que no se interesen en mí, odio que se alejen, odio que no me digan si estoy haciendo mal.
No soy un gato.
La gente cambia una y otra vez pues la personalidad misma se forja de experiencias. Qué tan drástico o sutil sea el cambio es tan impredecible como el humor de un gato.
Yo he cambiado, he pasado por la mayor parte de las principales emociones: como bebé fui tan enojona como mi familia lo permitió, como niño fui alegre a más no poder, en la adolescencia pasé a ser una introvertida completa hasta llegar a lo depresivo, en el inicio de la adultez… aún lo estoy descubriendo.
A pesar de eso hay algo que no ha cambiado en mí desde que tengo memoria de ello. El contacto con la gente me es difícil, las palabras y sentimientos son lo mas complicado de mi existencia y por eso soy un gato o un alma que ha revivido más veces de las que puede seguir deseando.
Abrázame por primera vez, seguramente no te lo devolveré porque de verdad que no sé hacerlo o no me nace. Abrázame por segunda vez y te estás volviendo un peligro. Abrázame más y más y algo oscuro en mí comenzará a crecer, lo cual lucharé por contener si eres alguien que no deseo que deje mi lado. Mas no esperes que yo sea el que abrace.
Mírame una vez, será incómodo pero lo soportaré. Mírame de nuevo y ya no lo soporto, déjame en paz si sólo hablarás sin escuchar o si mirarás sin hablar. No sabes cuánto detesto ser el centro de atención y, al mismo tiempo, cómo me molesta ser ignorada.
Acércate a mí y ha sido suficiente. No puedo con eso, no soporto el tacto, la invasión de mi espacio, el robo de mi independencia, la contaminación de mi respiración, la satisfacción ajena, los deseos incongruentes, el reemplazo.
Qué payasos son los gatos.
De mí poco obtendrás, mis labios están sellados mientras mi mente siga repitiendo una y otra vez: "calla, no lo digas, no pasa nada, no lo entienden, serás una vergüenza, calla". Qué difícil es hablar con alguien de algo serio, le daré mil vueltas al asunto, mis manos sudarán, mi corazón latirá estrepitosamente, mi boca se secará y las palabras se negarán a formarse.
¡Qué doloroso es! No puedo, no puedo, no puedo. Háblame de ti, tus problemas son más importantes… espera… ¿qué hago ahora? No sé qué decirte, eso seguramente ya lo sabes, no sirvo para nada, lo siento. Déjame trato de distraerte de tus problemas… no tengo otra cosa de qué hablar más que de lo que he vivido.
Qué egoísta soy.
Yo, yo, yo, después yo. Perdonen, lo siento, lo lamento, no quiero hacerlo, me odio. No me prestes atención, no me evites… Déjame ir. Espérame, sólo respiraré unos segundos para calmarme, después mira como sigo el juego anterior de mi infancia donde todo esta bien.
Seguramente todo volverá a repetirse, por favor ignora todo esto pues no es más que el balbuceo de alguien que está cansado.
¿Sabes? Si los gatos hablaran o tuvieran una conciencia como la humana, no dejarían de mentir, así que adivina qué. Mentí, en realidad soy un gato que no existe. Sólo soy el pretexto de un escritor que no puede dormir aún. No tomes nada de lo anterior como una verdad, la imaginación vuela cuando lo permites.
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