jueves, 15 de octubre de 2015

Viento y nieve I

Se conocían desde el cuarto año de primaria, el destino los había reunido cuando los dos más necesitaban del uno al otro porque podían entenderse aún más que cualquier hermano. Ella había perdido a su padre en un accidente de trabajo y él había visto a su padre separarse de ellos porque no quería más a su madre y estaba saliendo con otra persona.

Los confundían como hermanos y a veces como novios, pero a ellos nada de eso les importaba; siempre parecían estar en su burbuja aislada del mundo real, saliendo sólo en algunas ocasiones. Él era el más sociable de los dos, solía ser el que formaba las relaciones necesarias, aunque la mayoría de las veces se le acercaban a ella.

Ese jueves caminaron a sus casas en silencio, el siguiente día no podrían seguir su rutina ya que las madres de ambos tenían planes para el fin de semana. Ella se iría a visitar a un familiar desde la mañana del viernes para volver ese mismo día en la noche, mientras que él iría a lo mismo pero del viernes al sábado en la noche.

   —Podrían haber decidido otra fecha —respondió Lía al comentario de su amigo.
  —Podrían pero no lo hicieron, sólo nos queda resignarnos —suspiró Al—. Aparte, es la primera vez que deciden algo así sin avisarnos antes, no deberíamos quejarnos… bueno, no mucho.
  —Supongo que tienes razón —Lía iba a unirse al suspiro cuando un ladrido la hizo voltear. El lanudo animal, blanco y pequeño, al tener su atención corrió hacía su dueño, un hombre de alrededor de unos treinta y cinco años les sonrió con amabilidad al par de jóvenes que gracias al can ahora lo veían. Sin pronunciar palabra alguna les entregó un volante y se alejó a tratar que otras personas recibieran el mismo anuncio.

Era la propaganda de un circo, por las pocas imágenes parecía ser uno tradicional, pero interesante y no anticuado. Observaron y leyeron las líneas hasta que el semáforo para peatones cambió y pudieron retomar su camino; al encontrarse del otro lado de la calle ambos voltearon a ver al hombre que les había dado ese papel, él los observaba y, al cruzar miradas, les sonrió con un poco de melancolía antes de despedirse, su perro pareció ladrarles una despedida.

  —Deberíamos ir —por fin dijo la chica al reiniciar su camino.
  —Pero has dicho que odias los circos por la forma en que tratan a los animales y esas cosas —contestó sorprendido el chico.
  —Lo sé, pero algo me dice que este es diferente, no sólo por el perro que lo acompañaba… hubo algo raro en todo, puedes llamarme loca si quieres, pero así lo sentí.
  —Nunca te llamaría así sin razón, Lía —le sonrió Al y ella devolvió la expresión—. Bien, vayamos el domingo, será la mejor forma para recuperar el fin de semana.

El viernes fue un día aburrido y lento para ella. Visitaba a un pariente que pocas veces había visto y por esa razón no podía verlo como un familiar aunque él aseguraba conocerla desde sus primeros años en la escuela. El sábado no cambió mucho, salió con su mamá casi toda la mañana y en la tarde se quedó en su cuarto reacomodando algunas cosas.

Por fin el domingo llegó, desde muy temprano encendió su celular y esperó cualquier mensaje de su amigo. Se entretuvo en varias cosas hasta que fue la tarde, la hora de comer estaba cerca y no había recibido ningún mensaje de su amigo así que se decidió por ser ella la que preguntara acerca de su corto viaje, sin embargo la respuesta no llegó, ni cuando el momento de verse se acercaba.

Lía fue hacía su punto de reunión; le marcó varias veces más sin ningún cambio. Esperó por tres horas hasta que se oscureció y la preocupación le caló todos los huesos y cada uno de los huecos de su mente. Corrió de regreso a su casa esperando que su mamá ya hubiese recibido alguna noticia de su amiga Resa, la mamá de Al, pero ella estaba igual de preocupada por esa ausencia de respuestas. Esa noche fue difícil para las dos, aún así al siguiente día se levantaron temprano para ir a la escuela y trabajo esperando ver a los dos en sus lugares normales.

Para su decepción el lunes terminó y siguieron sin verlos ni saber nada de los dos. Cada que podían marcaban, una pequeña parte de ellas aún se mantenía positiva y pensaban en distintas explicaciones para esa ausencia que iban desde que no tenían batería hasta que habían perdido u olvidado los teléfonos y aún seguían en la casa de su familiar. El martes la preocupación y la realidad ya cubría esa parte positiva; Lía caminaba distraída y no prestaba atención a las clases lo que había provocado que algunos maestros le preguntaran sobre lo que veían y ella tuviera que aceptar que no lo sabía.

Iba detrás de sus compañeros de equipo o amigos hacia el salón donde tendrían la nueva clase cuando su celular, que llevaba en la mano, la sacó de sus vacíos pensamientos. A su mamá sólo le bastó pedirle que saliera porque ella estaba afuera para que Lía corriera a subirse al coche e ir a donde su madre deseaba llevarla con tanta prisa.

—Me habló el hermano de Resa, al que fueron a visitar, porque vio las múltiples llamadas que ya había dejado en su teléfono —las palabras de la madre de Lía se atropellaban una con otra, ella conducía rápido y con poco cuidado pero su hija no estaba prestando atención a eso—. Fue cuando ya venían de regreso… el auto conducido por un grupo de chicos ebrios los impactó… no me dijeron como están, sólo en cuál hospital encontrarlos…

Lía no dijo nada, mantuvo la vista al frente aferrando con fuerza su teléfono y pensando en tantas cosas que terminaban por provocarle un fuerte dolor de cabeza y el aumento de la preocupación. Tardaron sólo treinta minutos en llegar al sitio; estacionaron el coche en el primer lugar que vieron y corrieron a encontrarse con los tíos de Al que aún estaban en la sala de espera. Ellos les dijeron que ambos seguían graves y que en esos momentos estaban en una operación; dos de los chicos causantes del accidente habían muerto en el lugar, uno más había fallecido el lunes y los otros dos también estaban graves pero la policía ya se encargaba de hacer investigaciones y preparar los cargos. Estuvieron esperando una hora más hasta que uno de los médicos salió a buscarlos, se presentó y después contó las noticias que tenía:

—Estuvimos haciendo todo lo posible y varios especialistas ayudaron, desgraciadamente las heridas de su sobrino Alejandro eran serias y no pudimos salvarlo; su hermana, la señora Teresa, dentro de poco se estabilizará y podrá salir de cuidados intensivos —la madre de Lía y el tío de Al fueron los primeros en necesitar tomar asiento por la sorpresa, la chica se mantuvo de pie a un lado de su madre apretando los puños y viendo el suelo—. Los dejaré unos momentos, después le suplico nos ayude con un papeleo —el médico se marchó, la esposa del hermano de Resa lo abrazó y derramó lagrimas junto a él mientras Lía abrazaba a su madre que había empezado a llorar igual, la chica se mantenía seria.

Sin llorar en ningún momento, Lía ayudó a su madre a tranquilizarse para que ayudara al hermano de Resa a realizar el papeleo y planear el funeral. La chica, para sorpresa de los adultos, podía sonreír y darle ánimos a los tres para continuar.

El siguiente día fueron las dos las que se quedaron todo el día en el hospital para recibir noticias de Resa porque su hermano y esposa tuvieron que ir a su casa a descansar y por más ropa limpia. Para el jueves ellas tuvieron que presentarse en su trabajo y escuela, Lía fue la que menos ganas tenía de presentarse pero se obligó a hacerlo. Todo su día fue tan vacío como los anteriores, sus compañeros y maestros comenzaban a acostumbrarse de ese comportamiento.

Y por fin el viernes… la mamá de Lía acompañó a la esposa del hermano de Resa a terminar los últimos arreglos para el funeral en lo que su hermano se encargaba de darle la triste noticia a Resa. Mientras que Lía decidió ir a su escuela un rato. Fue la última clase la que le tocó con el maestro del que Al y ella habían logrado hacerse amigos, o algo similar; la mayoría de los demás alumnos ya se habían salido.

—Sobre el trabajo de equipo para la otra semana… —por fin Lía les habló y, aunque les sorprendió un poco, se acercaron para escucharla—. No anoten a Al ni a mí por favor, porque no ayudamos y no creemos que nos dé tiempo para hacerlo…
—Está bien, podemos anotarlos, no son de los que no trabajan, por esta vez nadie se enojará —sonrió uno de los chicos.
—No, en serio no nos anoten por favor —sin explicarles más de su respuesta, se acercó al maestro que terminaba de limpiar el pizarrón, entonces les dio la noticia y les pidió que fueran al funeral. Todos se sorprendieron de la seriedad de ella, era la misma seriedad con la que siempre los había tratado.

No permaneció con ellos mucho tiempo, sólo les dio la información del sitio y la hora y se fue al hospital donde encontró a su madre con la que entró a ver por fin a Resa que era la más deprimida por la pérdida de Al. Le dieron palabras de aliento hasta que la medicina la hizo volver a dormir.

Al anochecer las dos se fueron a su casa para prepararse para el siguiente día. Su madre no podía dejar de preguntarse hasta qué grado Lía estaba bien, a veces sonreía aun cuando la felicidad no llegaba a sus ojos, también solía hablar con sarcasmo pero en pocas ocasiones, muy diferente a lo de antes.

La mañana de ese sábado las cosas tuvieron que ir rápido. Ambas se arreglaron con sus ropas negras, su mamá regresó en algún momento a la casa por algo que olvidaba lo que aprovechó Lía para subir a los asientos traseros una mochila mediana que metió debajo de su asiento del copiloto.

Recibieron a los invitados, acompañaron a la madre de Al que aún se veía triste y por ratos lloraba igual que su hermano. Había gente que nunca habían visto, otros que estaban realmente sorprendidos por lo sucedido y los que igual no dejaban de llorar. Para la tarde, cerca de las cinco, varios de los invitados comenzaron a retirarse y los trabajadores a prepararse para enterrar el ataúd.

Fue hasta ese momento que Lía por fin se acercó a su amigo, con seriedad observó su rostro que gracias al maquillaje no se vía como suponía que debería haberse visto, pudo notar esas heridas que en vida no habían alcanzado a sanarse. Sus manos yacían juntas sobre el abdomen que nunca volvería a moverse, el cabello aún mantenía ese brillo del cuidado que él siempre le había dado, llevaba un traje oscuro lo que la hizo sonreír de medio lado al recordar cuando él le había dicho lo mucho que odiaba llevar uno de esos. Sólo ese recuerdo bastó para que las lágrimas por fin salieran, empezó en silencio hasta que los sollozos se volvieron gritos de dolor; las rodillas le temblaron obligándola a hincarse, su mano derecha se mantuvo dentro de la caja agarrando la mano de él. Por más que lo deseara, en lo profundo de su mente, no podía evitar que esos desgarradores sonidos salieran de ella; tapó su boca, trató de tranquilizarse como antes ya lo había hecho pero no lo logró.

Vio abrirse la puerta que llevaba a esa habitación donde todos habían visto a su amigo, su madre entró con lágrimas en los ojos y avanzando con rapidez para poder abrazar y consolar a su hija que ya mostraba lo que en verdad sentía y sin embargo, antes de que se hincara a su lado, Lía se levantó. Dio una rápida mirada a su amigo y salió corriendo del lugar, empujó a cuanta persona se le parara enfrente ignorando los llamados de su mamá. Llegó a donde estaba su coche y tomó la mochila que había puesto debajo de este, se la colgó en los hombros y siguió corriendo mientras su mamá, el hermano de Resa y su maestro la perseguían. Las lágrimas no dejaban de salir, ni siquiera sabía por dónde estaba corriendo pero no se iba a detener, en su mente sólo figuraba un sitio al cual deseaba llegar aun cuando no conociera la razón de ese sentimiento. Entró en varias calles, esquivó coches en las avenidas, empujó a muchas personas, los llamados de los adultos persistían aunque iba quedando más atrás con cada zancada.


Entonces llegó a ese sitio que la imagen del volante, entregado aquella tarde, la había guiado. Las casas móviles que transportaban a los cirqueros ya estaban listas para partir, el espectáculo se había terminado ayer. Sin dudarlo, Lía entró por la única puerta de esos hogares que estaba abierta con un hombre que nunca había visto quien le hacía señas para que corriera aún más rápido, y ella lo hizo a pesar de lo cansada que ya se sentía y de lo mucho que deseaba cerrar los ojos y olvidarse de todo…




Continuará.

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