La tormenta se ha apaciguado, después del
estruendo que provocó ahora sólo quedaban las gotas que escapaban de los
tejados y las hojas de árboles y plantas; me habría sentido estúpida si el
cliché se hubiera continuado con el sol saliendo entre las nubes como si nada
hubiera pasado, así que sonreí de lado al ver regresar mi cielo gris, ese al
que ya me había acostumbrado y que me relajaba haciéndome recordarlos.
Me había encontrado sola en la casa y, aunque
fuera contradictorio, me alegré de que mis trece acompañantes cotidianos
hubieran salido a distraerse con otros; seguramente al regresar se la pasarán
disculpándose pero no hay nada que perdonar, ellos no sabían que yo ya podía
regresar.
Poco antes de que la lluvia se transformara en
tempestad, me había salido a recibirla de frente, con las gotas limpiando mi
rosto, mi cabello, empapando mi ropa y calándome los huesos. En cuanto el peso
había sido mucho mayor que el cargaba de antes, corrí a refugiarme en el
quiosco que habían restaurado en sus tiempos libres; al mismo tiempo en que me
alegraba de que encontraran algo como eso entretenido, me entristecía saber que
los abandonaba demasiado tiempo.
Me quité y exprimí mi chamarra recordando un
escena en particular de años atrás, poco más de seis. Subiéndome a uno de los
bordes, abracé mis piernas para retener algo de calor; el ensordecedor rugido
de la naturaleza hizo eco con mis pensamientos los cuales eran diferentes entre
sí, y sin esa relación entre ellos aun me provocaban la molestia que me había
llevado a mi regreso inesperado a este lugar. Había llegado a un punto bastante
crítico aunque me había mantenido en pie por mis propios métodos, si ellos
hubieran estado aquí me habrían provocado más ruido y más dolor por el deseo
que yo podría desarrollar de pedirles que me dejaran en paz cuando ellos sólo
querían ayudar.
Por eso fue que esa soledad en medio del
diluvio me tranquilizó, me hizo ver lo que ignoraba inconscientemente, me hizo
anhelar con oportunidad a mis chicos e, incluso, a mis familias; pude encontrar
la luz entre mis pesares, pude cambiar el frío por calor; no obstante, mi resolución
aún era débil, podía quebrarse con algunas palabras y recuerdos.
Cuando me levanté para regresar vi sus
espaldas. Nunca antes los había visto tan nítidos, tan reales mas eso no me
impidió reconocerlos. Salí corriendo para alcanzarlos, estaba segura de que
tomarían el camino al bosque por lo que apresuré mis pasos e incremente la
distancia de mis zancadas. Justo como en un mal sueño ellos parecían alejarse
cada vez más a pesar de mis esfuerzos, estiré mi mano pero no podía tocarlos.
Aún detrás de ellos mi desesperación creció, sentí mis muros quebrarse aunque
el deseo de no rendirme estaba ahí.
—No me dejen caer... por favor —el nudo en mi
garganta atoró el resto; ansiaba alcanzarlos, tocarlos, hablarles pero no tenía
lo suficiente para lograrlo. Sin muchas ganas fui deteniéndome al contrario de
ellos que aún avanzaban sin saber que yo los seguía, esta vez sí que quería
rendir al mismo tiempo que todos mis pensamientos negativos volvían a
ensordecerme. Me acuclillé llevando mis
manos a mis oídos para callar el ruido, la ira por mi debilidad volvía a
atormentarme hasta que sentí sus manos en mis hombros.
Sus delgados rostros me mostraron una
expresión que nunca había esperado de ellos, con lentitud me levanté sin dejar
de observarlos completamente reales y claros; todo se silenció dejándome frente
a frente con los que esta vez había deseado tener cerca.
—Plia, Hye
Los guié hacia el lago del bosque donde nos
sentamos por unos largos minutos sin decir nada, sólo viendo al agua agitarse
con suavidad con el pasar del viento. Sentí una calma completa por simplemente
tenerlos a mi lado.
—¿Nunca te has hartado del "no te des por
vencido" o "si sigues con lo negativo siempre terminará sucediendo"?
—la suave voz de Hye mezclada con la imitación adulta del positivismo me hizo
reír al igual que a Plia quien sólo dejó escapar un resoplido.
—Tanto como me ha hartado el "eres una
persona decidida que puede hacer cualquier cosa cuando se lo propone"
—añadí recordando la última ayuda de mi madre, sonriendo de medio lado me encogí—
No los culpo, yo tampoco sé encontrar las mejores palabras cuando me piden
ayuda.
—Y por eso lo mejor es no decir nada —Plia ató
su cabello en una coleta baja.
—Aunque a veces sí sirve... muy a veces —se
giró a verme para que apoyara su idea así que asentí— Pero si se van a quedar
en silencio sólo esperando mis palabras mientras lloro, mejor que me esperen a
que yo solo aclare mis ideas.
—Y vaya que lloras.
—Prácticamente sólo lloró un par de veces más
que tú... —al defenderlo me hice merecedora de una fría mirada de ella, estaba por
disculparme cuando altivamente me sonrió.
—¿Qué? ¿Ya estabas planeando tu disculpa? —me
encogí de hombros retándola con la mirada ahora que había probado su forma de
ser— Ahórratelas conmigo, sé lo falsas que las puedes hacer.
—¡Oye! No serían falsas si la gente no pensara
que mi orgullo me impide disculparme, me retan a hacerlo.
—Pero de todas formas dejas que tu orgullo
gane ¿no? —le arrojé una hoja seca a Hye.
—¿Para eso te ayudo?
El silencio volvió a nosotros hasta que la noche
llegó, me fui con ellos a la casa explicándoles lo que a todos les explicaba
cuando llegaban a ese lugar. Aún cuando nunca me había relacionado con ellos a
pesar de los años que tenía de conocerlos, esas horas sirvieron para que los
sintiera más cercanos que nada, porque siempre habían estado conmigo en los
peores momentos, siempre en la silenciosa oscuridad. Hoy me alegraba de
haberlos sacado de esa situación, aunque todavía tenía más que darles.
Después de la cena volvió a llover igual o
más fuerte que la vez anterior sólo que yo me quedé desde la sala
viendo la tormenta. Mi corazón se oprimió de nuevo aunque sólo un pensamiento
fue mi suplicio, me crucé de brazos recargada en el marco de la ventana,
enterré mis uñas derechas en mi brazo izquierdo tratando de retener aquello que
escocía mis ojos.
—Aún estamos aquí —de la mano, Ophali me llevó
al sofá que compartimos con Jhyrue.
—No debería llorar por algo que provoqué
—traté de reírme de mí misma, pero no lo logré, él se recargó en mi hombro
mientras ella aún sostenía mi mano.
—Es arrepentimiento al fin y al cabo —Plia se
encogió de hombros— Como humanos siempre cometeremos los mismos errores si
nuestra vida no está comprometida en ellos.
—¿Cuántas veces un niño ha de caer con sus
cordones hasta que aprenda a que debe amarrarlos bien? Yo perdí la cuenta en la
décima caída —lo logró, me hizo reír por algo tan simple. La lluvia en el
exterior se fue silenciando poco a poco.
—No me dejaban usar cordones, siempre fueron
broches —protestó Ophali.
—Tal vez por eso eres tan perfecta ¿no? —la
mirada que intercambiaron me dio ternura, esos dos chicos habían decidido en no
confiar en nadie más que en ellos, todo era mi culpa por supuesto, pero la
amistad que desarrollaron me agradaba. Callamos hasta que fuera el clima volvió
a calmarse.
—Por primera vez no quiero caer y, creo, que
se los debo a ustedes —me levanté para estirarme, les sonreí al enfrentarlos— Saben
que odio ser positiva.
—Sí porque cada vez que lo logras ser todo se
viene abajo con los resultados contrarios —me citó perfectamente Jhyrue.
—Y el dolor por eso es mayor que cuando
piensas en lo negativo —Opahli terminó.
—Sí, por eso ustedes fueron mi distracción, mi
salida al atardecer donde no perseguía el día ni esperaba por la noche —se
levantaron cuando las voces en el exterior fueron incrementándose— Así que por
favor, préstenme su fuerza para permanecer en ese punto intermedio, para no
caer.
Supe su respuesta sin que dijeran nada. Tenía
ciento dos chicos que me darían esa fuerza además de el resto en el exterior
que me daba la alegría y apoyo que en la realidad necesitaba; tal vez no
tuvieran las palabras, tal vez no entendieran lo que sentía, mis frustraciones,
mis vacíos o mi ira, pero estarían ahí cuando mi mundo cayera aunque yo no
quisiera sentirlos. Diferente a mis queridas ciento dos almas, ellos que sí
entendían y sabían qué decir porque eran el reflejo distorsionado de mi propia
alma, eran lo que necesitaba.
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