jueves, 9 de julio de 2020

Sin color

La pareja se encontraba entre los vecinos que buscaban enterarse del chime del día, no era nada más relevante que un par de mascotas perdidas. Nadie sabía a quién le pertenecían las dos aves, sin embargo a algunos les resultaba cómica la forma en que se encontraban en la piscina de unos de los vecinos como si ese fuera su hogar, otros estaban más preocupados por que no fueran a escapar sin que sus dueños los encontraran.

Al no tener ninguna relación ni aporte necesario, la pareja dejó el lugar. Él era un hombre alto, alrededor de 1.75, delgado, piel morena y con un poco de barba descuidada como su peinado. Ella era más baja, de 1.58, delgada y piel clara, cabello corto hasta la mitad del cuello. Mientras ella veía su celular, él veía hacia enfrente distraídamente mientras fumaba; estaban de camino a su casa después de un día largo de trabajo.

A dos calles de donde las aves habían sido encontradas, los dos entraron a su pequeño departamento. Todavía la luz del día lo iluminaba, aunque las cortinas a penas permitían la entrada de la luz y su hijo no había encendido las luces de la cocina o la sala, seguramente se encontraba en su habitación haciendo tarea. Últimamente no habían tenido tiempo de salir de fin de semana, ella porque estaba ocupada con temas de su trabajo, haciendo que incluso llegara tarde esos días o estuviera demasiado cansada para algo, y él porque estaba sufriendo con un nuevo jefe que no dejaba a nadie trabajar como lo habían estado haciendo desde antes.

Al final del día, cenaron cada uno haciendo sus cosas e ignorando la televisión.

Después de arreglarse para su día de trabajo, el hombre fue al cuarto de su hijo a despertarlo, sin embargo el cuarto ya estaba vacío. Su esposa estaba abriendo la puerta para marcharse cuando le preguntó por el pequeño.

“Tiene un rato que salió hacia la escuela, adiós.” Con la seca respuesta, ella también dejó la casa sin comentar nada más.

El niño ya tenía once años, tenía un año yendo por si solo a la escuela ya que esta se encontraba a solamente tres calles de su casa. Al inicio no les había gustado la idea de que lo hiciera, era peligroso y ambos no podían estar tranquilos, si se lo permitieron fue porque su vecina que vivía en el piso inferior llevaba a su hija a la misma escuela, así que le pedían decirles si lo había visto llegar bien.

Era un niño tranquilo, centrado e independiente, sabía que sus padres lo amaban aunque se encontraran ocupados, por eso quería aligerar su carga al irse por sí solo, de esa forma ambos no tendrían que estar corriendo de la escuela al trabajo, aunque obviamente no consideró el temor de ambos porque algo malo le fuera a ocurrir en el trayecto. No tanto si iba o no a la escuela.

El padre no había podido hablar con su hijo desde el día anterior, de pronto sintió que probablemente tenía más días en que no había intercambiado palabras con él que no fueran banales. Algo dentro de él pareció removerse, quería pensar que era inquietud sin fundamentos, sin embargo prefirió resolverlos en ese momento, si era posible.

Con eso en mente, caminó con presura hacia la escuela después de llamar a su vecina y que esta le contestara que no lo había visto. La campana estaba por sonar, los últimos niños llegaban corriendo junto a sus padres así que aprovechó para entrar y preguntar a los profesores. Lo habían visto el día anterior, sin embargo ese día no estaba en su salón.

Dejó el edificio de la escuela con la mente ya revuelta, ahora la preocupación mordía sus entrañas más que nunca, sabía que algo andaba mal sin poder descifrar qué era. En eso estaba pensando, a punto de llegar a la puerta, cuando se encontró de frente con su esposa que lo observó con la misma sorpresa que él debería estar mostrando.

—¿Qué pasó? ¿No estabas de camino a tu trabajo? —le preguntó él, notando como se ponía nerviosa. Sabía que así estaba cuando pasaba su cabello detrás de su oreja a pesar de que este no había dejado de estar ahí.

—Sí… es que… accidentalmente me traje su almuerzo, venía a cambiarlo…

Fue como si el mundo se hubiera detenido por completo, a su lado pasaban los niños y los adultos como manchas borrosas, tenía sus ojos fijos en la sonrisa forzada de su esposa. Se mantuvo en silencio, no trataba de entender la situación, únicamente notó como todo alrededor se veía sin vida, sin colores.

—Ah… está bien… —sin decir nada más, caminó de nuevo hacia la puerta de salida.

El mundo volvió a su velocidad normal, todo el ruido pareció regresar de golpe, sintió como la gente se movía frente a él sin ningún cambio, aunque para él todo era diferente. La ciudad en donde tenía viviendo doce años nunca le había parecido tan gris. Se sintió confundido hasta que la última frase que recordaba salir de la boca de su pequeño le llegó a la memoria.

—Papá… creo que los colores ya no existen.

En ese momento, sin prestarle mucha atención, le había dado un par de billetes diciéndole que se comprara unos nuevos. Qué gran estupidez y qué mal padre era.

Esta vez corrió. Su instinto ahora le estaba gritando, imaginaba dónde podía estar su hijo, rezaba porque de verdad estuviera ahí y todavía pudiera enmendar sus errores. Ya no le preocupaba lo tarde que ya era, que solo tenía veinte minutos para llegar a su trabajo, ni siquiera logró hacer más que enviarle un mensaje a uno de sus compañeros para pedirle que lo disculpara con el resto porque tenía un situación familiar.

Llegando al supermercado, tomó el camino hacia la zona de papelería, no le sorprendió ver a más de veinte personas rondando el pasillo donde los colores, plumones y todo lo colorido estaba en venta. Sus ojos solamente tenían un objetivo, y al encontrarlo lo hicieron suspirar de alivio.

Caminó hacia su hijo, se veía tan menudo en medio de tantos adultos enfocados en sus propios problemas. Tenía en sus manos una caja de treinta y seis colores, se veían sus ojos brillantes y húmedos, al sentir la mano en su hombro que lo hizo voltear y alejarse del resto, todo su control pareció quebrarse como la ligera capa de hielo que cubría los parabrisas de los coches cuando hacía frío.

—Papá, ya no puedo ver los colores, —dijo antes de abrazarse al cuello de su padre cuando este se hincó frente a él, las lagrimas por fin se desbordaron, el miedo se apoderó de él.

—Lo sé, yo lo sé. —Acarició sus cabellos mientras le besaba la coronilla, lo volvió a sentir como el pequeño niño que cada que se tropezaba lloraba, el que había llorado cuando uno de sus juguetes se había perdido. Y lo entendía, él tampoco podía verlos ya.

Paseó su vista por los objetos de los estantes, quedándose en las cajas de plumones para pizarrón que tenía a su lado derecho, sabía cómo debían lucir, sin embargo solamente podía ver los azules y los rojos.

Nunca había escuchado de ese tipo de padecimiento, no sabía si los dos habían estado expuestos a algo que los había dejado de esa forma, o si se trataba de alguna nueva enfermedad de la que no se había hablado. Podía intuir que todos los que estaban ahí, no lo hacían porque los colores estuvieran de moda o en oferta, debía ser porque también habían perdido la percepción de estos y tampoco conocían la causa.

—Encontré esto, —su pequeño volvió a hablar después de que había detenido sus sollozos, entregándole la caja de colores que tenía un papel pegado con cinta adhesiva que decía: “Si estos colores le parecen repetitivos o no son los que debería ver, llámenos por favor.”

—Es perfecto, vamos.

Tomándolo de la mano, lo llevó a las cajas a pagar por la caja de colores a la que se seguía aferrando. Una vez fuera del establecimiento llamó al número, y con una rápida explicación de su situación, le dieron la dirección del consultorio al que debía dirigirse.

Tomaron un taxi, en el trayecto el hombre logó contactar con su jefe para explicarle que estaba en una emergencia médica, aunque al inicio el jefe no pareció creerle, le pidió que le llevara el comprobante al siguiente día si no quería perder un día de su salario.

El consultorio se encontraba en una torre de oficinas y consultorios. Después de registrar su entrada, tomaron el elevador y se dirigieron al que buscaban, su hijo sin soltarlo ni un segundo, como tampoco había guardado su caja de colores en la mochila que ahora su padre cargaba.

El médico dio una corta presentación antes de volver a preguntar por el momento en que se habían dado cuenta que los colores había cambiado.

—Fue hace tres días, —comenzó el niño con permiso de su padre—. Estábamos en la sala cenando y viendo una película, yo estaba dibujando algo de mi tarea cuando el celular de mamá sonó, ella se levantó diciendo que era del trabajo, pasó atrás de donde estaba sentado y me pisó… pero ella no lo sintió, no me dijo nada y solo salió.

>>No me dolió mucho, pero otras veces se disculpaba y se portaba como si hubiera sido algo peor, pero esa vez ni siquiera pareció importarle. Mi papá seguía viendo la tele, no había notado nada así que seguí con mi dibujo pero este ya no tenía el color que había querido darle, no me gustó así que lo arrugué y me fui a mi cuarto a hacerlo de nuevo… pero por más que lo intentara, ya no lograba que se viera bien. —Miró a su padre, los ojos llorosos de nuevo, por lo que él le pasó la mano sobre el cabello y gesticuló “lo siento tanto”—. Después de que comprobara con mis amigos de la escuela que solo a mí me estaba pasando, me asusté y ese día le dije a mi papá, pero me dijo que comprara nuevos colores, y eso quise hacer pero ninguno se veía como debía…

Esta vez ya no lloró tanto, se mantuvo dentro del abrazo de su pare mientras este le narraba al doctor la forma en que le había pasado a él, de como todo se había vuelto gris desde antes aunque no lo había notado hasta ese día. Con eso, el doctor decidió explicarles lo que sabía de su condición.

No se trataba de un trastorno neurológico o ocular, todo se trataba de una afección psicológica que había descubierto desde hace siete meses. Desde su descubrimiento se hicieron todo tipo de estudios a los que lo sufrían hasta llegar a esa conclusión. Los motivos siempre se resumían en uno: los afectados se dieron cuenta de que una persona muy cercana a ellos les estaba mintiendo.

Se trataba de una mentira mayor de lo que querían reconocer, una mentira que no habrían podido notar si no se les hubiera presentado la afección de los colores, una mentira que habrían deseado no notar, sin embargo necesitaban resolverla, aun si significaba perder la confianza sobre esa persona, si significaba tener que alejarse de esa persona.

El psicólogo extrajo una caja que contenía quinientos lápices de colores, todos dispuestos en un círculo marcando los gradientes de color perfectamente. Con esto le pidió al niño que extrajera los lápices que todavía tenían color, siendo gradientes del azul, el verde y el amarillo, los colores que mostró. Por su parte, su padre únicamente tomó los tonos principales del rojo y el azul.

—Todavía estamos en la época de experimentación y aprendizaje con esta aflicción —comentó el doctor mientras terminaba de anotar los colores vistos por el par de padre e hijo—. También, antes de todo esto, quisiera pedirle que firmara esta hoja. Es un acuerdo en el que nos permite usar los datos que vayamos descubriendo, con fines de investigación.

>>Sus nombres y datos personales se quedarán seguros, no los usaremos, únicamente usaremos los resultados y avances, los comprobaremos con otros casos y sacaremos conclusiones. Por eso necesito tener prueba fehaciente de que está de acuerdo.

El hombre leyó con cuidado el papel que le entregó, lo analizó perfectamente antes de firmarlo, en su nombre y en el de su hijo.

—El color azul está presente en los dos, lo que nos indica una pérdida de atención o rechazo por parte de la otra persona, en este caso su esposa y su mamá, —continuó con su explicación después de guardar el papel—. El rojo está relacionado con el amor romántico y carnal, usted posiblemente está dudando de este sentimiento en respecto a su esposa. Por otro lado, el naranja y el amarillo están relacionados a la felicidad e infancia, el que los puedas ver sin tantos gradientes como con el azul, es indicación de que sientes que ya no eres feliz en tu entorno, que esa frialdad de tu mamá está opacando todo, aunque ambos tratan de aferrarse a esto.

>>No sé cuáles sean las circunstancias o motivos, no conozco a su familiar como ustedes, sin embargo les recomiendo repasen todo lo que ha sucedido desde un mes antes, de cuándo las cosas comenzaron a cambiar. —El psicólogo dudó un poco antes de decir las siguientes palabras—. No quiero sembrar dudas o teorías, pero analicen el uso del celular de ella, cómo se comporta y qué hace cuando habla, mas les sugiero no fuercen la situación, no revisen el celular de una persona sin su consentimiento, eso es una falta a la privacidad grave. Antes de eso hagan muchos intentos por hacerla hablar o síganla, si es necesario.

Después unas cuantas sugerencias y advertencias más, el par partió del consultorio, recibiendo como próxima cita la siguiente semana y un número al cuál contactar con el médico si los colores que notaban disminuían o aumentaban.

“Saber que una persona que amas te miente es doloroso, porque sientes que no te tiene confianza, porque posiblemente es algo que te haría sentir mal, porque la otra persona no quiere terminar algo en lo que se ha sentido cómoda, no quiere decepcionar; sin embargo nunca nos damos cuenta de la carga tan pesada que es cargar con una mentira. Pensamos en lo mal que sería que la otra persona descubriera por qué mentía, no obstante, nunca contemplamos qué pasaría si la otra persona siente la mentira sin saber de qué se trata.”

Descubrirlo será igual o más doloroso, sin embargo es necesario para volverle a dar color a la vida, para salir adelante, sea con o sin la persona que mintió; sea perdonando o no perdonando la mentira y sus razones. Resolverlo tiene que involucrar a todas las personas, y debe haber el deseo de resolverlo a pesar del miedo y la duda, de la pérdida y la desconfianza.

Una mentira es una mentira, sea blanca, negra o del color que sea. La confianza que se rompe cuando la descubren es mucho más grande que la que se podría perder cuando hablas con la verdad sobre algo que te avergüenza o lamentas. Una tiene enmendamiento, la otra difícilmente lo logra.


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