martes, 19 de noviembre de 2019

Nahual


Tu alrededor está cubierto de hojas secas, todas teñidas de los colores característicos del otoño. El viento las remueve y tira nuevas para completar el tapete que decora y oculta la tierra de abajo; debería sentirse frío, lo normal en esa época, sin embargo no te hace temblar. Seguramente la ropa que llevas es suficiente.

Deseas enterrar tus pies desnudos en la humedad bajo las hojas o pisarlas para escuchar ese crujido tan reconocido y relajante que tienes bien grabado en la memoria. Levantabas tu pie para sentirlo, cuando detrás de ti escuchaste los pesados y apresurados pasos de una persona; volteaste a ver lo que sucedía, te sorprendes de ver que el hombre está más lejos de lo que escuchaste, mas no te detienes a pensar en ello pues lo ves ir directo hacia ti.

Sientes como cada célula de tu cuerpo reacciona al peligro inminente aun cuando no eres capaz de entender por qué sería así cuando lo único que observas es a un hombre, llevando una escoba en la mano como arma, correr hacia donde estás. Sabes que eres su objetivo, que el palo de ese objeto acabará golpeando tu espalda o cabeza, no importa que no entiendas el motivo, si lo ofendiste o si solo se trata de un hombre loco.

Antes de que esté a cinco metros de ti, los músculos de tu cuerpo se contrajeron y flexionaron, listos para empezar la carrera que te alejará de él. ¿Por qué no te has detenido a hablar con él? ¿Por qué no le gritas que se detenga? ¿Por qué sientes que si lo enfrentas, él será quien terminará herido?

Corres tan rápido como puedes, de tu boca no sale nada más que tu aliento, no tienes miedo ni enojo, simplemente sabes que lo mejor que puedes hacer es alejarte, salir de ese lugar de inmediato e ir a tu casa.

Pasas entres árboles y pastos tan altos que te llegan a los muslos, en medio de la noche puedes ver bien hacia dónde correr para no golpearte ni caer en los hoyos del parque en el que te encuentras. Recuerdas bien que siempre has disfrutado de pasear en ese lugar porque es casi tan parecido a un bosque de verdad, sabes que esa tarde llegaste ahí por la misma razón que lo hiciste en el pasado: buscando un poco de tranquilidad. No obstante, no entiendes cómo es que aún te encuentras dentro de este sitio, sabiendo que antes del atardecer ya se encuentra cerrado.

No crees posible que ese hombre piense que estás ahí para robar, aunque tampoco estás seguro de que no lo estabas. Recuerdas quién es tu familia, el sitio donde vives, sabes quién eres a pesar de que no recuerdas cómo eres, el físico lo sabes, mas no tu forma normal de comportarte. Tal vez es normal que la gente te persiga de esa manera porque los ofendes o porque, en el peor de los casos, dañaste a alguien o algo importante para ellos. Tal vez acabaste ahí porque alguien te engañó y te abandonó en ese lugar, tal vez te perdiste porque eres malo orientándote o te distrajiste. ¿Eras una persona buena? ¿Alguien malo?

Comienzas a preguntarte si cuando regreses a tu casa ¿las personas con las que vives o conoces notarán que te comportas diferente? ¿Serás la misma persona con la que ellos están familiarizados o no te podrán reconocer?

Es hasta ese momento en que te asustas. Te das cuenta de que si no le hablas al hombre es porque no tienes voz, nada sale de tu boca más que sonidos sofocados y algo similar a gruñidos de desesperación. Y, además, no sabes si la gente que conoces querrá ayudarte o perjudicarte.

No es como si, de todas formas, tuvieras muchas opciones más que ir a los sitios que conoces, no puedes huir de ese hombre toda la noche, pronto sentirás el cansancio que podría impedirte regresar a tu casa, pronto podría atraparte. Es por eso que cambias de ruta, recuerdas dónde se encuentra la salida, debes alejarte de ese lugar y buscar respuestas. El único inconveniente es que tu escape se encuentra detrás del que te persigue, no más de diez metros lejos de ti y ya no quieres volver a internarte.

Decides encararlo, aprovechando que sigue muchos pasos detrás de ti, te detienes a recuperar un poco de aliento, lo observas directamente a los ojos. Notas que va bajando la velocidad, preparado para seguir la dirección que vayas a tomar, aunque tú hayas decidido que irás de frente.
Ya no corres, caminas hacia él, tratas de mostrarte más tranquilo, casi quieres decirle que no quieres más problemas y que estás dispuesto a irte sin más. Nada más has dado tres pasos cuando lo ves detenerse en seco, todo el color de su piel desaparece como si no pudiera creer lo que ve. Por unos segundos piensas en darte la vuelta y ver si hay algo atrás de ti, sin embargo estás seguro de que te está viendo a ti.

Das un par de pasos más cuando él se gira y se aleja de ti, no corre aunque sí avanza con rapidez.

—¿Qué fue…?

Las primeras palabras dejan tu boca, lo que te sorprende. De pronto el pasto no está tan alto, la silueta del hombre se ha perdido entre las sombras que parecen mucho más densas que antes, ya no llegan los mismos olores y sonidos que antes.

Te diriges a la salida antes de que regrese con antorchas o pistolas, sabes que es posible. Una vez fuera, tanto del parque como de la vista de las personas que oyes conversar, escuchas algo que te hace detener tu huida del sitio.

—… lo estoy diciendo, tú lo viste —escuchas a un hombre decir, posiblemente el que te seguía, así que quieres saber qué lo asustó—. Era un perro negro, se detuvo y… y… se levantó, era una persona, ya no un perro…

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