martes, 5 de febrero de 2019

Belleza

Caminando tenía su atención en la pantalla de su celular mientras respondía un mensaje, justamente cuando terminó de teclear, alzó la mirada para encontrarse, a varios pasos delante de ella, un niño que en su espalda llevaba una mochila con una forma que reconocía bien.

Se trataba de una especie de peluche de un gato azul y gordo, o al menos de apariencia cilíndrica, con la parte pegada al cuerpo del niño, lo que sería el abdomen del gato, de color crema. La imagen le trajo múltiples ideas a la chica en lo que volvía a ver hacia su celular para enviar un mensaje a la única de sus amigas que también sabía de dónde provenía dicho peluche.

No era la primera vez que veía esa mochila, sabía bien en qué tienda la vendían así que tomó rumbo hacia el lugar en lo que esperaba la respuesta emocionada de su amiga, ella estaba más enamorada de la forma del animal. Ahora sabía lo que le regalaría en su cumpleaños, aunque este todavía se encontrara a muchos meses de distancia.

Llena de confianza y aún recibiendo las emotivas respuestas de su amiga, caminó a los pasillos de juguetería de la gran tienda departamental en la que se encontraba. Ese tipo de mochilas-peluche se encontraban una estantería al final de otros artículos de videojuegos, con las manos en lazadas detrás de su espalda, caminó con tranquilidad viendo superficialmente los demás artículos hasta llegar a la zona que buscaba.

Para su decepción, ese que quería ya no se encontraba. Soltando un suspiro, rehizo sus pasos hasta la entrada de la tienda. Encontrando la primera banca vacía, se sentó con otro suspiro, aunque sabía que frecuentaría la tienda tanto como pudiera hasta encontrarlo de nuevo. Siempre resurtían.

Estaba por sacar de nuevo su celular, cuando un hombre se le acercó. No debía estar en sus cuarenta años, no tenía nada de apuesto, mas su carisma permitió a la chica sonreirle con amabilidad y responder su saludo.

Sin muchos problemas le ofreció un cambio de imagen, personalizado enteramente para que las mejores de sus facciones se acentuaran y luciera más bella que ahora, como le había dicho. Tenía muchos años en que su inseguridad de adolescente había menguado, mas no desaparecido; ella sola había aprendido cuáles artículos de maquillaje le eran más útiles o cuáles quería usar. Y aunque no estaba del todo satisfecha con su apariencia, ya no la odiaba como antes.

Decidió seguir al hombre. Su puesto estaba en las isletas centrales de la plaza, no muy grande, un espacio suficiente para que cuatro personas se movieran sin problemas para cortar el cabello, hacer faciales y maquillar. 

El nuevo corte era algo que nunca se hubiera atrevido a intentar, sin embargo su cabello ondulado se veía fascinante. con los costados cortos casi al ras, el fleco peinado hacia atrás y el resto cayendo con gracia sobre su espalda, le dio una seguridad cálida, aun antes de los pasos que aún faltaban.

Al final todo el proceso tardó dos horas. Le entregaron un papel con un número de local e invitación al nuevo sitio al que debía acudir pues querían que todos los participantes de ese tipo de experimento, acudieran a ese lugar a tomarse una foto, después de que ellos mismos hubieran hecho la del antes y después.

Emocionada por su nueva apariencia, y aguantándose las ganas de sacarse fotos, más que nada por temor a que estas la decepcionaran, algo que siempre sucedía; se dirigió al lugar marcado. 

El local tenía algunas ventanas y una apariencia más de salón que de alguna otra cosa. Había alrededor de veinte o treinta sillas dispuestas a lo largo de las paredes, en las cuales ya se encontraban algunos chicos y chicas en su rango de edad. Con toda su timidez encima, caminó hacia una zona despejada y tomó asiento.

Antes de entrar le había pedido dejar sus cosas en una canasta asegurada con un candado cuya llave recibió ella para que no sintiera peligro por sus pertenencias, lo hacían para que al comenzar todo el evento no hubiera distracciones o algún tipo de filtración. Como era obvio, se había sentido un tanto desconfiada de tanta seguridad y movimiento, sin embargo todo pasó a segundo plano cuando comenzó a ver mejor hacia las demás personas del lugar.

Unos cuantos ya estaban hablando entre ellos, o tal vez habían acudido juntos. Las mujeres llevaban peinados modernos y laborados, maquillajes casi naturales para unas cuantas y otros un poco más marcados, aunque sin hacerlos ver como excesivos. Los hombres también mostraban cortes y peinados que ella nunca había visto, muy poco se les notaba si tenían una pizca de maquillaje encima, lo que hablaba muy bien del trabajo que habían hecho con ellos.

No había una estatura o complexión específica entre ellos. Podía ver chicas tan altas aún en tacones altos, como chicas más bajas que ella, quien siempre se consideró tan corta de estatura, como chicos de estaturas cercanas a la de ella. Flacos, regulares y algunos un poco más rollizos, todos luciendo estéticamente agradables, aunque a algunos les fallaban los conjuntos que vestían, lo que la hacía creer que podrían ayudarlos con eso después.

Distraídamente se giró a una de las ventanas del lugar, esperaba ver la ciudad alrededor aún en tonos de medio día, sin embargo esta ya estaba cubierta en la oscuridad de la noche. Sintió su corazón agitarse, no había notado el tiempo pasar tan rápido, dentro de una plaza tan artificialmente iluminada era imposible darse cuenta. únicamente el recuerdo de que sus padres no estaban en la casa y que nadie más se preocuparía por su ausencia tan larga, le permitió volver a relajarse.

A su lado se sentó una chica un poco más alta que ella, de apariencia delgada aunque no en demasía, cabello castaño claro, piel clara y ojos color miel. Todo en ella parecía ser tierno, incluso su cabello perfectamente ondulado que enmarcaba su rostro. Le sonrió a forma de saludo, la vio examinar los alrededores como ella misma lo había hecho al entrar. Sintió que quería hablar con ella, le agradaba, mas su propia inseguridad la reprimió sin saber qué palabras eran necesarias para ese tipo de conversaciones.

Luego de que las veinticinco sillas del lugar se llenaran de jóvenes, la puerta se abrió una vez más para dejar pasar a los organizadores, entre ellos el hombre que la había convencido.

-Nuevamente, bienvenidos -saludó uno de los hombres que dio un paso al frente para ver a todos-. Estamos agradecidos por el apoyo que nos han brindado para este corto experimento comercial en el que hemos encontrado chicos y chicas con una belleza natural y lista.

Al decirlo fue señalando a algunos, esas personas sonrieron con orgullo o timidez, aunque las palabras del hombre no eran erradas. La chica a su lado entró en dicha categoría, evidentemente.

-Algunos otros que requerían colo necesitaban pulirse un poco. -Algunos de los siguientes en ser señalados se ruborizaron, otros rieron suavemente; por su lado, ella se sintió un tanto decepcionada por no haber entrado en ese rango, haciéndola preguntarse si el siguiente rango sería el peor. De pronto toda su seguridad la sintió caer al suelo y quebrarse.

-Y los últimos, joyas en proceso de trabajo, en proceso de mostrar sus mejores rostros.

Finalmente fue señalada junto a cuatro chicos más, los cinco casi parecieron encogerse en sus asientos, aunque las sonrisas en sus rostros no pudieron ser reprimidas.

-Esto no termina aún, vamos a dar los últimos retoques y prepararlos para el verdadero objetivo de este experimento.

La mayoría de los adultos comenzaron a salir mientras el vocero les sonreía a los chicos que casi empezaron a murmurar entusiasmados entre ellos. Ella se giró de nuevo a la ventana, su corazón se oprimió dentro de ella cuando en el reflejo vio a la chica a su lado bajar la vista con una mirada tan cargada de sorpresa que la hizo girar a verla. 

La sorpresa se convirtió en temor unos segundos antes de que la delicada y hermosa chica la viera con sus grande ojos brillantes y comenzando a enrojecerse, sus manos juntas ejerciendo una fuerza que las hacía tornarse mucho más blancas. Entonces ella misma lo entendió cuando la puerta se cerró de nuevo con los veinticinco dentro. La próxima vez que salieran de ese lugar no serían buenas noticias y que, sin dudarlo, nunca volverían a ir a sus casas.

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¿Tienen una idea de lo horrible que es despertarse con ese miedo? ¿con esa certitud de que todo ese experimento no fue de buena fe? Ugh, no sé por qué mi mente me tortura con ese tipo de miedos, con ese tipo de sueños, pero bueno, tenía que escribirlo.

Odio soñar

De verdad lo odio. Exceptuando las casi nulas veces en que los sueños me dan material eficiente para escribir; las ocasiones en las que soy capaz de recordar lo que soñé al despertar, siempre me dan color de cabeza y una pesadez que me hace mucho más difícil levantarme.

No son pesadillas, no recuerdo cuándo fue la última vez que tuve una, sólo son sueños que cuando me despierto me dejan en una molesta confusión de no saber con certeza si ya estoy fuera de ellos o no. Es algo que no puedo describir muy bien, no sé si realmente son muy vívidos o mi mente se los creé como tal o lo que sea, no me gusta despertar después, es casi hasta doloroso y agotador.

Y siempre han sido variados, con gente que obviamente no recuerdo haber visto antes, sucesos que no tienen sentido que ocurran, lugares mezclados entre reales e inventados. Creo que mi molestia por los sueños es por la falta de lógica, esa lógica que siempre aclamo y me aferro a ella como si fuera lo único que me mantiene viva o cuerda. Sin lógica o realismo en los sueños ¿a qué me puedo afianzar?

Pero bueno, eso sólo fue un extra pues después del sueño de hoy decidí que voy a escribirlos. Muchos serán bizarros, llegarán a preguntarse que tan sociópata soy pues, déjenme advertirles, suelen tener temas algo delicados. Por ejemplo el que dejaré en la siguiente entrada, el sueño de hoy y que me llevó a esto, aunque ha sido uno de los más tranquilos.

Aunque no todos lo son, por ello deseo usar esos estúpidos sueños y el malestar que causan en mí para usarlos de excusa y escribir, pues siento que no lo he hecho en mucho tiempo, haciéndome perder la poca habilidad que creía tener. Si eso llegara a pasar, si ya no pudiera escribir nunca más, entonces sí sería peor que perder la lógica en mis sueños.



Un pedazo del sueño que tres días antes, para que no asusten.

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Las calles estaban llenas de gente, si no estuviera segura de la fecha del día, habría pensado que se encontraba a mitad de diciembre, con la euforia de la gente al realizar sus compras para el tan esperado veinticinco.

La avenida era ancha, rodeada por doquier por gigantes plazas comerciales, por restaurantes y unos pocos edificios de negocios. Los coches avanzaban por el camino a velocidades que demostraban la falta de los semáforos, o al menos eso parecía, haciendo que se preguntara cómo era posible ir de una acera a la otra si la tienda que buscabas no estaba en la que caminaba.

Fuera de eso, se mantuvo mirando los aparadores, la gente con sus bolsas, tratando de ignorar el bullicio típico de ese tipo de lugares. Le dolían los pies, sentía la garganta seca, la espalda agotada y un dolor punzante dentro de su cabeza, aunque este aún era lo suficientemente ligero como permitir que el mal humor no atacara a su familia.

Cuando creyó que el hartazgo sacaría lo peor de sí, su hermana señaló un restaurante de apariencia muy refinada. El color principal era el café, tonos variantes de este iluminaban las decoraciones, los uniformes del personal e incluso algunos de los platillos que veían ya servidos en los comensales. No era la cafetería de la esquina, no una fonda o algo similar, sino un lugar exclusivo donde los precios de todo seguramente alcanzarían los tres dígitos. 

A pesar de ello, los cuatro se acercaron al recibidor en espera de su mesa. ¿Por qué? Porque tenían hambre de un postre, obviamente.

Con una sonrisa amable, el jefe de piso los guió hacia su mesa, un gabinete circular que bien podría acoger ocho personas, no a ellos cuatro. Sin embargo no se quejaron, en silencio se distribuyeron en solo lado del espacioso lugar.

¿Había carta? ¿Cuándo tomaron la orden? ¿Qué pidió? Sin la respuesta a esas incógnitas, esperó por la llegada de su postre mientras hablaba de algo con su hermana. Al tratar de descifrar lo que le estaba comentado, al lugar llegó el mesero con lo que parecía un pastel de tres chocolates.

Se veía delicioso, no sabía si lo había pedido o si le gustaría, únicamente estaba el hecho de que lo quería probar. No obstante, el mesero detuvo la entrega a unos centímetros de sí mismo.

-Una disculpa, parece que erré la orden ¿no es cierto?

-Sí, nosotros no pedimos eso -respondió su madre amablemente, lo que llevó al trabajador a retraer por completo el postre, sacar una bolsa de plástico de su bolsillo y vaciarlo adentro como un desperdicio. Con una disculpa, se dio la vuelta para traer lo que sí habían pedido.

-Qué desperdicio -dijeron los cuatro casi al unísono, sintiendo una indignación y confusión clara.

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Y sí, ahí terminó mi sueño y yo desperté como ¿Qué demonios?.