lunes, 8 de enero de 2018

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Cuando el personal del hospital notó lo que pasó con el paciente, ya era demasiado tarde para aplicar métodos de resucitación. Beatriz había terminado su relato a los amigos de su hermano cuando su teléfono sonó con su papá llamando. Escuchó los sollozos de su mamá al otro lado mientras su papá la apuraba a subir de inmediato.

La noticia devastó a la familia, sacudió a los que debieron cuidarlo y derrumbó a los seis que recibieron la noticia tres horas después de que Beatriz se hubiera separado de ellos.

Ante el dolor de la pérdida, los padres no presentaron cargos contra el hospital por la negligencia cometida, ni la hermana le permitió a los seis amigos hacerlo por lo largo del proceso y porque Gabriel estaba de acuerdo en que tarde o temprano Iván habría encontrado la forma de cumplir su único deseo.

El funeral fue sencillo, no hubo nada religioso, sólo la reunión de la familia materna y paterna que era cercana, los seis amigos sólo llamaron a Samantha, llevaron a sus parejas, hermanas y padres que habían conocido bien al chico.

La lúgubre reunión duró lo que la incineración; se llevaron flores y palabras de aliento a los padres que seguían sin querer creer que su hijo había sucumbido a una enfermedad y no a un capricho, sin importar las miles de veces en que su otra hija les repitió el diagnóstico del psicólogo, sin importar que ella sí lo llamara como depresión al hablar con sus parientes, sin importar cuánto se los explicaran, porque ni así su hijo regresaría a ellos.

Cuando el tiempo de despedirse se dio, los cinco se reunieron con las dos personas que Iván amó más allá de la amistad.

—Hagan lo que hagan, no se separen de nuevo —les dijo Samantha antes que cualquier otra cosa—. Iván siempre me contó de la conexión que tenían los seis, de la forma en que sus dolores y penas disminuían estando juntos…

—Sí, los seis —repitió en un tono amargo Valeria mientras las lágrimas volvían a caer, su cuerpo tembló como su voz mientras se abrazaba a sí misma.

—Los cinco lo encontraron ¿no es cierto? —Gabriel trató de ayudar.

—Demasiado tarde —Marco fue quien respondió, también lloraba aunque se controlaba un poco mejor—. Por tanto tiempo lo conocimos y no hicimos nada, nunca lo notamos.

—No, no, saben que eso no querría él.

No hablaron más, trataron de alejarse sin despedirse entre ellos, ni Samantha ni Gabriel sabían qué más servía para decir, pensaron en ir por Betty, mas sabían que estaba ocupada con su familia; las hermanas de los otros podrían ayudar, sin embargo estas ya se habían ido con sus padres.

—Ok, ya, suficiente. —La voz de Tomás hizo a todos detenerse, desde que la noticia se les había dado, él había mantenido el silencio más terrorífico de los cinco, creían que era el más afectado por haberlo conocido antes y mejor. Al verlo este se secó el rostro con las mangas de su saco oscuro y los volteó a ver con una expresión furibunda aunque las lágrimas aún caían—. Iván no se fue del todo, se ha ido a donde ya no lo escucharemos pero no significa que él no nos escuche.

>>¿Qué creen que va a pensar si ve que por su culpa nos separamos definitivamente? ¿Creen que estará feliz si nunca lo visitamos de nuevo? ¿Si lo olvidamos? Ese idiota, al que amo y nunca dejaré de amar, no tendrá respiro, todos los días le diré lo que no vivió, lo que no hizo y nuestra separación no va a ser parte de ella.

>>Además —se secó de nuevo las lágrimas mientras bajaba de tono su voz después de que los que aún no se iban lo hubieran volteado a ver—, dijimos que le contaríamos algo la próxima vez que estuviéramos los seis ¿no? No podemos hacerlo en este momento, así que prepárense para la siguiente ¿entendido?

Todos vieron a los cinco abrazarse, Tomás quedó en el centro mientras los cuatro lo rodeaban, pronto sus lamentos provocaron que los que aún veían se fueran para darles su momento pues lloraban tan desgarradoramente que causaba incomodidad o lágrimas en otros.

Samantha y Gabriel sólo se quedaron un poco más para asegurarse que no pensarían en separarse de nuevo. Todos los que los conocían sabían que sería difícil para ellos, que muchas veces su decisión flaquearía, sin embargo confiaban en que siempre habría alguien que los hiciera regresar a su promesa.


La siguiente vez que se vieron fue tres semanas después del funeral, ya estaban más tranquilos cuando se encontraron frente a la urna que los padres de Iván mantenían en la casa, les dieron su espacio y se alejaron para que hablaran lo que desearan con su hijo.

—Bueno… verán… —Cristal comenzó—. Como recordarán, mi papá se fue a la casa de su mamá antes de que me graduara, nos enviaba dinero y llamaba regularmente pero yo ya no lo perdoné… no lo invité ni a la ceremonia de graduación, la fiesta o mi titulación… Y me arrepiento, tal como Lila me dijo. —Bajando la mirada empezó a llorar—. Murió hace un año, entendí mucho de lo que quería hacer de mí, de lo que me ayudó a ser lo que hoy soy pero no lo hizo bien, nunca me habló bien de lo que quería y se portó muy grosero, no puedo perdonarle por esas veces en que trató de golpear a mi mamá o a mí… pero sé que me quiso.

>>Con mi mamá mi relación empeoró también, como el malo ya no estaba, ella se negó a ser la mala y me mostró indiferencia, más bien por fin noté su indiferencia… Me fui de casa en cuanto tuve mi primer trabajo y sólo le envió un poco de dinero y le hablo ocasionalmente, pero ya no he ido a verla desde hace dos años… Sé que me arrepentiré de nuevo, pero aprenderé a soportarlo.

—Mi papá se jubiló hace tres años —Tomás sólo esperó a que Cristal le dijera que continuara, ya que sus ojos estaban secos—. Mi hermana trabajó desde que salió de la prepa, a un año de graduarse encontró su trabajo definitivo pero se quedó aún viviendo con nosotros a pesar de lo temprano que debía despertar para irse. Mi hermana menor se fue más lejos a estudiar su carrera por lo que papá se fue con ella a rentar cerca hasta que terminó, entonces se mudó con su novio, quien se lleva muy bien con papá.

>>Para su cumpleaños número treinta, mi papá, mi hermana menor y yo le regalamos su primer coche a nuestra hermana mayor por todos sus sacrificios por cuidarnos. Ella aún vive con papá para cuidarlo, tiene novio y está por casarse, al parecer las bodas de ambas quedarán por la misma fecha si siguen esperando… Seguimos siendo unidos, amamos mucho a nuestro papá.

—Bueno… —Lila fue la tercera en hablar— mi mamá nos dejó la casa a mi hermana y a mí, ella encontró un nuevo esposo, y como nosotras ya éramos mayores de edad sólo nos enviaba dinero para nuestros gastos, pero en cuanto comencé a trabajar le dije que yo pagaría por nosotras dos, aunque sólo me duró tres años hasta que mi hermana se independizó económicamente. Dejé que se quedara con la casa porque mi trabajo estaba más lejos y porque tenía a Alan, con quien ya había planeado vivir.

>>No odio a mi mamá, escapó del dolor a su manera, tal vez fuimos otra fuente de memorias y por eso se alejó tanto, sin embargo aún le importamos porque nos habla diario, recuerda nuestros cumpleaños y nos da regalos, mi auto fue de parte de ella… Ahora ya no tuvo hijos, pero estoy segura de que es feliz con su nueva pareja que no hemos conocido en persona.

—Después de que me salí de casa, si ustedes recuerdan, le dejé mi número a mi mamá—Marco siguió, esta vez sin temor a lo que fueran a pensar de él—, traté de llamarla una vez a la semana pero cada que respondía era para insultarme, no ayudaba en nada. Al final de la carrera traté de contactar con mis hermanos pero ya eran caso perdido y no quería que se fueran a aprovechar de mi trabajo así que no insistí, con mi padre fue lo mismo. Sólo sé que luego de que me fui, dos años después se fue mi hermana, ya sin hijos mi mamá por fin dejó a mi papá.

>>Un par de veces he intentado volver a hablar con mi mamá pero sigue tan furiosa de que su hijo más inútil haya logrado algo que sólo habla conmigo si esta ebria. Únicamente le marco en su cumpleaños. —Encogiéndose de hombros Marco acabó su relato.

—Uy no, mis papás me dejaron vivir lejos hasta dos años después de graduarme, y eso porque les dije que me quedaría mucho en el laboratorio de investigación —Valeria habló sonriendo—. Las veces que tuve que salir del estado o el país, ellos me llamaron casi cada dos horas hasta que se los cambié por mensajes y los regañé. Voy a verlos todos los fines de semana y días libres, les hablo cada noche para contarles de mi día, aún me siento demasiado protegida por ellos, pero ya es menos, ya hablé sobre eso y de verdad se esfuerzan, ahora que tienen más tiempo hasta parecen enamorados de nuevo.


Hablaron sobre sus planes a futuro, vieron quienes estaban más pronto a casarse, los que tenían problemas con sus parejas y sobre sus trabajos. Planearon las vacaciones que habían decidido tener juntos y alguna otra salida que querían hacer.


Obviamente la pérdida por el sexto de ellos aún pesaba en sus corazones, aún sentían rencor porque los había abandonado sin nada que decirles, sin embargo esperaban cubrir todos esos sentimientos negativos con el tiempo y mantenerse unidos, no sólo para sus reuniones de actualización. Muchos años aún les restaban por vivir, por acumular y contarle a aquel que se negó a acompañarlos, quien no pudo ser curado. Por eso no se perderían, ni lo olvidarían. 

martes, 2 de enero de 2018

Iván

Todo el tiempo siempre estuvo ahí. Siempre me pregunté por qué mi personalidad había cambiado tan drásticamente, qué había hecho que de ser un niño casi extrovertido que demostraba su cariño fácilmente pasara a un chico introvertido y frío.

Cuando pensaba en ello me decía que había sido por aquel chico cuya personalidad era tan horrible y molesta que había preferido mantenerme tan invisible como pudiera para evitar ser molestado por él. Además no estaba tan mal ser así, no tendría amigos falsos, no me tenía que preocupar por agradarle a alguien, no me metía en problemas y podía estar solo con mis pensamientos e ideas sobre cosas que a nadie más parecían gustarle.

Así me mentí y así quise seguir a pesar de la vez en que ese chico desagradable se burló de mi aislamiento. No sé si lo que hizo despertó ese quedo deseo por conocer a personas que me comprendieran, personas que pudiera llamar mejores amigos o en los que pudiera confiar de verdad, sólo sé que el final de la secundaria mi mente estaba entre eso, mantener las calificaciones altas, que noté que podía sacar, y pensar en mi futuro cuando cambiara de escuela.

Mientras tanto, con mi familia, cambié de forma en que mis frases más repetitivas se volvieron: no sé, ya me aburrí, lo siento, no.

Hiciera lo que hiciera, terminaba dejando todo lo que en algún momento me entretenía porque disminuía mi interés, sin importar cuántas veces cambiara lo que hacía. Hasta que encontré mi refugio, comencé a escribir para escapar de mi realidad cuando los libros se me terminaban. Fue tan reconfortante encontrarlo, centrarme en ello y encontrar un tipo de creatividad e imaginación que creí no tener.

Junto a ese descubrimiento llegó la primera peor etapa de mi vida. Alejé a mi familia, creé muros alrededor de mí que lastimaban a los que me amaban y querían estar conmigo. Aún hoy siento que esos muros nunca desaparecieron aunque el daño que hacían era menor. Mi humor era un asco, me enojaba sin motivos, le gritaba a mi familia y los hacía enojar, me ignoraban, los ignoraba; entonces lloraba, el dolor de esa soledad era insoportable, tragaba mi estúpido y sobre estimulado orgullo y me disculpaba. El daño siempre quedaba hecho.

Una y otra vez lo mismo, dañaba, me arrepentía, no entendía mi comportamiento, me encerraba.

Poco antes del cambio siguiente, tal vez lo que lo desencadenó junto a la edad, mis padres sugirieron un psicólogo. Me enojé por la idea de que me llamaran loco y demente, me dolió que eso pensaran que era la única salida. Logré salvarme por poco, siempre pensé que ir en busca de esa ayuda me cambiaría, y yo no quería más cambios.

Entrando a la preparatoria creí que todo sería mejor, que encontraría amigos, me sentiría mayor y el resto no cambiaría para mal. Cuando mis padres liberaron la presión que habían tenido por tanto tiempo, todo en mí se rindió y lo que no había visto cayó sobre mí como agua fría.

Incontables veces pensé en aquella palabra que tanto me dolía cuando mis padres me la decían: mediocre. No quería serlo, odiaba pensarlo y saber que ellos lo pensaban aunque ya no me lo dijeran, sin embargo ya no podía dejar de serlo. Cuanto más trataba de alejarme de ella, más sentía que caía hacia ella, nada funcionaba ni funcionó.

Cuando los conocí, cuando comenzamos a reunirnos, pensé que tal vez aliviarían esa frialdad que cayó en mí, esa tormentosa lluvia que no se detenía. Quise soñar que me ayudarían, aun si no era instantáneo, esperaría por el día en que las nubes grises se fueran. Había días en que estar con ellos era el refugio suficiente de lo que ocurría en mí, y también los había en los que el agua entraba aún en ese refugio.

Quise armar otro refugio, me fui con esos chicos un año mayores a calmar la tormenta y así no preocupar a los cinco, debió haber funcionado bien si nunca preguntaron nada. Ojalá no se atormenten después por eso, porque no lo notaron.

Logré salir de la prepa, después de haber cansado a mis padres con la sugerencia diaria de no ir a clases y sólo dormir. Y en la carrera todo siguió saliéndose de control. Ya no eran seis en mis calificaciones, eran cincos, recurses y extraordinarios, la mediocridad fue tanta como el dolor por ella y la desesperanza por no poder cambiarlo

Samantha la creí una luz, creí que volvería a ser el de antes porque ella me ayudaría a mejorar. La amaba tanto, cuando la vi ser tan buena amiga de mis amigos fue como una leve esperanza en que no todo estaba perdido. Así lo fue los primeros dos años hasta que la palabra aburrido volvió a mi mente.

Mis esfuerzos se detuvieron, mi amor por ella disminuyó tanto que en el momento en que me dijo que si no mejoraba romperíamos, algo en mí me dejó respirar de nuevo. No la odiaba, aún la quería y la admiraba, sólo que yo ya no era a quien ella debía querer.

Separarme de los cinco fue menos gratificante aunque me evitaba tener que estar ocultando mi verdadero ser. Los quería seguir viendo, deseaba salir con ellos y platicar por horas o jugar como antes; no obstante nunca intenté hablarles, estarían ocupados con sus carreras y nuevos amigos, no me necesitaban como yo a ellos. Sólo Tom nunca me dejó de hablar, tal vez pasáramos semanas o meses sin hablar, mas cuando lo hacíamos era volver al pasado, nuestra relación nunca se complicó ni cuando me dijo que le había gustado desde preparatoria.

Después conocí a Gabriel. En realidad él me habló primero, fue quien se fijó en mí y me habló hasta que yo dejé de ver mi vida sin él. Era como la persona que siempre busqué, alguien que comprendiera mis gustos, con quien pudiera hablar de todo por una confianza completa. A Tom podía ocultarle cosas como mis problemas existenciales pero con Gabriel, aunque no hablaba como tal de ellos, no tenía que pretender al cien por ciento; me daba mi espacio, muy a su pesar, y esperaba, soportaba y continuaba.

Era perfecto, estaba tan cómodo con él que cuando el desinterés regresó rogué, deseé y traté de ignorarlo. No quería lastimar a la persona que mejor me conocía, pensé que explicarle lo que me pasaba y pedirle un poco de distancia me ayudaría a volver a quererlo como antes, sin embargo no fue así.

Dejé de quererlo como mi pareja, como amigo estaba bien o eso quería pensar. Él no lo quería, me necesitaba por muchas razones y no quería que fuera de nadie más; lo entendía, y aunque me dolía lastimarlo con mi indiferencia, no pude detenerme. Lo nuestro se volvió un veneno para ambos, él aferrado a no dejarme a pesar de lo que le hiciera y yo cansado de que ya no podía amarlo como antes, cansado de odiarme por lo que le hacía.

Pensé que estaba bien, pensé en dejar que el dolor me consumiera a mí mientras me esforzaba por tratarlo bien, él no merecía menos. Por eso lo pensé y le di fecha por fin. Si no podía dejarlo sin seguir viéndolo sufrir, entonces me iría para no verlo.

Porque ese escape era el único. Me apresuré y esforcé para graduarme y titularme pues era un regalo que quería dejarle a mis padres, para que creyeran que la mediocridad no me había terminado por completo.

Veintitrés años, lo tenía todo planeado. Cómo, dónde, cuándo, en qué momento. Estaba nervioso, por fin haría aquello que había comenzado a planear desde ocho años atrás. Terminé con Gabriel definitivamente aunque le pedí que fuera aún mi amigo, y cuando trataba de escribir mis despedidas llegó a mí el pensamiento que me detuvo.

¿Cómo le dices a tus padres, esas dos personas que te criaron con amor, esfuerzos, sacrificios y orgullo, que inconscientemente desde los doce años te quieres morir? ¿Cómo puedes explicarles que ya no deseas seguir vivo porque ya nada te interesa? ¿Cómo tratas de convencer a tu hermanita que era algo necesario y la única salida? ¿Cómo te despides de esos amigos que te dieron los mejores días y horas?

Mis padres y mi hermana habían salido a hacer las compras, cuando regresaron y entraron bajé de mi cuarto para abrazarme a mi mamá diciéndole algo que creí nunca diría, que el orgullo no me había permitido decir ni el miedo.

—Mamá, por favor, ayúdame. Papá te lo ruego, perdóname… Me quiero morir, quiero morir.
Se asustaron, tanto por mis palabras como por la cortada que hice en mi brazo izquierdo desde el final de la palma de mi mano izquierda hasta el inicio de mi axila. La sangre y las lágrimas me noquearon en unos minutos en los que me llevaron al hospital para que luego mi visita al psicólogo por fin se diera.

Fueron dos meses muy pesados, los tres no dejaban de observarme, de preguntarme cómo estaba y pedirme que hablara con ellos. Las medicinas controlaron muchas de mis respuestas, me sentí diferente y no lo odiaba aunque tampoco me agradaba.

En un año los convencí de que ya estaba mejor, me dejaron de vigilar a la hora de las medicinas, dejaron que me volviera a quedar solo y confiaron de nuevo en mí. Nunca le dije nada a Gabriel, menos a Tom o al resto, estaba avergonzado de mi cobardía por no haberme matado y por haberlo pensado.

No estaba seguro de lo que sería de mi en el futuro, me concentré en el trabajo que encontré, ocupándome al límite para evitar esos pensamientos. Creí que lo lograría hasta el día de mi cumpleaños número veinticinco, de nuevo despertó el deseo de detener todo, dejé de tomar las medicinas sin que lo notaran, esta vez ya no pediría ayuda pues no servía de nada, el desinterés seguía en mí.

Lo aplacé, la reunión con aquellos que tanto extrañaba se planeó y esperé porque me detuviera, me diera nueva fuerza y esperanza, mas nada ocurrió durante ese mes de planeación en que todos los días leía lo que escribían.

Cancelé al último momento, al mandar ese mensaje de mentira supe que ya no me detendría. Avisando que iría a la tienda, salí de mi casa a la zona de edificios más cercana, revisé que llevara mi identificación sin nada más importante.

Subir al techo no fue difícil, sólo tuve que aparentar ser conocido del que vivía en uno de los departamentos del quinto piso, después sólo fue abrir la entrada a la azotea y quedarme en el límite del techo. Nunca había tenido vértigo por las alturas hasta ese día, tuve miedo de lo que haría por el dolor que podría sentir, la mayoría de las veces en que detuve mis intentos fue por ese miedo. Tardé más de diez minutos con el corazón acelerado y las manos sudorosas hasta recibir la llamada de mis amigos.

A tiempo corté su alegre conversación pues las lágrimas ya me habían traicionado, no pude evitar pensar en lo desagradecido que estaba siendo con ellos o mi familia ya que lo único que dejé escrito fue aquella entrada de mi blog y mis disculpas a mis padres en un papel sobre mi escritorio.

Cerrando los ojos salté. Un terror me hizo gritar los últimos segundos de camino al suelo, después todo se calmó y silenció.

Desperté confundido, adolorido y, finalmente, decepcionado. Seguía vivo.

Escuchaba el sonido del monitor de signos vitales, olía el conocido aroma de los hospitales, la luz artificial del lugar me provocó un dolor indescriptible detrás de mis ojos, sentí el tubo de mi nariz a la boca que debía alimentarme. Había otros pacientes alrededor aunque la cortina de mi espacio los cubría, no había visitas ni enfermeras ni doctores, lo que me ayudó a decidirme.

No quería enfrentar a mis padres ni mi hermana, a nadie, así que cerré las cortinas cojeando por los yesos y el dolor después de arrancar la sonda que estuvo por hacerme vomitar. Dejé pegado a mí el aparato que me conectaba a la máquina de los signos, quité la sábana de la cama y la até al porta sueros tan firme como mis manos heridas me permitieron. De nuevo mi corazón latía con velocidad, todo me temblaba por el miedo de ser descubierto antes de terminar así que sin dudarlo até el otro extremo de la sábana a mi cuello y me dejé caer.


Sofocarse fue desesperante, mi cuerpo trató de levantarse para detenerlo y respirar, sin embargo mi voluntad fue mayor. La falta de oxígeno me durmió antes de matarme.