viernes, 9 de noviembre de 2018

No te quedes sola


En su camino por la aldea en la que se estaba quedando, algunos de los lugareños le fueron regalando frutas y bocadillos para su almuerzo, siempre agradecidos de la ayuda que les había brindado las semanas pasadas en pequeñas labores bajo su título de viajera solitaria, ya que sus amigos se encontraban en otros lugares.

Desde algunos años atrás, los seis habían decidido hacer trabajos separados para abarcar mucho más de lo que antes hacían, ahora que todos tenían un nivel alto en su manejo de magia. Confiaba en ellos ciegamente, estaba segura de que podían lograr grandes cosas por su cuenta, que ya no necesitaba estarlos protegiendo y que ellos sabrían pedir ayuda cuando lo necesitaran. Por eso ya no temía por ellos, aunque no le impedía sentir un poco de preocupación cada día que pasaban separados, sin importar si estaban viendo a sus parejas, amigos o salvando algún mundo.

Con eso, y un mar más de pensamientos en la mente, llegó a la porción más profunda del bosque circundante a la aldea. Escogiendo el lugar donde el pasto fuera lo suficientemente cómodo, se recostó con la espalda sobre de este y los ojos cerrados hacia el cielo, permitiendo de esta forma que nada ocupara su mente.

Se sentía cansada, había hecho el salto de mundos cinco veces seguidas, descansando en ese lugar por unos días antes de que se llegara el día de la visita mensual con aquellos tres chicos con quienes compartía un lazo especial. Esa unión era lo que permitiera crear la puerta directa a ellos sin importar la distancia, no sin pagar factura con una fuerte cantidad de su energía.

La tranquilidad recibida al hablar con ellos sobre la falta de atención que sentía Zokun ahora que Riaku por fin se había casado, Sitomu concentrado en sus hijos y Tanu que comenzaba a salir con alguien, y la molestia que sentían Kazu y Suji porque les estuvieran preguntando por el momento en que empezarían a preocuparse por sus herederos, no le había durado mucho tiempo.

No obstante, nada de eso era lo que esos días la tenía huyendo de cualquiera de las personas que conocía.

Repitiéndose aleatoriamente durante las noches, un sueño premonitorio no dejaba de molestarla. Su habilidad para los presagios era la peor de todas, el futuro le asustaba o molestaba tanto que ese tipo de sueños o poderes era el que más se rehusaba a desarrollar, y lo que ese en particular le estaba provocando, no le dejaban el deseo de mejorarlo.

Al inicio solamente había despertado con un miedo muy enterrado en su corazón, un temor que le provocaba taquicardia y sudor en las manos; mas al ir avanzando el tiempo, este se intensificó hasta hacerla sentir una opresión en el pecho que le provocaba ardor en los ojos al aguantarse las lágrimas mientras que las palabras se negaban a llegar a su boca y la razón de su sueño se escapaba de su memoria como arena entre los dedos, dejándola más estresada que tranquila.

Había sido hasta el día después de su visita mensual que el sueño había tomado una forma más tangible, las palabras llegaron con sentido a sus oídos y las imágenes, aunque no las terminaba de comprender por completo, eran más claras.

Dentro de poco tendría que tomar la decisión más grande de toda su vida, casi tan grande como lo fue separarse de su familia permanentemente. Pensar en ello la hacía sentir sus extremidades entumecidas, su corazón se aceleraba dolorosamente, la boca se le secaba, sentía que el oxígeno no llegaba completo a sus pulmones y que la cabeza le estallaría en cualquier momento. No lo soportaba cuando estaba sola, se mantenía con sus amigos u ocupada en los asuntos de su labor para evitarlo, plenamente consciente de que no se iba a detener hasta que el día llegara o ella se decidiera.

Fuera la persona con la que hablara sobre las opciones que tenía, la respuesta no la iba a sacar de nadie más que ella misma. Esa carga la sintió más pesada que nunca, sabiendo que volteara a donde volteara, buscara a quien quisiera, nadie podría escucharla.

En el mundo de gente que conocía y atesoraba, se sintió completamente sola.

Sin abrir los ojos, llevó las palmas de sus manos sobre de estos e hizo una dolorosa presión:— Maldita sea ¿qué mierda es esto?

Alrededor de doce años habían transcurrido desde la última vez que se había ocultado a los pies de su cama, cubierta por la puerta de su habitación, para acuclillarse con la espalda sobre la pared, las manos tirando de su cabello, el rostro oculto en sus rodillas, tragándose la tristeza provocada por el aislamiento al que se sometía sin forma de evitarlo.

Shayanu y Ryushi lo habían notado, la soledad que rodeaba su corazón, la oscuridad más grande que había cargado desde muy chica. En contra de su voluntad, lo habían hablado entre los seis, buscaron solución y se la dieron. Gracias a eso su corazón fue más ligero aunque no más abierto.

Le habían dicho que tenía un poder para hacer amigos, a sus doce años eso le habría causado una risa histérica acompañada de lágrimas interminables, en cambio a sus quince años eso no fue nada más que una más de sus habilidades, una que planeaba mantener.

¿Por qué entonces volvía el sentimiento? “No quiero estar sola, no quiero abandonarlos, no quiero ponerlos más en peligro, quiero que vivan lo que yo ya no puedo, quiero verlos felices, ya no quiero verlos más”.
Lo más lógico era permitir que eligieran por sí mismos, tenían el derecho de hacerlo y debían hacerlo, era consciente de que si se atrevía a elegir por ellos, la culpa la consumiría tanto como aún sucedía, sin importar si elegía tenerlos a su lado o por fin abandonarlos.

El peso de la indecisión y la soledad volvieron a mezclarse, dejando de hacer presión en sus ojos, los cubrió con sus antebrazos al sentir que en esta ocasión no podría detener las lágrimas. Estaba desesperada, no sabía qué debería hacer o lo que sucedería, su miedo por el futuro seguía hundiendo su corazón en la oscuridad, en el deseo de no moverse más, detenerse por fin.

—Dime por favor ¿dónde está mi viento? ¿Por qué de nuevo tienes qué tomar mi decisión?

Si bien ellos ahora podrían decidir entre iniciar esa nueva etapa de su vida, ella no podía, el destino por segunda ocasión la forzaba una aventura que nunca buscó, que nunca soñó. Estaba escrito en su alma que ayudar era lo que debía hacer, que su existencia no era más que para ayudar a todos los que lo necesitaran, su vida no era de ella misma para disfrutar.

Tenía años entendiéndolo, le había causado dolor y desesperanza enfrentarlo, sin embargo no lo odiaba, le gustaba lo que hacía y todo lo que significaba ayudar a otros, le gustaba conocer todo tipo de gente y lugares. Nunca sería un tema grato.

Incluso siendo consciente de que ese tiempo sola, más que estarla ayudando a entenderse o decidirse, la estaba hundiendo más, se quedó en ese sitio por alrededor de una semana. Pasando horas recostada, paseando por el bosque o entrenando un poco, dejó que toda la oscuridad y negatividad la fueran consumiendo ya que su único deseo era juntar el coraje necesario para enfrentar a los cinco que, seguramente, estaban buscándola desde hace seis días.

Cumpliendo el séptimo supo que ya no había forma de huir, o que ya no debía hacerlo.



De camino al pueblo fue deshaciéndose de todos los encantamientos usados para esconder su presencia. Como si se trataran de capas de ropa, estos fueron deslizándose sutilmente, uno por uno, llegando a sentir cómo al quinto la conexión con los cinco regresó al instante, aún con las otras nueve capas activas.

Por ello, en cuanto cruzó la colina por donde el pueblo ya era visible, se vio rodeada por los brazos de su familia. Esos cinco chicos con los que doce años atrás había empezado su viaje real, siguiendo el destino que le fue otorgado, aquellos con los que compartió tantos momentos, no había nadie más quien la conociera como ellos.

—Sabían que me iba a esconder cuando me despedí de ustedes ¿verdad? —todavía rodeada por ellos, luego de esperar que fueran los primeros en hablar, cedió.

—¿Todos estos años y aún crees que puedes ocultarnos cosas? —respondió con otra pregunta Tame.

—Sabemos bien que cuando te vuelves toda callada, escuchándonos pero no dejándonos escucharte, es porque algo traes. —Con lo dicho por Ryushi, el abrazo por fin fue disuelto.

—Entonces deben saber que aún no se los puedo decir. —Los cinco asintieron, mostrándose comprensivos de que su forma de ser más alegre y abierta siempre tardaba en regresar, debían esperar a que esa oscuridad sobre ella se disipara por sí misma—. Perfecto, vamos a buscar problemas antes de que vayamos a Ciafra.