En su camino por la aldea en la que se
estaba quedando, algunos de los lugareños le fueron regalando frutas y
bocadillos para su almuerzo, siempre agradecidos de la ayuda que les había
brindado las semanas pasadas en pequeñas labores bajo su título de viajera
solitaria, ya que sus amigos se encontraban en otros lugares.
Desde algunos años atrás, los seis habían
decidido hacer trabajos separados para abarcar mucho más de lo que antes
hacían, ahora que todos tenían un nivel alto en su manejo de magia. Confiaba en
ellos ciegamente, estaba segura de que podían lograr grandes cosas por su
cuenta, que ya no necesitaba estarlos protegiendo y que ellos sabrían pedir
ayuda cuando lo necesitaran. Por eso ya no temía por ellos, aunque no le
impedía sentir un poco de preocupación cada día que pasaban separados, sin
importar si estaban viendo a sus parejas, amigos o salvando algún mundo.
Con eso, y un mar más de pensamientos en
la mente, llegó a la porción más profunda del bosque circundante a la aldea. Escogiendo
el lugar donde el pasto fuera lo suficientemente cómodo, se recostó con la
espalda sobre de este y los ojos cerrados hacia el cielo, permitiendo de esta
forma que nada ocupara su mente.
Se sentía cansada, había hecho el salto de
mundos cinco veces seguidas, descansando en ese lugar por unos días antes de que
se llegara el día de la visita mensual con aquellos tres chicos con quienes
compartía un lazo especial. Esa unión era lo que permitiera crear la puerta
directa a ellos sin importar la distancia, no sin pagar factura con una fuerte
cantidad de su energía.
La tranquilidad recibida al hablar con
ellos sobre la falta de atención que sentía Zokun ahora que Riaku por fin se
había casado, Sitomu concentrado en sus hijos y Tanu que comenzaba a salir con
alguien, y la molestia que sentían Kazu y Suji porque les estuvieran
preguntando por el momento en que empezarían a preocuparse por sus herederos, no
le había durado mucho tiempo.
No obstante, nada de eso era lo que esos
días la tenía huyendo de cualquiera de las personas que conocía.
Repitiéndose aleatoriamente durante las
noches, un sueño premonitorio no dejaba de molestarla. Su habilidad para los
presagios era la peor de todas, el futuro le asustaba o molestaba tanto que ese
tipo de sueños o poderes era el que más se rehusaba a desarrollar, y lo que ese
en particular le estaba provocando, no le dejaban el deseo de mejorarlo.
Al inicio solamente había despertado con
un miedo muy enterrado en su corazón, un temor que le provocaba taquicardia y
sudor en las manos; mas al ir avanzando el tiempo, este se intensificó hasta
hacerla sentir una opresión en el pecho que le provocaba ardor en los ojos al
aguantarse las lágrimas mientras que las palabras se negaban a llegar a su boca
y la razón de su sueño se escapaba de su memoria como arena entre los dedos,
dejándola más estresada que tranquila.
Había sido hasta el día después de su
visita mensual que el sueño había tomado una forma más tangible, las palabras
llegaron con sentido a sus oídos y las imágenes, aunque no las terminaba de
comprender por completo, eran más claras.
Dentro de poco tendría que tomar la
decisión más grande de toda su vida, casi tan grande como lo fue separarse de
su familia permanentemente. Pensar en ello la hacía sentir sus extremidades
entumecidas, su corazón se aceleraba dolorosamente, la boca se le secaba,
sentía que el oxígeno no llegaba completo a sus pulmones y que la cabeza le
estallaría en cualquier momento. No lo soportaba cuando estaba sola, se
mantenía con sus amigos u ocupada en los asuntos de su labor para evitarlo,
plenamente consciente de que no se iba a detener hasta que el día llegara o
ella se decidiera.
Fuera la persona con la que hablara sobre
las opciones que tenía, la respuesta no la iba a sacar de nadie más que ella
misma. Esa carga la sintió más pesada que nunca, sabiendo que volteara a donde
volteara, buscara a quien quisiera, nadie podría escucharla.
En el mundo de gente que conocía y
atesoraba, se sintió completamente sola.
Sin abrir los ojos, llevó las palmas de
sus manos sobre de estos e hizo una dolorosa presión:— Maldita sea ¿qué mierda
es esto?
Alrededor de doce años habían transcurrido
desde la última vez que se había ocultado a los pies de su cama, cubierta por
la puerta de su habitación, para acuclillarse con la espalda sobre la pared,
las manos tirando de su cabello, el rostro oculto en sus rodillas, tragándose
la tristeza provocada por el aislamiento al que se sometía sin forma de
evitarlo.
Shayanu y Ryushi lo habían notado, la
soledad que rodeaba su corazón, la oscuridad más grande que había cargado desde
muy chica. En contra de su voluntad, lo habían hablado entre los seis, buscaron
solución y se la dieron. Gracias a eso su corazón fue más ligero aunque no más
abierto.
Le habían dicho que tenía un poder para
hacer amigos, a sus doce años eso le habría causado una risa histérica
acompañada de lágrimas interminables, en cambio a sus quince años eso no fue
nada más que una más de sus habilidades, una que planeaba mantener.
¿Por qué entonces volvía el sentimiento?
“No quiero estar sola, no quiero abandonarlos, no quiero ponerlos más en
peligro, quiero que vivan lo que yo ya no puedo, quiero verlos felices, ya no
quiero verlos más”.
Lo más lógico era permitir que eligieran
por sí mismos, tenían el derecho de hacerlo y debían hacerlo, era consciente de
que si se atrevía a elegir por ellos, la culpa la consumiría tanto como aún
sucedía, sin importar si elegía tenerlos a su lado o por fin abandonarlos.
El peso de la indecisión y la soledad
volvieron a mezclarse, dejando de hacer presión en sus ojos, los cubrió con sus
antebrazos al sentir que en esta ocasión no podría detener las lágrimas. Estaba
desesperada, no sabía qué debería hacer o lo que sucedería, su miedo por el
futuro seguía hundiendo su corazón en la oscuridad, en el deseo de no moverse
más, detenerse por fin.
—Dime por favor ¿dónde está mi viento? ¿Por
qué de nuevo tienes qué tomar mi decisión?
Si bien ellos ahora podrían decidir entre
iniciar esa nueva etapa de su vida, ella no podía, el destino por segunda
ocasión la forzaba una aventura que nunca buscó, que nunca soñó. Estaba escrito
en su alma que ayudar era lo que debía hacer, que su existencia no era más que
para ayudar a todos los que lo necesitaran, su vida no era de ella misma para
disfrutar.
Tenía años entendiéndolo, le había causado
dolor y desesperanza enfrentarlo, sin embargo no lo odiaba, le gustaba lo que
hacía y todo lo que significaba ayudar a otros, le gustaba conocer todo tipo de
gente y lugares. Nunca sería un tema grato.
Incluso siendo consciente de que ese
tiempo sola, más que estarla ayudando a entenderse o decidirse, la estaba
hundiendo más, se quedó en ese sitio por alrededor de una semana. Pasando horas
recostada, paseando por el bosque o entrenando un poco, dejó que toda la
oscuridad y negatividad la fueran consumiendo ya que su único deseo era juntar
el coraje necesario para enfrentar a los cinco que, seguramente, estaban buscándola
desde hace seis días.
Cumpliendo el séptimo supo que ya no había
forma de huir, o que ya no debía hacerlo.
De camino al pueblo fue deshaciéndose de
todos los encantamientos usados para esconder su presencia. Como si se trataran
de capas de ropa, estos fueron deslizándose sutilmente, uno por uno, llegando a
sentir cómo al quinto la conexión con los cinco regresó al instante, aún con
las otras nueve capas activas.
Por ello, en cuanto cruzó la colina por
donde el pueblo ya era visible, se vio rodeada por los brazos de su familia.
Esos cinco chicos con los que doce años atrás había empezado su viaje real, siguiendo
el destino que le fue otorgado, aquellos con los que compartió tantos momentos,
no había nadie más quien la conociera como ellos.
—Sabían que me iba a esconder cuando me
despedí de ustedes ¿verdad? —todavía rodeada por ellos, luego de esperar que fueran
los primeros en hablar, cedió.
—¿Todos estos años y aún crees que puedes
ocultarnos cosas? —respondió con otra pregunta Tame.
—Sabemos bien que cuando te vuelves toda callada,
escuchándonos pero no dejándonos escucharte, es porque algo traes. —Con lo
dicho por Ryushi, el abrazo por fin fue disuelto.
—Entonces deben saber que aún no se los
puedo decir. —Los cinco asintieron, mostrándose comprensivos de que su forma de
ser más alegre y abierta siempre tardaba en regresar, debían esperar a que esa
oscuridad sobre ella se disipara por sí misma—. Perfecto, vamos a buscar
problemas antes de que vayamos a Ciafra.