Con un suave clamor a su
alrededor, notó que aquella época había por fin llegado a esa zona pues la
mayoría de los que ahí residían se volvían más activos y emotivos, uno que otro
temeroso, mientras las llamadas incrementaban y la calidez comenzaba a colorear
aquel sitio monocromático y silencioso.
El tiempo no existía en ese lugar
hasta que esa temporada se acercaba. Fuera febrero, marzo, junio, julio, agosto
o noviembre, y los llamados variaran, aquellos que lo esperaban se emocionaban
por el regalo que se les había hecho desde tiempos en que la oscuridad aún
gobernaba las vidas de los humanos. ¿Qué alma no se alegraría por la
oportunidad de ver a aquellos que se les había arrebatado?
Ahí estaba la señora H rezando
porque pudiera conocer a sus nietos, por el otro lado el señor S y el señor P
no paraban de hablar de lo emocionados que estaban porque sus familias podían
unirse de nuevo en esa celebración, en otro espacio las señoras H, T, R y C
reían por las anécdotas que ese día querían contar sobre sus familias pues la
felicidad por verlas las hacía hablar todo lo que no habían hecho antes.
Los señores F y J hacían de lado
su seriedad para recordar las similitudes que tenían entre ellos por lo que
habían dejado atrás. Hablaban del dolor que sentían por no poder abrazar más a
los que amaban, por no poder darles más ayuda que sus limitadas apariciones en
sueños, por no ser capaces de desaparecer el arrepentimiento, la pena y las
penurias de sus seres queridos más importantes. Al volver, la señora M les
habló de la dicha que sentía porque en poco tiempo ascenderían a verlos, a
darles la fuerza que necesitaran para seguir adelante y las caricias
intangibles que tanto extrañaban otorgar.
Como ellos, muchas más almas se
animaban. Pasear entre tanta expectación siempre le recordaba el por qué se
había hecho ese trato y se mantenía, la ayudaba a despejarse y recuperar su
compasión. Decidiendo actualizarse sobre los vivos, subió tomando la apariencia
de una joven sencilla.
Pasaba de medio día, el clima
otoñal reinaba en todo su esplendor pues la transición a la próxima estación se
encontraba cerca. Una brisa fría arremolinó su melena negra junto a su falda
mientras comenzaba a caminar. Frente a ella había un mercado sencillo que había
sido completamente acaparado por todo lo que los humanos pudieran necesitar
para sus altares: velas, flores, papel picado, figuras de migajón, frutos,
copal, adornos para todo tipo de gustos, dulces e ingredientes para el festín
que muchos cocinarían para las almas cansadas del viaje.
Había mucho ruido, mucha gente y
demasiados olores distintivos de ese día por lo que se sintió abrumada al cabo
de unos minutos así que se dio la vuelta para irse hacia el parque que adornaba
el centro de esa ciudad. El hogar de los vivos había dejado de atraerle desde que
estos habían incrementado su odio y temor hacia Ella, además que todo era igual
sin importar la época o región.
Lentamente llegó a la parte
central del parque donde varios niños correteaban juntos soltando risas
estruendosas sobre cosas que no comprendía ni le interesaba hacerlo, algunos
adultos los cuidaban mientras platicaban entre ellos o simplemente los veían
jugar. Nadie ahí le prestaba atención, justo como lo deseaba, así que continuó
su recorrido hasta que sus ojos se toparon con los de un pequeño.
Al detenerse comprobó que la
mirada de ese niño sí estaba sobre de ella así que levantó la mano para
saludarlo como había visto hacer a otros; él no la veía con miedo, ni con odio,
ni con alegría, sólo la veía con curiosidad de la forma en que alguien vería a
otra persona si esta se le hiciera ligeramente conocida. Fue hacia él esperando
que este se levantara y saliera corriendo o evitara seguir viéndola, sin
embargo el niño pareció acomodarse para que ella hiciera lo mismo a su lado.
El menor estaba sobre el pasto,
tenía basuras de dulce frente a sus pies descalzos y sucios, sus sandalias se
encontraban detrás de él con una apariencia tan desgastada como la del resto de
su ropa. Tomó asiento a unos centímetros de él aún sin hablarle mientras que él
volvía a jugar con la basura haciendo figuras con ellas.
—¿Cuál es tu nombre?
—Toctli. —Se sorprendió tanto de
que le respondiera como que lo hiciera con sinceridad pues estaba segura de que
a los niños se les enseñaba a desconfiar de los extraños, cuando cuidaban de
estos.
—¿Qué haces aquí solo, Toctli?
—El niño se encogió de hombros sin dejar la basura con la que jugaba.
—Mis padres están vendiendo, no
querían que estorbara así que vine a aquí.
Sus años conociendo a los
humanos, por muy poco que los visitara, le permitieron notar que ese niño era
de los que esos seres acostumbraban tener a pesar de sus dificultades
económicas y la falta de interés por su descendencia. Toctli no era más que un
alma obligada a dejar el reino de los muertos para vivir con padres que si no
lo descuidaban, lo maltrataban o lo ocupaban para ganar más dinero que ayudara
a la manutención de su indeseada gran familia.
—¿Tú qué haces aquí? —El
recorrido de sus pensamientos se detuvo, estaba segura de que ese pequeño no
sabría quién era pues nadie a sus cinco años lo entendería, sin embargo algo en
su forma de hablar no cuadraba con sus memorias.
—Veo las preparaciones para el
primero y segundo —Al cabo de unos segundos más en silencio, Toctli le preguntó
la razón por lo que lo hacía—. Para comprobar que esta celebración aún conserva
su objetivo.
—Eso parece para algunos —Toctli
quitó sus sandalias de detrás del él para dejarse caer sobre el pasto, Ella
permaneció en la misma posición, no necesitaba verlo para saber las expresiones
que hacía al hablar—. Si yo muriera, sé que ellos no me llamarían de regreso...
¿Eso es malo?
—No, tu alma se liberaría para
ocupar un nuevo cuerpo al que sí podrían llamar de regreso cuando te fueras de
nuevo. —Ya no estaba hablando con Toctli, por fin se dio cuenta que con quien
hablaba era un alma vieja que había pasado ya por muchas reencarnaciones,
suficientes para el reconocimiento a pesar del disfraz. Hablar de eso con esa
alma no era romper su juramento del silencio pues cuando Ella se fuera, él
volvería a ser el mismo niño de antes con sólo un mínima porción de los
sentimientos acumulados de esa alma.
—Entonces sí es malo... —Dejó
escapar un profundo suspiro a la par de su movimiento para levantarse y
calzarse—. Ya no creo soportar más regresos, ya estoy cansado de la felicidad y
del dolor. La vida ya me aburre.
El alma caminó para salir del
pasto donde se detuvo dándole la espalda hasta que se giró, por el llamado de
Ella quien le arrojó una de las basuras, cuando lo capturó, este obtuvo la
forma de un dulce de verdad. Sonriéndole de medio lado se despidió.
Conforme caminaba hacia el
mercado, notó como Toctli volvía en sí devorando el dulce de un bocado, daba
pequeños saltos que agitaban su ya alborotado cabello oscuro y le sonreía a uno
de sus hermanos que lo llamaba con la misma felicidad.
El Día de los Muertos estaba
cerca, el calor se sentía al igual que la añoranza se incrementaba conforme los
lugares se adornaban. La Muerte decidió regresar a su hogar a esperar esos dos
días en que le abriría camino a los amados para unas horas entre los vivos.